Hostelería. Negocios que ya no lo son tanto
Francisco Martínez Bergés y Víctor Manuel Riera, con más de 40 años en la restauración, valoran el pasado, presente y futuro del sector en La Rioja y reconocen que fue mucho más rentable que en la actualidad
Francisco Martínez-Bergés, presidente de la Asociación Hostelería Riojana, abrió su primer bar, el Boston de Navarrete, con apenas 20 años, tras la mili. Después, con unos socios, inauguró el Tío Tito y fue abriendo sucesivamente en Logroño el Casablanca, La Habana, Itabo, Mojito, Mulligan y el que ostenta actualmente, el Ópera. «Los bares eran rentables antes. Yo me enganché a la hostelería en Mallorca e Ibiza, donde hice la mili. Empezábamos, veías que rendían y te metías en un círculo», recuerda Francisco Martínez-Bergés.
Víctor Manuel Riera, representante del ocio nocturno en la asociación, comenzó a trabajar en hostelería con 13 años, ayudando a sus padres en el bar de las piscinas de Ayegui (Navarra). «Empecé a hacer mis pinitos en verano y le cogí cariño a este negocio», recuerda Riera, quien montó hace 40 años La Fontana en La Laurel. Después vinieron el Copacabana de Alberite y, en Logroño, El Soho, Coyote, Submarino con el pintor Luis Burgos y, actualmente, las discotecas Concept y Suite con otro socio. «Hubo una época dorada porque había mucho trabajo», reconoce Riera. «Cobrábamos los refrescos y las cervezas a 75 pesetas. El sueldo era para pagar la casa y las horas extra, para el ocio. Las cuadrillas salían todos los días y cada uno pagaba una ronda, no como ahora que cada uno paga su agua», expone Bergés.
Aunque sigan pareciendo buenos negocios, los bares ya no lo son tanto, advierten los hosteleros, porque, calculan, han pasado de pagar un 8% de impuestos a un 32%, y otro 31% es para pagar al personal. «La gente nos dice que estamos siempre llenos pero hay muchos gastos», explica Riera. A esto hay que añadir una última década especialmente complicada para la hostelería por la ley antitabaco, que les empujó a hacer obras, y la pandemia, que les obligó a cerrar, además de las crisis económicas. «La pandemia fue dura. El Gobierno intentó ayudar pero no lo hizo bien porque al final hemos tenido que devolver las ayudas. Y ahora la gente quiere estar en la calle, se solicita la terraza más que nunca y hay gente que ni quiere entrar en los locales», declara Riera.
«Falta profesionalidad»
Pero España, y también La Rioja, es una zona turística donde se socializa en la calle, sobre todo en los bares. Sobre la supuesta falta de personal Bergés aclara que no es cuestión de que los sueldos sean bajos sino que se ha incrementado el número de establecimientos y, por tanto, de puestos de trabajo en los últimos veinte años: de 900.000 camareros en el 2002 a 1.960.000 actualmente.
«Necesitamos personal no porque se pague mal sino porque se ha duplicado el trabajo. El problema es que la gente quiere vivir, disfrutar, y los fines de semana no quiere trabajar nadie», argumenta Bergés. A esto Riera suma otro inconveniente como es la escasez de formación: «Hay gente que quiere trabajar pero necesita formación, falta profesionalidad».
Así, el sector de la hostelería parece incierto de cara al futuro. Bergés cree que cambiará mucho debido a la irrupción de las grandes franquicias. «Ahora lo que funcionan son las grandes cadenas porque es la única manera de competir, los pequeños lo tenemos difícil. Y el turismo también cambiará», vaticina el presidente de la Asociación Hostelería Riojana. Riera es un poco más optimista: «Quiero creer, por el cariño que le tengo al oficio, que sobreviviremos, gracias, también, a la inmigración, que viene con muchas ganas de trabajar».