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Briñas, una imagen del pueblo. justo rodríguez

Los contrastes de la Sonsierra

Llenar de vida La Rioja vacía ·

San Vicente cae por debajo de los mil habitantes mientras Labastida, en el País Vasco, sigue ganando población

Pío García

Logroño

Miércoles, 19 de febrero 2020, 13:47

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Cuando uno cruza el río Ebro y afronta las cuestas empinadas que conducen al castillo de San Vicente de la Sonsierra, intuye que ha llegado a un pueblo importante. Hay casas de piedra, escudos, bodegas, coches aparcados, tractores moviéndose, bares, comercios, agricultores podando en las viñas.

Quizá por eso nadie piensa en San Vicente cuando se habla de la España vacía. El municipio sonserrano no tiene nada que ver con esos pueblecitos agonizantes y solitarios que parecen a punto de exhalar su último suspiro. Hay en sus hermosas calles movimiento, conversaciones cruzadas e incluso alegría. Sin embargo, las estadísticas oficiales de población reflejan un suave declive, un desangrarse lento y continuo que va cubriendo etapas inexorablemente: en los años cincuenta tenía más de 2.000 habitantes; en el 2019 cayó, por primera vez, por debajo de los mil. Según los datos del padrón, en San Vicente hay censados 990 vecinos. «Es difícil retener a la gente joven; cada vez se ven menos críos», lamenta Isabel Bañares, la alcaldesa. Para colmo, los mismos datos apostillan que, a menos de cinco kilómetros, en la localidad alavesa de Labastida, las cosas pintan diferente: en 1992 superó los mil habitantes, ha seguido creciendo y ya va por los 1.450 vecinos. «Es que el País Vasco tiene más ventajas que nosotros; dan mayores facilidades», reconoce la alcaldesa.

Frente al Ayuntamiento de San Vicente de la Sonsierra, el cronista se encuentra con Remedios Vinaburo, Marisol Serrano y Emilia Fernández. Luego se les unen Ana Rivera y Marisa Pangua. Forman parte de la agrupación cultural La Luciérnaga y han quedado para ensayar unas obritas de teatro. «Pueblo como este no hay otro», se esponja Marisol. No le falta razón, aunque los datos demográficos resulten tozudos. «Ha habido un cambio de mentalidad y eso que aquí, con la uva, todavía estamos bien», añade.

Remedios, Marisol, Emilia, Ana y Marisa prefieren no perder el tiempo con cavilaciones amargas. Lo suyo es la agitación: hacen teatro, proponen charlas, organizan bailes. «Lo que no comprendemos es por qué solo las mujeres nos ocupamos de dar vida a los pueblos; los hombres van a lo suyo y ni se les ve. ¿Por qué pasa eso?». Y todas miran fijamente al cronista y al fotógrafo, como para abochornarles. Tampoco les quita el sueño que Labastida vaya para arriba y San Vicente para abajo: «Puede ser por las ayudas del País Vasco para la emigración», aventuran Remedios y Marisol. «Al final, estamos al ladito y nos complementamos bien. En un pueblo tenemos unas cosas y en otro, otras. ¡Y tenemos las viñas revueltas!», se ríen. Ana Rivera, por ejemplo, vive en Labastida y baja a San Vicente para hacer teatro con sus amigas de Las Luciérnagas.

La alcaldesa de San Vicente apunta algunas medidas que podrían ayudar a fijar la población: mejores líneas de transporte y facilidades para acceder a una vivienda. «No deberíamos aplicar en los pequeños municipios las normas urbanísticas de las grandes ciudades», sugiere. Isabel Bañares repara, por ejemplo, en los problemas del Casco Antiguo: «Muchas casas pertenecían a gente que ha fallecido y han quedado en manos de sus descendientes, que a veces son muchos. O no se ponen a la venta o lo hacen a precios muy caros, cuando muchas llevan años deshabitadas y necesitan re formas profundas. Lo ideal sería que esas casas pudieran salir al mercado a precios razonables para que los interesados pudieran comprarlas y restaurarlas».

Ábalos y Briñas. Fotos de Justo Rodríguez
Imagen principal - Ábalos y Briñas. Fotos de Justo Rodríguez
Imagen secundaria 1 - Ábalos y Briñas. Fotos de Justo Rodríguez
Imagen secundaria 2 - Ábalos y Briñas. Fotos de Justo Rodríguez

La vivienda también supone un problema en Ábalos, otro coqueto municipio tallado en piedra y acostado en la orilla izquierda del Ebro. «Hay gente joven que no ha podido quedarse aquí por falta de suelo o de pisos», lamenta su alcalde, Vicente Urquía. «Ábalos está bien comunicado, hay movimiento económico, hay posibilidades de enoturismo..., pero falta vivienda». Quizá una solución podría llegar si se reactivase una fallida promoción que quedó truncada cuando explotó la burbuja inmobiliaria y que dejó varado, en medio del pueblo, un espantoso fantasma de ladrillo y hormigón. «Es horrible -subraya Urquía-. Sería muy importante para Ábalos que los promotores lo concluyeran y se ofreciera así una alternativa para los jóvenes que buscan piso».

Briñas es el tercer municipio riojano que se moja los pies -en este caso literalmente- al otro lado del Ebro. Es también, como Ábalos y San Vicente, un pueblo vinatero de abolengo y casonas solemnes, dominado por una iglesia majestuosa. «Es verdad que cuesta mucho retener a la gente, pero estamos contentos porque en los últimos meses cuatro familias nuevas, que no tenían vinculación con Briñas, se han instalado aquí», apunta su alcaldesa, Silvia Bahíllo. Con Labastida, en cualquier caso, ni se plantean competir: «Es que no podemos comparar los servicios. Ahí tienen de todo: médico, supermercados, escuela, ikastola... Nuestra ventaja es que estamos muy bien situados, a un paso de Haro».

Las fronteras, en cualquier caso, son aquí líneas difusas, que juguetean caprichosamente entre viñas y tractores. Con más o menos niños por las calles, todavía queda mucho pulso en la Sonsierra. «Es el tiempo que nos ha tocado vivir y todo lo demás es nostalgia», resuelven Remedios Vinaburo y sus amigas de Las Luciérnagas.

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