Borrar
Un nómada del desierto posa con su camello. FOTOS:ZIGOL ALDAMA
Gengis Kan echa raíces

Gengis Kan echa raíces

Mongolia vive la mayor transformación social de su historia. Cada año, 20.000 nómadas se asientan en ciudades. Este siglo podrían desaparecer

ZIGOR ALDAMA

Domingo, 23 de febrero 2020, 00:36

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Son ya las siete de la mañana, pero la estepa de Mongolia todavía está cubierta por un espectacular manto de estrellas. En un punto que el GPS sitúa en medio la nada, los astros parecen reflejarse en el suelo. Pero los puntos luminosos que aparecen en un recodo de la montaña no tienen nada que ver con el espacio sideral: son los atentos ojos de las ovejas que componen el rebaño de Damb Batnasan, uno de los casi 800.000 nómadas que aún viajan con la casa a cuestas a lo largo y ancho de un territorio que multiplica por tres la superficie de España.

Si lo hubiese, un termómetro marcaría 35 grados bajo cero, pero Damb abre la puerta de la yurta en la que vive su familia y sale en mangas de camisa al exterior. Sin duda, no hay mejor forma de desperezarse. Dentro del ger -como llaman en Mongolia a la tienda circular típica de los nómadas- una nube helada provoca un escalofrío en el resto de los habitantes, entre los que se encuentran sus hijas y algunos primos que han venido a visitarlos con motivo de las vacaciones del Año Nuevo Lunar. Como marca la tradición, los chicos acompañarán a Damb a pastorear, mientras que las chicas se quedarán con su mujer, Batsuren Tsetsegmaa, a limpiar, coser, y cocinar.

Aunque Damb y Batsuren cuentan con muchos elementos de la vida moderna, como una televisión, un reproductor de DVD, y teléfonos móviles inteligentes que cargan gracias a las placas solares que instalan en el exterior, esta pareja de treintañeros está convencida de que su estilo de vida tiene los días contados: «El nomadismo desaparecerá con nuestra generación», comenta él por la noche mientras degusta un chupito de vodka Chinggis. Para explicar por qué se limita a señalar a su hija pequeña, que con solo tres años ya utiliza el smartphone como si fuese parte orgánica de su cuerpo. «A menudo se queja de que no tenemos internet y no puede bajar vídeos de YouTube», comenta el padre. «Los jóvenes quieren otro tipo de vida».

Aigerim Asker, adolescente de etnia kazaja, entrena con su águila para competir en un campeonato de cetrería.
Aigerim Asker, adolescente de etnia kazaja, entrena con su águila para competir en un campeonato de cetrería. ZIGOR ALDAMA

Las estadísticas le dan la razón. La Organización Mundial para las Migraciones (OIM, por sus siglas en inglés) estima que, cada año, unos 20.000 nómadas mongoles dejan de serlo y echan raíces en el asfalto. A pesar de que la capital, Ulán Bator, veta los nuevos asentamientos desde hace ya unos años, la migración interna es imparable. Y la OIM explica por qué con algunas razones de peso: por ejemplo, de media, los nómadas tienen que recorrer 675 metros para acceder a una fuente de agua, y 8,8 kilómetros para encontrar algún tipo de asistencia sanitaria. En muchos casos, la escuela más cercana se encuentra mucho más lejos, por lo que la mayoría de niños nómadas en Primaria y Secundaria residen en la ciudad en régimen de internamiento.

«Disfruto de la vida en la naturaleza y de la cercanía a la familia. Pero también quiero desarrollar una carrera profesional, ser independiente, y casarme con la mujer que yo escoja, no con la que esté en el 'ger' más cercano», explica otro nómada, Jariber Bimolda, a varios cientos de kilómetros de donde vive Damb. La falta de privacidad, así como de vida social, son también razones que aducen otros adolescentes y jóvenes. «Estoy a punto de acabar la carrera de Periodismo en Ulán Bator, y espero que me contraten en algún periódico cuando tenga el título. Me gusta la prensa 'online' y tampoco me importaría buscarme la vida como 'influencer' utilizando las redes sociales», comenta Batzul, una joven de 21 años que se desespera cada vez que tiene que regresar a la yurta familiar y no tiene cobertura en el móvil en kilómetros a la redonda.

Batzul también critica que la vida nómada ha evolucionado relativamente poco desde los tiempos de Gengis Kan y que los roles de hombres y mujeres son excesivamente tradicionales. «La brecha existente entre el campo y la ciudad es mucho mayor que en cualquier otro país. Ulán Bator es moderna, pero en las zonas rurales muchos viven en la Edad de Piedra», se queja. Anaraa Nyamdorj, uno de los principales activistas transexuales del país, coincide con ella. «Se tiende a sublimar la vida nómada, pero lo cierto es que, además de ser increíblemente dura, es un páramo intelectual», dispara.

Dos homosexuales, en una discoteca de Ulán Bator.
Dos homosexuales, en una discoteca de Ulán Bator. Z. ALDAMA

Pero en Ulán Bator no es oro todo lo que reluce. De hecho, la mayoría de los nómadas que deciden deshacerse de sus rebaños para plantar su ger en las laderas que abrazan la capital no encuentra lo que busca. En algunos de estos curiosos asentamientos, en los que se intercalan yurtas y pequeñas construcciones de madera, la tasa de paro se dispara hasta el 60%, y diferentes ONG alertan de que lacras sociales como la violencia machista o el alcoholismo son mucho más prevalentes que en zonas de la ciudad en las que los orígenes nómadas de la población han quedado mucho más atrás.

El ascenso de las mujeres es imparable: son propietarias del 40% de las empresas del país, y se muestran más ambiciosas

Sin vuelta atrás

Un problema adicional es que la sedentarización rara vez tiene vuelta atrás. Lo sabe bien Sukhtogoo, que abandonó las montañas del lejano oeste en 1965 para instalarse en Ulán Bator y todavía se arrepiente. «Una vez que vendes el ganado, que ha ido pasando de generación en generación, volver al nomadismo solo es posible si has hecho suficiente dinero como para comprar un buen rebaño. Y, si tienes éxito en la ciudad, ¿para qué vas a volver?», se pregunta. Él no lo tuvo, y ahora solo aspira a sobrevivir. «Los mongoles siempre hemos vivido en libertad. Ahora construimos vallas y muros detrás de los cuales no sabemos vivir», se lamenta.

Opulencia en una boda en la capital, Ulán Bator.
Opulencia en una boda en la capital, Ulán Bator.

No obstante, al calor del crecimiento económico impulsado por sectores como la minería, un creciente número de mongoles sedentarios da forma a una nueva clase media que bebe de la globalización sin renegar de su cultura. Y, sin duda, en esta nueva etapa es la mujer quien tira del carro. Las estadísticas reflejan de forma contundente su ascenso: el año 2000, las mujeres mongolas habían sido escolarizadas una media de 9,4 años, mientras que solo diez años después ese período se había extendido hasta los 14,6 años. Ahora, el Banco Mundial estima que las mujeres son propietarias del 40% de las empresas del país, y una encuesta de esa institución concluyó que los hombres también consideran a las mujeres más activas y ambiciosas.

«Quiero una carrera, ser independiente, y casarme con la mujer que yo escoja, no con la que esté en el 'ger' más cercano»

Buen ejemplo de ello es Enkhmaa Munkhjargal, madre soltera y profesional de éxito. Podría haber nacido en cualquier país occidental: le encanta beber café, disfruta bailando salsa en locales de moda, viaja por el mundo, y encaja en el perfil de ejecutiva. Desafortunadamente, tiene dificultad para encajar en una sociedad todavía muy tradicional y machista. «Los hombres han evolucionado mucho menos», sentencia con una sonrisa maliciosa. Por eso, algunas de sus amigas, también de espíritu independiente, ponen sus miras fuera de Mongolia. «Aquí la situación está mejorando, pero las verdaderas oportunidades para desarrollar una carrera profesional están fuera», comenta Munkhjargal con pena.

La familia de Batzul (de morado) posa en el lugar donde se ha establecido.
La familia de Batzul (de morado) posa en el lugar donde se ha establecido. Z. ALDAMA

'Nómada digital'

Por eso, a su hija ya la está preparando para que pueda volver a ser nómada, pero por todo el mundo. Lo que en el lenguaje 'cool' se denomina 'nómada digital'. Y está teniendo éxito. A pesar de que acaba de entrar en la adolescencia, ya habla inglés y ruso con fluidez, y sorprende la madurez de una niña que ya tiene sus ojos puestos en el chino y el español. No obstante, madre e hija reconocen que disfrutan regresando al pueblo de Zuunkharaa, del que es originaria la familia, para pasar las vacaciones y reconectar con la naturaleza. A Munkhjargal le daría pena que la vida nómada se extinga en Mongolia, algo que podría suceder hacia la mitad de este siglo, pero es muy consciente de la dureza de este estilo de vida y tiene claro que el país debe mirar hacia adelante.

'Adiós a Mongolia', en las librerías

La gran transformación social que vive Mongolia suele pasar desapercibida. Está eclipsada por la fascinación que provocan en todo el mundo los dos gigantes que estrujan la mítica tierra de Gengis Kan: China y Rusia. No obstante, los cambios en el país con menos densidad de población del mundo se producen a una velocidad de vértigo. Desde el fin del nomadismo y las consecuencias que acarrea, hasta el auge del activismo LGBTI, lo cierto es que la Mongolia del imaginario colectivo occidental está desapareciendo.

Desde 2006, he visitado el país en seis ocasiones, en períodos de casi un mes. He tenido la oportunidad de convivir con una veintena de familias nómadas y de entrevistar a todo tipo de representantes de la Mongolia moderna. He pasado dos inviernos con temperaturas mínimas de 40 grados bajo cero, he cubierto el festival del Naadam, y he acompañado a los 'ninjas' que obtienen oro de forma ilegal. Con todo ello, he tratado de hacer una radiografía del país que el próximo martes ve la luz en forma de libro. 'Adiós a Mongolia' (Ediciones Península), combina peripecias en primera persona, propias de la literatura de viajes, con el riguroso estilo periodístico necesario para profundizar en un vuelco social, económico y político del calado del que vive Mongolia.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios