Durante unas temporadas Luis Sáenz Gamarra recopiló en el periódico 'Las crónicas de la Mala Vida', un muestrario de sucesos truculentos ocurridos en La Rioja. ... Estaban escritos magistralmente, con una prosa descriptiva, ágil y entusiasta que imprimía el perfecto contrapunto literario a la cantidad de sangre que acumulaban sus párrafos; los artículos sobre atracos o accidentes eran anécdotas en una serie nutrida sobre todo de crímenes y asesinatos. Yo no me perdía ni un capítulo y aunque se trataba de sucesos reales había una distancia enorme entre aquellos tiroteos, las cuchilladas o los envenenamientos y la vida apacible de esta tierra; era casi como leer ficción porque parecía imposible que la hemeroteca de La Rioja tuviera tantos cadáveres entre sus páginas. Luego Luis se jubiló, se fue a leer montañas de libros, a disfrutar de su familia y a subir cordilleras por el mundo dejándonos huérfanos de su pluma cuando más falta nos hacía, porque a esta comunidad se le están acumulando episodios en la crónica negra.
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La vida en nuestro país es en general muy tranquila, pero está pasando algo y da la sensación de que las instituciones son incapaces de responder a un fenómeno creciente en toda España. El lunes comprobamos que hay dos maneras distintas de contar la misma historia. Se puede decir que la tasa de crímenes en La Rioja esta 12 puntos por debajo de la media nacional –lo que es una buena noticia sustentada en la verdad de los datos– o se puede abordar el problema de frente y afirmar de forma igualmente cierta que La Rioja es la segunda comunidad donde más creció la criminalidad en los últimos meses. Aunque sea muy incómodo, el segundo enfoque es más honesto y más necesario.
La sombra de la violencia acompaña a nuestra especie como una maldición desde la sima de Atapuerca hasta esa remota base de la Antártida en la que un científico acuchilló a otro porque le hacía spoiler de los libros. El crimen va con el ser humano a todas partes y esto se nos había olvidado aquí tras décadas de una tranquilidad excepcional.
Por eso asistimos a este tiempo atónitos, pensando que es un juego y no un apuñalamiento lo que pasa en la puerta de la discoteca, que son gritos de fiesta y petardos los disparos que sonaron aquella noche en el pueblo o que no puede ser real el levantamiento de un cadáver en ese edificio del parque.
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Ahí estaban el otro día los vecinos, plantados bajo un sol déspota y abrasador contemplando incrédulos a los empleados de la funeraria mientras –como habría escrito Luis–, resonaba por el aire el clic-clic de los fotógrafos.
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