Entre Cicerón y Marco Aurelio
Diario de un tipo confinado (XVIII) ·
Un día gris y seco. Ayer fue una jornada llena y devastada por números y cifras. Unos incomprensibles y los otros glacialesUn día gris y seco. Ayer fue una jornada de números y cifras. Unos incomprensibles y los otros glaciales. Como escribe Marguerite Yourcenar en 'Memorias de Adriano', el paisaje de estas semanas «parece estar compuesto, como las regiones montañosas, de materiales diversos amontonados sin orden alguno». Así se encuentra mi cerebro en estos instantes: sucesivamente confinado por el cráneo, lo que la cultura define como cordura y después de diferentes e irregulares capas de axiomas formadas por «los granitos de lo inevitable»; es decir, por lo que Adriano definía como «los desmoronamientos del azar».
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Esta obra es la gran cúspide de una escritora francesa que cambió de apellido por su seudónimo. Yourcenar en realidad es un anagrama de Crayencour y recrea una memorable epístola de confesiones, vivencias y consejos del emperador Adriano –nacido, como su antecesor y protector, Trajano, en España– a Marco Aurelio. Yourcenar hizo suya una frase de Flaubert: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre». Y el hombre en toda su dimensión era este Adriano elevado a la máxima potencia del conocimiento y la sensibilidad que dejó ideas que ahora parecen proféticas: «Vendrán las catástrofes y las ruinas; el desorden triunfará, pero también, de tiempo en tiempo, el orden. La paz reinará otra vez, las palabras libertad, humanidad y justicia recobrarán aquí y allá el sentido que hemos tratado de darles».
Adriano tuvo un gran amor, su bellísimo esclavo Antínoo, con el que se explicó a sí mismo el misterio del amor: «No creo en la obscena frase de Posidonio sobre que el frote de dos parcelas de carne defina el fenómeno del amor, así como la cuerda rozada por el dedo no explica el milagro infinito de los sonidos. Clavado en el cuerpo querido como un crucificado a su cruz, he aprendido algunos secretos de la vida».
El paisaje de estos días está compuesto, como regiones montañosas, de materiales diversos amontonados sin orden
La lentitud de estos días concéntricos me recuerda a uno de los pensamientos del Adriano más joven: «Nada es más lento que el verdadero nacimiento de un hombre». Quizás estemos alumbrando un mundo nuevo y desconocido. Ojalá sea como ese tiempo único que discurrió entre Cicerón y Marco Aurelio.
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