ANECDOTARIO

Un dragón chino naranja

Lunes, 18 de septiembre 2023, 10:22

Lo mejor de la vieja estación de autobuses era dejarla atrás, ya fuera al abandonar Logroño o al regresar de algún viaje y descargar las ... maletas. Durante décadas la instalación ha cumplido bien su cometido, pero ahora era poner un pie allí y ya estábamos todos un poco como Owen Wilson en 'Midnight in Paris' cuando se sube a un coche y de repente se encuentra en los años 20; la nostalgia es maravillosa sólo cuando el pasado permanece en el pasado, y esa estación era la demostración constante de que algo de nuestra ciudad permanecía congelado a mitad del siglo XX. Lejos de allí, bajo la escalera naranja de la estación nueva se desahogó un ciudadano: «La vieja parece un cementerio», una reflexión compartida que certifica el consenso que flota por esta ciudad dividida siempre en dos mitades enfrentadas (bicicleta o coche, SDL o UDL, pañuelo azul o granate...). Pero la vieja estación ha obrado el milagro y todo el mundo coincide en que ya era una dotación impropia para Logroño; a ver cuánto nos dura esta insólita unanimidad.

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Ahora hay que ver lo que hacemos con ella, porque más allá de su valor histórico parece que el único interés arquitectónico del edificio yace por el suelo del vestíbulo. No es el pavimento del Palacio de Versalles pero se quiere preservar y han propuesto reconvertir el edificio en un centro social con una pista de baile sobre ese mosaico de triángulos blancos, negros y rojos que son como banderines mudos del Club Deportivo Logroñés.

«Yo he venido buscando la foto de la escalera». Nos lo dijo otro vecino en la estación nueva con el móvil en la mano y luego se marchó muy contento a hacer sus fotos entre el río de curiosos que llenaban el vestíbulo. Desde el primer día ha quedado claro que la escalera naranja es el lugar más retratado de la instalación; ese zigzag colorido, ese dragón chino abstracto se ha convertido ya en un nuevo emblema de Logroño, una marca involuntaria porque para muchos viajeros va a ser el primer motivo que vean al llegar a la ciudad; cuando se desperecen y abran sus ojos contemplarán una escalera naranja que parece plegarse sobre sí misma con peldaños arriba y abajo como uno de esos dibujos imposibles de Escher que no llevan a ninguna parte. Hasta que no se inaugure la cafetería la escalera va a cumplir de forma impecable esa misión, porque no lleva a ninguna parte y su trazo laberíntico recibe como un saludo burlón al heroico viajero que ha logrado llegar por un enredo de carreteras a esta capital medio aislada que, con un aeropuerto de adorno y unos trenes lamentables, ya tiene una estación moderna para que vengan chirriando y echando humo los queridos autobuses.

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