Rosalía 'in-extremis' en Logroño antes de que le sucediera todo
«Los trescientos espectadores que asistieron a aquel concierto de la pasada primavera logroñesa no teníamos ni la más remota idea de que se iba a convertir en un fenómeno de masas...»
Hace algo así como dos años la periodista María Sobrino me preguntó si conocía a Rosalía. -No, a no ser que te refieras a la poeta gallega-. ¡Nada que ver!, me espetó. Llegué a casa y en el internet de las cosas buenas busqué a Rosalía y me encontré con indisimulados ecos y almas de la Niña de los Peines, Manolo Caracol, Vallejo, Juanito Valderrama, Don Antonio Chacón y un aire 'morentiano' sobrevolando los temas con la irritante guitarra de Raül Férnandez Miró 'Refree', una especie de tocador cubista que además le produjo el disco. 'Refree' me incomodaba mucho al principio, menos al final y ahora me parece una especie de brujo de la sublimación estética de los sonidos del cante clásico (que fue rabiosamente moderno cuando lo conjuraron los grandes pioneros) y el sonido actual, en el que las referencias melódicas parecen haberse mezclado tanto entre ellas que cada tema es un ejercicio de estilo sin paradigmas ante los que sobrescribir nuevos perfiles para derribar los viejos. Iba escuchando poco a poco el disco y para mi sorpresa, el nombre de Rosalía apareció en la programación de los Jueves Flamencos. «Una catalana ecléctica y sorprendente que transita con su voz por espacios inesperadamente flamencos y contemporáneos», escribí en el artículo de presentación del ciclo en Diario LA RIOJA. Rosalía aceptaba el reto de un concierto jondo en un ciclo exigente por el que han pasado todas las voces flamencas, ortodoxas y heterodoxas del cante.
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No pude entrevistarla, ni para el periódico ni para los encuentros con los flamencos que grabo en Bodegas Ontañón. Su 'jefa de prensa-muro hermético' me lo impidió a instancias al parecer de la propia artista, que precisamente durante aquellos días de abril se encontraba grabando 'El mal querer', tal y como me explicó después. A medida que se acercaba el concierto empezaron a pedirme entradas. Con Rosalía o sin ella, cada localidad del Salón de Columnas (que no llega a las 300 personas de aforo) es un tesoro y el trapicheo de boletos se reduce a la mínima expresión.
Ya había llegado a Logroño la espuma de sus efervescentes actuaciones en los festivales 'indies' del verano pero nadie podía esperar el fenómeno de ventas que se iba a provocar son su segundo disco, 'El mal querer', y el primer tema, 'Malamente'. ¡Uh!
Llegó Rosalía al Bretón acompañada por Alfredo Lagos, un tocaor excepcional que la suele acompañar cuando la catalana aborda los registros más clásicos, aunque en ella el clasicismo siempre adquiere un matiz diferencial. Me sorprendieron algunas ausencias entre los habituales de la vieja Sala Rex, pero la cátedra asistió impávida a su actuación. Apareció como una diosa sobre el escenario con un vestido entre carmesí y rosa palo, con transparencias y un bordado de flores sobre el raso.
Comenzó con la mítica y pavorosa media granaína 'Engarzá en oro y marfil, tú llevas una cruz al cuello…'. Don Antonio Chacón se me apareció, aquel del que Tomás Borrás dijo que gastaba ojillos menudos, cara rubiaca y gorda de obispo satisfecho. Don Antonio Chacón, el Papa del flamenco ahora en la garganta de una catalana bellísima y 'trap' en pleno siglo XXI. Escribí que el flamenco se asomó al abismo de la garganta de Rosalía, poseedora de una voz que conmueve por su carácter íntimo y recoleto, pero también profunda y arrebatada como en uno de sus gritos por soleá; una soleá como rota y deconstruida en su compás pero admirablemente bella.
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Alfredo Lagos la buscaba con las cuerdas para encontrar el momento exacto en el que Rosalía se subía al ritmo al romperse los tercios de cada palo; aquellos matices de inseguridad o de lo que sea me dejaron atónito. Y ella cantaba y giraba en la historia del flamenco con saltos copernicanos para llevar su garganta a Antonio Molina y 'La hija de Juan Simón'. Y desde aquí, otro sideral giro más, en este caso a la guajira y los cantes americanos de una hermosísima cubana que constituyo otra de las cumbres del concierto.
Antonio Benamargo, el productor flamenco que la trajo a Logroño y que hace unos años ya la había incluido en el ciclo de jóvenes voces que organiza en 'Casa Patas' de Madrid, me alabó su forma de cantar y su singularidad flamenca. Nadie podía imaginar la locura que iba a generar unos meses después... Logroño vivió a Rosalía sin saber una gota del Mal querer, aunque intuyo que ella ya lo llevaba dentro con una agitación interior que tiene que ser muy dura para cualquier artista.
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«Cuando sales por la puerta / pienso que no vuelves nunca / y si no te agarro fuerte / siento que será mi culpa», canta la catalana, que también fue a la Bienal Flamenca de Sevilla con su bagaje de flamenca impura cuando la impureza es sabido que ha sido el motor que ha alumbrado la evolución de una música tantas veces sepultada por los tópicos de los que la desconocen.
Los trescientos espectadores que asistieron a aquel concierto de la pasada primavera logroñesa no teníamos ni la más remota idea de que Rosalía se iba a convertir en un fenómeno de masas y al menos en mi caso me importa un bledo.
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Ahora escucho 'El mal querer' y me parece un disco colosal, un disco extraño, barroco, felino; una miscelánea logradísima de sensaciones en el que se confabulan estilos 'degenerados', soberbias reintrerpretaciones de cantes tradicionales, juguetillos y falsetes, declamaciones y regusto también a los aires lorquianos de 'Bodas de Sangre'. No sé, pero me encanta y les gusta a mis hijos. No busco explicaciones pero me complace escucharlo. Siento por Rosalía una sensación de cariño vago, de admiración hacia lo genuino de su sino de cantaora a la que quieren maldecir los que nada entienden porque siento que no la saben escuchar.
Y como periodista vanidoso que soy, le agradezco infinitamente el mensaje que me mandó por un privado de 'tuiter' y que ahora tengo la osadía de reproducir:
«Pablo muchísimas gracias x la crítica, me ha hecho una ilusión q no veas»
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Y para terminar
Un recuerdo al poema de Don Antonio Chacón de Tomás Borrás, que definía con milimétrica exactitud que es ser flamenco:
«Es tener otra carne, alma, pasiones, piel, instintos y deseos; es otro ver el mundo, con el sentido grande; (... ) odiar lo rutinario, el método que castra; embeberse en el cante, en el vino y los besos; convertir en un arte sutil, y de capricho y libertad, la vida; sin aceptar el hierro de la mediocridad».
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