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José Luis Navajas, nieto del fundador de Bodegas Montecillo Montecillo
Centenario del Rioja | 1970-79 La llegada del gran capital

Montecillo, una gesta digna de película de Hollywood

Su tinto Viña Monty 1975, historia para la bodega hoy en manos de Osborne, se impuso a los grandes vinos de Burdeos en una cata a ciegas en Amsterdam

Martes, 3 de junio 2025

El mundo cinematográfico posee la capacidad de transmitir emociones a través de una simple pantalla; es, sin duda, una de las plataformas preferidas donde la heroicidad y el sentimentalismo juegan un rol predominante y donde se le consiente al espectador soñar con logros casi imposibles. Sobre el papel, si se pregunta dónde se elaboran los mejores vinos, las cabezas girarían en principio a la derecha, mirando a Francia sin titubeos. El cine permite idealizar un resultado; por ejemplo, que no fuesen los vinos del país vecino los mejores, sino que estos se ubicasen al otro lado del Océano Atlántico, en la Costa Oeste de los Estados Unidos, en Napa Valley. No sorprendería, por tanto, encontrar una película, 'Bottle Shock' (2008), que así lo atestiguara. Pero sí desconcertaría conocer que ese filme estuviera basado en hechos reales, en concreto en una cata a ciegas celebrada en París en 1976 –conocida como 'el Juicio de París'– y donde un vino californiano, de la bodega Stag's Leal Wine Cellar, enmudeciera a un jurado profesional al quedar en primera posición, por delante de grandes referencias galas.

Porque, en ocasiones, lo imposible se hace realidad y supera, no una sino más veces, lo que pudiera parecer obvio. Y no hay que recurrir a Hollywood para encontrar esas pequeñas heroicidades. En un escenario distinto (Amsterdam) y con un actor principal diferente (Rioja), siete años más tarde, se repitió la gesta. El 17 de septiembre de 1983, Rioja y Burdeos vivieron una cata a ciegas histórica ante notario promovida por el Grupo de Exportadores de Rioja y un periodista totalmente independiente, el holandés Robert Lenard. El jurado, integrado por un grupo de expertos internacionales compuesto por críticos y periodistas especializados, gastrónomos, enólogos y propietarios de restaurantes, se enfrentó a cuarenta muestras. Y de los vinos catados, un Rioja se impuso a todos. En concreto, una botella de Viña Monty 1975, de Bodegas Montecillo. Logró un total de 288 puntos, por delante de tres grandes vinos franceses: Château Léoville Las Cases 1979 (258 puntos) –precisamente esta bodega, en la confrontación parisina, quedó en sexto lugar–, Château Brane-Cantenac 1979 (254 puntos) y Château de la Riviere 1978 (248 puntos). Y, sí, su victoria sorprendió. Primero porque nuevamente los vinos de Burdeos volvían a perder en una cata a ciegas; y segundo, porque su precio era diez veces menor que el de los grandes châteaux de Burdeos.

Nave de barricas actual de la bodega construida por Osborne en Navarrete. Justo Rodríguez

De esa añada legendaria, que se embotelló en formato mágnum, aún queda un centenar de ejemplares que aguardan en el cementerio histórico de botellas de Bodegas Montecillo. Un vino icónico, bajo una marca centenaria (Viña Monty), que volvió hace apenas un lustro a recuperar su espacio con motivo del 150 aniversario de la bodega. Un guiño que se ha trasladado también a la botella, al color de la etiqueta y a la cápsula. Así, en esa vuelta a los orígenes, a poner en valor la historia de esta bodega que nació en Fuenmayor en 1870, se ha recuperado su color verde característico de la etiqueta y el formato de botella Borgoña –dejando la Bordelesa a un lado–.

El vino de Bodegas Montecillo

El vino de Bodegas Montecillo
  • Viña Monty 197

  • Variedad: 80% tempranillo, 10% garnacha y 10% mazuelo

  • Viñedo: Finca El Montecillo, entre Fuenmayor y Cenicero, con viñedos de más de 50 años.

  • Vendimia: Manual

  • Crianza: Gran Reserva. Pasó 46 meses en barricas de roble americano. Embotellado en formato mágnum (1979). Descansa en los calados subterráneos de la bodega

  • Precio: 600 euros

El sueño de la familia Navajas –Celestino Navajas impulsó su creación– fue cobrando forma en torno a la Finca El Montecillo, que en los años cuarenta pasó a dar nombre a la bodega. La temprana muerte de su hijo Gregorio, el primogénito, marcó a su segundo vástago, Alejandro –formado en Burdeos–, que, con el único afán de cumplir los sueños de su hermano y pese a estar centrado en otros negocios en Bilbao, como la naviera con la que distribuían los vinos desde el puerto vizcaíno, retomó los proyectos que no pudo convertir en realidad Gregorio. Lo hizo con su hijo José Luis, que se preparó como enólogo en Borgoña. Viña Monty, como recuerda Fernando Umbría, jefe de administración e historiador particular de Montecillo, «no es más que el reflejo de sus estudios y de los conocimientos que había adquirido».

José Luis Navajas, en 1973, se encontró con un escenario incierto. Sus sobrinos-nietos, muy jóvenes, no iban a continuar con la bodega y él quería poder vendérsela «a otra familia vinatera que de verdad apreciara lo que iba a recibir». A la puerta llamaron personalidades como Ruiz Mateos –acababa de adquirir Paternina–, lo intentaron desde Montilla, Bodegas Cruz Conde, «pero con quien empatizó de verdad, porque fue lo que decantó la decisión, fue con Enrique Osborne, entonces vocal del consejo de administración de Osborne». Fue una época de muchas inversiones para el grupo jerezano, fundado en 1772, que construyó una nueva bodega en Navarrete, la actual –tardó un par de años en levantarla–, de dimensiones más grandes que la original.

La primera añada que entró en las nuevas instalaciones fue la de 1975 –con el viñedo aún en propiedad, porque años más tarde tuvo que ser vendido–, de ahí que para Bodegas Montecillo ese año fuese doblemente histórico. Tras esos primeros vinos estaban las manos del gerente Gonzalo Causapé, que permaneció más de treinta años en la bodega y durante 18 como vocal en el Pleno del Consejo Regulador.

Imagen de la bodega original en Fuenmayor, a principios del siglo XX. montecillo

Ese 'feeling' Navajas-Osborne se basaba también en la manera que ambas familias tenían de entender el negocio. «Osborne, que en la actualidad cuenta con más de 250 años de historia, estaba en todo momento en sintonía con cómo se trabajaba en Montecillo y así ha seguido siéndolo. Es decir, se vende lo que se produce y aunque ahora ese viñedo de Finca El Montecillo ya no es propio, tenemos una relación con nuestros agricultores de generaciones».

Esa filosofía ha continuado hasta la actualidad, al haber logrado encontrar un equilibrio entre la parte más tradicional de esa elaboración centenaria y la más tecnológica, respetando en todo momento los orígenes y con el objetivo de seguir escribiendo la historia de una unión Rioja-Jerez, bajo el paraguas de Osborne, que tiene aún mucho que contar.

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