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Juan Gómez- S. GARCÍA
«Es más divertido el camino que la meta», dice el escritor Juan Gómez-Jurado

«Es más divertido el camino que la meta», dice el escritor Juan Gómez-Jurado

El autor del universo literario 'Reina Roja' necesita año y medio para lanzar una novela, aunque la escriba en tres meses. Trata con hackers, banqueros, expertos en bombas, comisarios... pero le angustia la actualidad

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Domingo, 6 de noviembre 2022, 00:41

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La víspera estuvo firmando libros hasta las once y cuarto de la noche. «Algunos venían con ocho ejemplares», relata como quien describe la carga de un escuadrón suicida. «Menos mal que dimos números, que si no allí sigo». Está rendido, y eso que sus horarios parecen los de un conde transilvano. Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) es el autor de 'Reina Roja', el fenómeno editorial que invade los escaparates y a cuyo universo hay que reconocerle el mérito de haber encadenado ya seis títulos superventas. El último, 'Todo arde', es la carrera desbocada de tres mujeres por burlar el destino que villanos de altos vuelos y sin escrúpulos han reservado para ellas. El escritor se refugia de este mundo loco, loco, loco en Colmenar de la Oreja, el minúsculo pueblo de Madrid desde donde urde tramas criminales instaladas en la angustia y siempre «con el reloj en contra». Nadie diría, viéndole así de menudo, que buena parte de su dieta se fundamente en la pasta, las hamburguesas que él mismo prepara y el chuletón, «con diferencia, lo que mejor me sale».

Lunes

10.30 horas. Escribo hasta tarde, así que para mí las 9 de la mañana es todavía de madrugada. Me doy una ducha (la primera de las tres que caerán a lo largo del día) y empiezo a comer, normalmente una ensalada de pasta con pollo y nueces, huevo duro, maíz y aceitunas negras, que preparo a comienzos de semana para tener en abundancia. Un plato hondo, hasta arriba, y luego me meto un batido de proteínas. Es todo lo que necesito hasta media tarde. Ah, y un litro de té, caliente o frío, según la época del año. Mientras me lo como todo, reviso lo que escribí la víspera por si algo no suena igual.

12.00 horas. Salgo a dar una vuelta con 'Sam', mi bóxer, que se vuelve loco corriendo detrás de las latas. Si estoy en Madrid, paseo por Lavapiés, el barrio donde vivo con Bárbara (su mujer) y mis dos hijos; si estoy en el pueblo, en Colmenar de la Oreja, lo hago por el campo. Aprovecho el tiempo para llamar a la familia y para pensar en lo que voy a escribir hoy.

15.30 horas. Empiezo a trabajar. A tope. Cada uno tiene su método, pero yo necesito tener toda la novela en la cabeza antes de lanzarme a escribir, saber de dónde vengo, a dónde voy y cuáles son los pasos intermedios. Acabo de publicar y ya estoy trabajando en la siguiente novela. Bueno, realmente es la siguiente de la siguiente. Voy una y media por delante, pero tendrás que esperar a que salgan para ver a qué personajes decido esta vez dar continuidad.

Martes

18.30 horas. Paro para comer. Un par de pechugas de pollo, o una lasaña... La compra la encargo por internet y me la traen a casa, pero soy muy cocinillas. Ah, y carnívoro total. Lo que mejor se me da es el chuletón, con diferencia, y las lentejas. También cocino hamburguesas (la carne la preparo yo).

21.30 horas. En escribir una novela tardo alrededor de año y medio, es el máximo que me doy. Y de ese tiempo, la mayor parte la dedico a pensar el argumento, documentarme, desarrollar los personajes, planear los giros... lo que es la redacción final apenas me lleva tres meses. Pero esto es así porque los quince anteriores los he dedicado a hacer entrevistas a hackers, expertos en inversiones, comisarios de policía o gente que me enseña cómo fabricar una bomba. También viajo. El sitio más peregrino al que he ido para ambientar una novela es el piso de Hitler en Munich, que ahora es la oficina de una comisaría. Lo que es a mí, el camino siempre me resulta más divertido que la meta.

Miércoles

19.00 horas. Madrugones, rodajes intempestivos, presentaciones... Los días de promoción son muy caóticos y hoy toca viajar con 'Todo arde'. Saludo a los lectores que hacen fila en la librería y me pongo al lío. De pronto llega alguien con ocho ejemplares. «¿Todo esto no acabará en Wallapop, no?», le digo medio en broma, medio en serio. No puedo evitar pensar que, si bien todos tenemos que morir, a mí igual me toca hacerlo en esta cola. Ojo, y yo encantado, que si no se venden libros a ver cómo pago la Seguridad Social y la comida de mis hijos, que son dos. Besos, abrazos, el selfie con cada uno, un vacile aquí y allá... Ya que les toca esperar, al menos que se lleven un buen recuerdo. «Me niego a seguir si no me ponen delante una Coca-Cola o tres bombones», exclamo muy digno. Y aparece una caja de surtido Nestlé de la nada.

24.00 horas. Mi problema es que todas mis aficiones e intereses están orientados a contar historias. Colecciono libros fruto de leer unos 120 al año, más todos los que me mandan, claro. Ah, y cómics. Tengo 85.400, tal cual.

«La pandemia, la crisis, Putin haciendo ensayos nucleares... La ficción ofrece soluciones y la realidad, incertidumbre»

Jueves

17.25 horas. De vuelta en Madrid. Me he tirado años escribiendo en la Hospedería Santa Cruz (Valle de los Caídos), un sitio barato y sencillo. Ahora trabajo en Colmenar de la Oreja, el pueblo de mi suegra, en una casa diminuta pegada a la suya, donde mi mujer, Bárbara –ella también es escritora– y yo nos alternamos. Las tramas trepidantes necesitan de un sitio tranquilo. Por lo demás, somos una familia de lo más aburrida. Una vida casera, salir con el perro, todo el día leyendo... y quedar con los amigos, en su casa o en la nuestra, para ponernos al día. ¿Qué te esperabas?

17.30 horas. Cada vez estoy menos conectado al mundo; encuentro muy poca alegría en todo lo que nos rodea y eso me angustia, me abruma. La pandemia que no acabamos de frenar, los ensayos nucleares de Putin en plena escalada de Ucrania, las crisis que encadenamos... 'Ojalá te toque vivir tiempos interesantes', dice la maldición china. Por eso es el mejor momento para sumergirnos en las novelas, que a diferencia de la vida ofrecen una solución. Más o menos sencilla, dulce, compleja o terrible, de acuerdo, pero solución al fin y al cabo, mientras que afuera prima la incertidumbre.

17.33 horas. Las personas dan lo mejor de sí mismas cuando están entre la espada y la pared. Y eso no pasa sólo en las novelas de Gómez-Jurado, a mí también me ocurre. Si uno tiene un porqué, es capaz de soportar cualquier cómo. El mío es que me gusta tanto relatar historias que necesito contagiar a la gente mi pasión por ellas.

Viernes

23.30 horas. Cuando escribo una novela no soy de ver series, prefiero que me contaminen los libros buenos. Acabo de terminar 'Revolución', de Arturo Pérez-Reverte, y ahora estoy con 'Verbolario', de Rodrigo Cortés. A lo que no renuncio es a las películas antiguas, de los años 40 y 50. 'Los viajes de Sullivan', 'La fiera de mi niña'... 'Sopa de ganso', de los Hermanos Marx, la veo una vez al mes. «Hola, soy el embajador Trentino de Sylvania». Me sé los diálogos de memoria.

04.30 horas. Pero el día no ha terminado, ojo. Vuelvo a escribir, otras cuatro o cinco horas, depende de cómo se me dé. Para atrapar al lector no hay que tener la cabeza fría, sino el corazón caliente.

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