Uno de los recuerdos más fijos en la nieve de la memoria, en esa oculta retina que nos lleva de vez en cuando a los ... días lejanos de infancia redentora, cuando todo era azul, es la imagen y el sonido de gente cantando. Las chicas cantaban mientras hacían las tareas de la casa o iban a por agua a la fuente; los hombres cantaban a la vez que acarreaban, sembraban, vendimiaban o realizaban los mil trabajos del campo; los mozos cantaban en las bodegas, en los bares o agarrados a las zarras de los carros, en la ronda de Santa Águeda...; sí, el silencio del valle, apenas roto por cantos de pájaros gárrulos y siseos de lechuzas, era constantemente quebrado por sones de jotas o baladas de moda. Ahora se escucha mucha música, pero privadamente, con cascos unipersonales o a volumen disparatado, mas no es la propia voz, son música y voces ajenas. Ya no se canta.
Publicidad
¿Es síntoma de algo esa pérdida de voz musical? ¿Tiene algo que ver aquel cantar con alegría y felicidad, ahora perdidas? Tal vez sí o quizá no, yo no lo sé, pero me temo que tiene más que ver con modas sociales y con nuevas formas de vida. Antes, la vida era más comunitaria y la canción, especialmente la jota en nuestra tierra, formaba parte de ese acervo cultural del pueblo que ayudaba a conformar la manera de vivir en la que lo común era muy importante. Ahora, sin embargo, el hombre es más individual, las reuniones con vecinos en las glorias en invierno, o en las solanas en verano, han sido sustituidas, en gran parte, por solitarias horas viendo la televisión; el ordenador, el móvil y las tabletas quitan el tiempo que se dedicaba a la vida social, y si a alguien se le ocurre cantar en la calle o en su casa, se le considera una persona rara, cuando no alocada, a quien deben llamar la atención las fuerzas del orden.
Los veranos de mi adolescencia, con sus agradables atardeceres, no puedo recordarlos sin la compañía del sonido de fondo de aquellas melodías que surgían de los bares de la plaza, o sin las voces de mis amigos, cantando con guitarras a la luz de una farola, en contraposición con el silencio acompañado de los adolescentes de ahora, hablando en grupo por el móvil o con los decibelios insoportables con que nos obsequian los días festivos de agosto.
No sé si eran más felices quienes cantaban en aquellos tiempos de posguerra inacabable o quienes ahora escuchan en silencio la música de sus auriculares o de los agresivos bafles de discoteca, pues ya se sabe que nadie es feliz siempre y que la felicidad no depende tanto del dinero como de saber disfrutar de las pequeñas cosas, pero añoro aquella alegría de quienes cantaban mientras hacían sus labores. La gozosa canción siempre me ha parecido un signo de esperanza.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión