Mi familia
El autor repasa sus años de jugador de balonmano en el Calasancio
Eloy Madorrán
Lunes, 6 de febrero 2017, 20:00
Llueve afuera. Las gotas llaman a la ventana reclamando algo de atención. Yo las ninguneo. Nada me va distraer ahora que he cogido el bolígrafo y un papel. Estoy fuera de Logroño, es el cumpleaños de mi mujer y no puedo abrazarla. Tampoco a mis hijos. Mientras cuento las horas que faltan para que comience el Guadalajara-Naturhouse me sincero en una habitación de hotel, sobre un folio en blanco. Me apetece.
Pienso en la familia. En lo importante que es. Pienso en la suerte que tuve siendo el hijo de Roberto y Fe, ejemplos de coherencia y trabajo, y hermano de Gabriel, Espe y Marta. ¡Qué suerte tengo!
No sé quién es ni cómo se llama el encargado de repartir fortuna, pero estoy convencido de que conmigo se le fue la mano. Si no, sería complicado comprender que dejara que se cruzase en mi vida María. Con ella todo tiene sentido, todo encaja. Y más desde que Sergio y Martín nos acompañan en este viaje. Gracias
Y me viene a la cabeza mi otra familia, la deportiva. Y entonces todo se dibuja en color amarillo. Revivo cada una de las miles de veces que atravesé ese angosto y semioscuro pasillo. El ruido de los balones sobre una pista cada vez menos colorida, el indescriptible aroma de los vestuarios y los chistes de los compañeros.
Los sábados de competición comenzaban por la mañana acompañando a un equipo alevín a jugar su partido del siglo de cada fin de semana. En el Calasancio los jugadores mayores se responsabilizan de las categorías inferiores. Lo normal en las familias, los hermanos mayores cuidan de los pequeños.
Ya por la tarde, los calentamientos en el gimnasio, la salida a la cancha, la supervisión del Panta, los familiares y amigos en la grada, el Jorcano en su puerta, la elección de balones y el sorteo de campo. Los goles de fly con Pedro, el banquillo, Sergio lanzando a portería con dos jugadores colgados, las paradas de Roberto, los consejos de Francis, las escuadras de Menele, Michi resbalando por el área tras marcar desde el extremo, los cambios de Toño, los diálogos con Monforte, los derbis con el Cantabria, las reclamaciones de Goñi, los balones al poste En fin, la vida.
Es una familia la del Calasancio en la que cuenta más las ganas que lo que ganas, hay más piedad y letras que gritos y billetes, se aplaude la vocación y se perdona la equivocación, se trabaja para que te formes y se evita que te conformes, se comparten esfuerzos y se esfuerzan en que compartas. Creo que alguna vez ya se lo he contado, pero me parece lo suficientemente relevante como para volver a hacerlo. En el Calasancio no cobra ningún entrenador ni directivo. El dinero que pagan las familias se revierte en ellas mismas, en sus hijos. ¿Hay algo que tenga más valor que hacer las cosas sin pretensiones económicas?