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Valdeperillo es una aldea casi en la frontera con Soria y en la que varias calles son de piedra viva, lo que recuerda que está construida sobre la roca de la montaña. Solo el basto motor de un tractor rompe el silencio de la mañana del viernes, después solo se oye el hilo de agua que corre en una fuente y el maullido de algún gato manso. La llegada de la cartera es la pista definitiva para saber que el pueblo no está abandonado y, como el flautista de Hamelín, a su paso van saliendo los apenas diez vecinos y la solitaria localidad empieza a cobrar vida.
«Hay días en que no hay ninguna carta que entregar, pero entro igual porque, tal vez, algún vecino necesita algo», explica Alicia Sainz Cuadra, la cartera. Ella es de Cervera y, después de trabajar en la Administración, hace nueve años empezó a ejercer en Correos, en oficina, y desde hace dos realiza la ruta de Igea, Cornago, Valdeperillo y Las Ventas (Cervera), una media de 14 kilómetros de recorrido andando cada día. A María Jesús, que cuida de sus ancianos padres, le llega correspondencia «de bancos y médicos, siempre a tiempo».
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«Muchas días Alicia es la única persona que viene al pueblo, aunque los jueves también viene el de los congelados», explica María Jesús. También acude el panadero dos veces a la semana. Su hermana Almudena aparece después, la última niña que nació en el pueblo. «Y conmigo cerró la escuela», añade. «Como somos aldea, dependemos de Cornago y la cartera es el único servicio para el que no tenemos que ir allí», destaca Almudena. También se une Angelines, otra vecina que asegura usar el servicio postal porque vende ropa por Wallapop. «La mayoría de cosas son zarrias, no me compra casi nadie. Bueno, he vendido un traje de chulapa», presume Angelines.
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La paquetería, junto a las cartas de bancos y citas médicas, es el grueso de la labor postal diaria, aunque las cartas ordinarias aún resisten. «El trabajo me encanta, me gusta el contacto con la gente, entregar el paquete en mano. Muchas veces se espera una carta o un paquete y lo recibe con alegría», explica Alicia. Es innegable que su trabajo tiene una importante componente social por el contacto y la implicación humana en el mundo rural.
«Los vecinos saben cuándo llego y me voy y si da la casualidad de que un día no paso por una calle, me esperan donde aparco», advierte Alicia, porque también es el 'buzón' de envío, no solo de entrega. «Hay usuarios que normalmente hacen una serie de envíos y si no los veo, me acerco a sus casas, por si están enfermos. Últimamente ha fallecido mucha gente mayor en Igea y me da mucha pena porque son ya como de tu familia», confiesa Alicia.
En Cornago, por ejemplo, ha entregado un certificado a Felipa, de 83 años. «Podría ser una ayuda, pero no creo, más bien será algún pago», bromea la señora. El humor no falta en el pueblo. Nacho, a quien Alicia llama a gritos en medio de una obra, responde: «Cuando me llamas es porque tengo alguna denuncia... Ah, no que es de la empresa», corrige al abrir un sobre con un catálogo de cuartos de baño de Roca.
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