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Historia

McMartin, el valeroso escocés de Nalda

El militar británico vivió dos décadas en La Rioja tras la Guerra de la Independencia, se casó con una naldense, tuvo seis hijos, trabajó como agricultor y combatió al bando carlista

Domingo, 2 de noviembre 2025

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Atesora la villa de Nalda e Islallana un notable bagaje histórico, en cuanto a personajes, memorias y monumentos, pese a que durante los últimos 250 años, al igual que en el resto de La Rioja, buena parte de ese patrimonio quedó diezmado por la Guerra de la Independencia y las diversas contiendas civiles acaecidas en España entre 1833 y 1939. A lo largo de cinco siglos, se convirtió la localidad en el núcleo principal del Señorío de los Cameros, unido a la familia Ramírez de Arellano y al condado de Aguilar de Inestrillas. Apellidos tan influyentes y poderosos como Garaizábal u Osma dieron lustre a Nalda con su ornato y hacienda, y hasta un valeroso militar escocés brilló con letras de oro en sus anales. Se llamaba Michael McMartin.

Cuando en 1808 las tropas de Napoleón intentaron conquistar la Península Ibérica, a la indomable rebelión del pueblo español se unió un nutrido ejército británico liderado por sir Arthur Wellesley, quien pasaría a la historia como el duque de Wellington.

En el verano de 1810, avanzando las huestes de la corona inglesa por el centro del país, varias patrullas de reconocimiento se adentraron en La Rioja para inspeccionar la ribera del Ebro, cuya cuenca atesoraba un enorme valor estratégico. Uno de estos destacamentos lo ocupaban los soldados del Regimiento de Escoceses 79th del clan Cameron, uno de los más prestigiosos y aguerridos de las tierras altas de la Gran Bretaña, en el que estaba alistado el fusilero McMartin.

Vestían aquellos militares la tradicional casaca roja del ejército de su majestad, ribeteados de verde el cuello y los puños, si bien aquellos highlanders (pobladores de las tierras altas) se distinguían sobremanera por sus curiosos kilts o faldas, confeccionados con tartán, tela de lana estampada de cuadros y listas de llamativos colores —verde, azul, negro y rojo, sobre fondo blanco—, y porque cubrían sus cabezas con altos gorros de lana negra y plumas de avestruz y gallo.

Descubierta por el enemigo francés, la patrulla escocesa tuvo que huir en desbandada, aunque el citado McMartin, posiblemente herido en la refriega, halló refugio entre los vecinos de Nalda, donde permaneció meses acogido por una bondadosa familia. Dada la irreprochable reputación del clan Cameron, es improbable que el fusilero desertara de sus obligaciones castrenses, si bien su sentido común le advertía sobre el peligro de partir a la aventura en un país extraño, recorrer leguas y leguas en busca de sus camaradas y no saber ni dónde se hallaban ni qué camino tomar.

De Michael McMartin a Miguel Martínez

Como suele ocurrir entre los foráneos, pronto lo acogieron los naldenses como uno más del pueblo, no sin antes españolizar su nombre: Michael McMartin pasó a llamarse Miguel Martínez. Integrado entre los parroquianos, el joven highlander terminó enamorándose de una muchacha, con la que se casó, y acabó trocando el fusil por la azada.

Años más tarde, cuando de la guerra contra el francés tan sólo quedaba un aciago recuerdo, la familia Martínez había procreado seis hijos, y tanto Miguel como su esposa, así como el primogénito, bautizado con el mismo nombre del padre, laboraban los campos de sol a sol.

Las peñas de Islallana, con Peña Bajenza, regalan a la villa de Nalda un paisaje mágico y singular. Colección Particular
Soldados apostólicos en la I Guerra Carlista. Museo Zumalacárregui

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Transcurrieron más de dos décadas de vida sencilla y austera, en las que el escocés sobrevivía cultivando sus verduras y frutales, hasta que el fallecimiento del nefasto rey Fernando VII desencadenó la I Guerra Carlista (1833-1840), conflicto que, bajo la apariencia de una disputa sucesoria, escondía en realidad un enfrentamiento fratricida entre el Antiguo Régimen y el progreso que emanaba de la Ilustración.

Como en otras partes de España, sufrió La Rioja la crueldad de una despiadada contienda, con miles de muertes, represalias, bombardeos y, también, un puñado de héroes que lucharon contra el absolutismo y en favor de la libertad y el bien común.

Un lucha desigual

Una mañana de marzo de 1834, observó McMartin desde su finca la llegada de tres soldados carlistas, adeptos a las ideas reaccionarias, por lo que, con arrebatadora vehemencia, empuñó su azadón y se encaró con ellos, instándoles a que se rindieran. Y es que Michael no era un tipo cualquiera: alto como un chopo, corpulento y con varios años de instrucción militar, estaba convencido de su victoria frente a tres rivales no muy fornidos, que deambulaban, algo desorientados, en busca de su regimiento. El inesperado combate sobre tierras de labranza fue tan feroz como desigual. Tres contra uno. A punto estuvo el naldense de adopción, sin embargo, de capturar a los carlistas, pero un espadazo traicionero le arrebató el alma. Horas después, sus parientes se toparon, horrorizados, con el cadáver del escocés.

La acendrada fidelidad y bizarría de Miguel Martínez no cayó en saco roto y conmovió de tal manera a la reina regente María Cristina —viuda de Fernando VII y madre de Isabel II— que recompensó a la apenada familia por tan valiente defensa de la causa liberal.

En la actualidad, el apellido Martínez está muy extendido entre el vecindario de la villa; incluso tanto en Nalda como en otros pueblos aledaños todavía quedan parroquianos con los ojos claros y el cabello rojizo, como los naturales de las tierras altas de Escocia, pero la ausencia de documentos fiables y la abundancia de tan extendido patronímico por toda España no permite cerrar un vínculo cierto de sangre.

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