Hace unos años, el grupo de teatro aficionado que dirijo representó una de mis obras en cierta localidad riojana muy devota del arte de los ... cómicos. Al acabar la función, en las habituales conversaciones que suelen establecerse con algunos espectadores, una señora madura alababa la actuación del actor, cuyo personaje era un joven homosexual, diciéndole, supongo que sin pensarlo mucho: «Es que vosotros, los gays, tenéis mucha sensibilidad». Todos sonreímos ante la ocurrencia, excepto la mujer y la hija adolescente del actor, que no pudieron evitar la carcajada.
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Esta anécdota no es un caso excepcional, pues el hecho de confundir al actor con el personaje es bastante frecuente. Un conocido y famoso artista español contaba cómo le recriminaban por la calle el mal comportamiento que tenía en la ficción, pues hacía el papel de 'malo' en una exitosa serie de televisión. Confundir la persona con el personaje, la realidad con la ficción, es más frecuente de lo que parece; y no solo ocurre en el teatro, sino también en ese gigantesco escenario que es la vida.
Todos conocemos casos de personas a las que resulta muy difícil abandonar el papel que ellos mismos se otorgan, sin ser conscientes del ridículo que hacen. Son especialmente proclives a esta irrisoria y grotesca situación los dictadores y jerarcas autoritarios que, desgraciadamente, vemos cada día, pero también muchísimos más. En el fondo, es una variante más de lo que antes se conocía como 'aparentar', ese toque de provincianismo que abundaba, sobre todo, en las ciudades, pues en los pueblos no tenía mucho sentido ya que todos conocían los dones y miserias de los demás. Esta confusión entre rol y persona es perdonable en la adolescencia, reino del equívoco y el desorden, o quizá sea perdonable siempre y pertenezca a la búsqueda de esos diez minutos de gloria a los que dicen que todos tenemos derecho.
Ahora, con las nuevas tecnologías digitales y el ciberespacio, ha aparecido un lugar en el que la confusión entre ficción y realidad, entre persona y personaje, campa a sus anchas y, yo diría más, forma parte fundamental de su estructura y da sentido a su existencia. Me estoy refiriendo a las redes sociales. Es muy frecuente ver el muro de un conocido que jamás ha tenido el más mínimo ingenio lleno de chistes agudos y graciosos; o el del amigo que nunca ha tenido un pensamiento original, escrito con ampulosas frases filosóficas, aunque sean de andar por casa. Supongo que son los tiempos, a los que hemos de acostumbrarnos. Yo, después de ver a un grupo de adolescentes caminar juntos y, en vez de hablarse, escribirse cosas en el móvil, ya no me sorprendo por casi nada. Además, después de todo, la señora que alababa la sensibilidad de los gays, aunque confundiera al actor con el personaje, no andaba muy descaminada.
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