1.
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Pacífico
Se llama así, me dice, porque nació en Pacífico, punto donde se anudan las líneas 1 y Circular. Salieron de Valdecarros, su madre –confiando ... en llegar al Hospital– y su tía. Su padre trabajaba fuera de Madrid, en un taller de Majadahonda. Entrando en La Suertes, Concha, la madre, ya se estaba poniendo de parto. Y en Pacífico, diez paradas después, ya asomaba la cabeza el niño. Yo cogí el Metro en Pacífico el pasado jueves 10 de abril y me encontré en la Estación con una pequeña fiesta. Resulta que hacía treinta años que Pacífico había venido al mundo en el andén, justo debajo de los extintores. Desde ese día, Concha ha regresado a la Estación cada 10 de abril para celebrar el cumpleaños de Pacífico, hijo único, por cierto. Ahora es él el que acompaña a su madre y lleva siempre para la ocasión unas pastas, unos bizcochos, un termo de café, vasos y platos de plástico para celebrarlo con las trabajadoras y trabajadores de Metro –ya algunos jubilados– que contribuyeron a su nacimiento. Ponen un mantelito, se abrazan e invitan incluso a viajeros ocasionales como yo. Nunca faltan, además de la tía, Lola y Carlos, que eran una pareja de revisores que habían subido al vagón en Puente de Vallecas, para comprobar billetes y acabaron de comadronas. Son los padrinos de Felipe. La línea familiar de Pacífico es de las más largas de Madrid. Y de España.
2.
Guía
Gloria es una muchacha invidente de nacimiento que se suele colocar en la boca de Metro de la parada de Cuatro Caminos. Por las tardes, porque por las mañanas trabaja de administrativa en una gestoría. Va siempre acompañada por su perro lazarillo, que se llama Blas, un labrador de tres años, sociable y muy buen ciudadano. Voy a bajar las escaleras y veo que ella, a la vez, las desciende acompañando del brazo a un hombre también invidente, éste sin perro y con un bastón que pliega para no tropezarse en la escalera. La observo y escucho. Le pregunta al hombre a dónde quiere ir. Él le dice que a Ríos Rosas. Pero que antes tiene que renovar el abono-transporte. Gloria le acompaña a las máquinas expendedoras de billetes. Allí ya la conocen. Ella le ayuda al hombre a renovar el abono. Con destreza y rapidez. Una empleada del Metro, que me ve observar la escena con curiosidad, me explica lo que hace Gloria: hace tiempo, en uno de sus primeras salidas con Blas, decidió ir probando a viajar en el Metro. Bajaron y en una bifurcación, Blas se soltó, por una mala maniobra de Gloria, y se despistó. Blas vagó sólo, durante horas por el laberinto de estaciones, mientras que Gloria lo aguardaba paralizada. Hasta que Blas regresó al mismo punto, en los tornos de Cuatro Caminos. Ahora Gloria, guía a personas en su situación. Memoriza de oído, olor y tacto todos los pasillos. Se dirige a mí para advertirme que voy en dirección contraria.
3.
Durmiente
No conozco su nombre, pero lo he visto ya varios días, muy pronto por la mañana, en el mismo asiento del mismo vagón del Circular. Profundamente dormido. Viste una gabardina gris y un sombrero que no se quita. Abraza con las manos un ejemplar de Pueblo, diario desaparecido. La gente lo contempla. Un pasajero que me ve que yo también lo miro intrigado, se medio sonríe y antes de bajarse en Arganzuela Planetario me dice en voz baja que el hombre duerme en el vagón; que en cuanto abren el servicio a las seis de la madrugada, se sienta, busca postura y duerme, durante horas. Y que a veces ronca. Hasta que lo echan cuando cierran el Metro. Los músicos ambulantes de la línea ya lo conocen y no tocan en el vagón para no despertarle. De pronto, un frenazo lo despierta bruscamente. Sin querer, me roza con el codo. Se disculpa: «perdone, estaba soñando».
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