Antonio Escohotado insistía mucho en la idea de que el verdadero conocimiento es siempre conocimiento histórico, por eso te tienes que reír cuando un diputado ... de 28 años dice desde el Congreso que ha sentido y ha sufrido la represión del idioma aragonés. Hay que soltar una carcajada ante estas idioteces que son siempre producto de la locura o de la maldad, y no hace falta ser un gran conocedor de la Historia de España para comprender que ese pobre hombre miente cuando habla de la persecución actual de su lengua, que ese tipo que bracea torpemente desde su escaño con la solemnidad impostada de un hambriento charlatán de feria miente y le hace el juego al nacionalismo disgregador, que sonríe al otro lado mientras sus contables teclean en la calculadora y anotan la cifra de la factura: 450.000 millones por la deuda histórica; hay que volver a reír. Unos días antes de ese chaval de la Chunta fue el turno de Rufián, cuya verdadera vocación es sentir sobre la piel el calor reconfortante de los focos y armar algún espectáculo. Subió a la tribuna y empezó a parlotear en una especie de idioma vagamente catalán, bajaba la vista al papel que tenía en el atril, leía algo y seguía con un ridículo chapurreo que habría hecho arrugar la nariz a Marta Ferrusola. Ver a Rufián interpretar su propia parodia me recordó aquella felicitación navideña que Sergio Ramos tuvo que grabar en inglés, qué mal rato.
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A mí me gustaría que alguien vigilase a los impulsores del pinganillo igual que esos profesores espían a los niños catalanes en el recreo para ver en qué idioma hablan. Habría que vestir a los agentes como el 'Argitxo', ese muñequito que hay en las escuelas vascas y «que se pone muy triste cuando los niños no hablan euskera», porque este compromiso repentino con las lenguas cooficiales será inútil si no se vela por la riqueza idiomática del país y comprobamos en qué idioma conversan Oskar Matute y Rufián, Aitor Esteban y Yolanda Díaz cuando se tomen un pincho en la cafetería del Congreso.
Hace meses la presidenta socialista del Congreso Meritxell Batet llamaba al orden a los diputados que querían montar el numerito hablando en lenguas distintas al castellano. Batet les quitaba la palabra y les advertía que debían expresarse en «la lengua de trabajo común», la que nació en nuestros valles y que es patrimonio de 600 millones de personas. Pero ahora toca este circo porque, como canta Evaristo desde hace más de treinta años, «ellos dicen mierda y nosotros, amén»; empieza la balcanización ficticia de las instituciones y lo peor es que dicen defender las lenguas cooficiales en nombre de la igualdad cuando es, precisamente, todo lo contrario.
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