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Adolfo Suárez, en una imagen de archivo.
Adiós al rostro de la Transición
aDIÓS AL PADRE DE LA democracia

Adiós al rostro de la Transición

Adolfo Suárez, primer expresidente de la etapa democrática, ha fallecido este domingo a los 81 años en una clínica madrileña | Se convirtió en una referencia para transitar de una dictadura a un régimen de libertades

PAULA DE LAS HERAS

Lunes, 24 de marzo 2014, 18:36

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Adolfo Suárez, actor imprescindible de la Transición y primer presidente de la democracia falleció este domingo, a los 81 años, en la clínica Cemtro de Madrid, en la que permanecía ingresado desde el pasado lunes por una neumonía. Fue su hijo mayor, Aldolfo Suarez Illana, el que anunció el pasado viernes que apenas le restaban 48 horas de vida. Así fue. Rebasó por poco ese horizonte. El alzhéimer que padecía desde hacía más de una década acabó causando un deterioro irreversible y determinante. El político persuasivo, osado y arrebatador, que desde las entrañas del Movimiento contribuyó a impulsar el régimen de derechos y libertades que hoy los españoles dan por supuesto, se fue alrededor de las tres de la tarde sin ser ya consciente de su papel en la historia de España.

Los médicos que se han encargado de él en los últimos días explicaron su fallecimiento como resultado de la «evolución natural» de su enfermedad. Su familia estuvo acompándolo hasta el último momento, a medida que su vida se apagaba lentamente. No quisieron que se le aplicaran «medidas extraordinarias» y según la neuróloga Isabel de la Azuela, encargada de su atención médica tras la muerte en 2011 del doctor y amigo personal de Súarez, Carlos Revilla, se optó por un tratamiento «conservador» que le permitió estar «muy sereno y muy cómodo» en sus horas finales. Una serenidad y comodidad de la que no siempre disfutó en vida. La figura de Suárez -nacido en Cebreros, Ávila, en 1932- permanecerá en adelante asociada, como ha quedado constatado en los últimos días, a un prestigio y un reconocimiento del que en realidad no siempre gozó. Se retiró definitivametne de la política en 1991 tras el contundente fracaso electoral del CDS, un proyecto político que nunca logró elevarse a la altura de las hazañas que hoy recogen los libros de texto, todas ellas concentradas en los cuatro años en los que ejerció la Jefatura del Ejecutivo. Pero lo cierto es que tampoco en aquella época, gloriosa desde la perspectiva actual, pudo disfrutar en exceso de las mieles del éxito.

El primer presidente de la democracia fue designado por el Rey el 2 de julio de l976 para sentar las bases de un cambio de régimen pacífico -«de la ley a la ley» se dijo entonces- que convirtió a España en un caso de estudio. No era, probablemente, ni el político más experimentado ni el que poseía una mejor formación intelectual. Cualquier analista del momento habría apostado a que la encomienda recaería en Manuel Fraga o en José María Areilza, ministros 'aperturistas' de la dictadura que, especialmente en el primer caso, ya habían teorizado sobre la reforma. Sin embargo, don Juan Carlos apostó por la simpatía y audacia del secretario general del Movimiento, un abogado de provincias con un currículo algo ramplón, con el que compartía generación y visión política. Y eso le convirtió en blanco de numerosos ataques.

Víctima de conspiraciones

«La meta última es muy concreta que los Gobiernos del futuro sean resultado de la voluntad de los españoles», dijo Suárez en la primera de sus muchas intervenciones televisivas, para las que demostraría grandes dotes. Casi cinco años después, en febrero de 1981, comparecía ojeroso, quebrado por las circunstancias y por las conspiraciones internas de un partido, la UCD, que nunca controló, que había nacido de una forma atípica, creado ya desde el poder mediante la aglutinación de distintas fuerzas políticas, y que acabaría disolviendose como un azucarillo. En aquella comparecencia reconoció su «desgaste personal». «En las actuales circunstancias mi marcha -dijo- es más beneficiosa que mi permanencia».

Arrojó la toalla, pero también revindicó su tarea: la articulación de «un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo de Estado». Con el trabajo de muchos, pero ciertamente con su impulso, España produjo un cambio radical. Quizá un político más sesudo habría preferido tomarse las cosas con algo más de calma. Aquel hombre atlético, coqueto y seductor, siempre con trajes de un corte perfecto, con un cigarrillo entre los dedos y pésimo comedor, demostró audacia.

Entre los hitos de su mandato estuvieron los Pactos de la Moncloa, fundamentales para evitar que el malestar provocado por la calamitosa situación económica diera al traste con la transición política; la ley de amnistía de 1977 antecedida de aquella entrevista con la cúpula militar, el 8 de septiembre de 1976, en la que desplegó toda su capacidad de convicción; la trascendental ley de reforma política, vendida a los elementos más recalcitrantes de la derecha («no se pretende hacer borrón y cuenta nueva», prometió ante el pleno del Congreso); la legalización del PCE, que en las Fuerzas Armadas se vivió como la traición de un hombre sin palabra («nuestro pueblo es suficientemente maduro como para asumir su propio pluralismo», argumentó él), y, por supuesto, la Constitución y el Estado de las autonomías.

La prueba de que, pese al aspecto vitalista que estos días ha asomado de nuevo a las pantallas de las televisiones españolas, Suárez pasó por momentos muy oscuros está en esa frase que le dijo a la periodista Josefina Martínez del Álamo en una entrevista de 1980 que permaneció inédita hasta 2007, cuando decidió publicarla en ABC: «Soy un hombre completamente desprestigiado». Ni su partido ni la oposición le daban tregua -«tahúr del Misisipi», fue una de las lindezas que le dedicó el socialista Alfonso Guerra-. El escenario era complejo. A la convulsión económica y política había que añadir el terrorismo de ETA, los GRAPO, y los pistoleros de ultraderecha. Ese año consiguió superar una moción de censura del PSOE de la que, sin embargo, salió muy tocado y meses después él mismo se sometió a una ajustada cuestión de confianza. Hasta que no aguantó más y se rindió.

En ese clima se fraguaron las conspiraciones que dieron lugar al 23-F, una jornada que también dejaría huella en su biografía. Suárez, presidente en funciones, permaneció hierático en su escaño mientras el resto del hemiciclo, a excepción del general Manuel Gutiérrez Mellado, que plantó cara de pie a los golpistas, y de Santiago Carrillo, se protegía tras las bancadas de los tiros al aire de Tejero y sus subordinados. Fue un gesto de gallardía que aún hoy permanece en la memoria colectiva.

Declive y auge

El expresidente aún intentó continuar en política. Tuvo aspiraciones de hacer de su nueva formación, el CDS, el 'partido bisagra', pero no lo logró. En 1982 pasó de estar al frente de la principal fuerza política del país al grupo mixto como líder de un partido con tan solo dos diputados, él y su fiel Agustín Rodríguez Sahagún. Hubo un momento en el que pareció que aún podría hacer algo. En las generales 1986 el CDS subió con fuerza hasta los 18 diputados, pero el declive empezó tras los siguientes comicios, en los que perdió cuatro escaños, y se confirmó en las municipales de 1991, en las que apenas superó los 700.00 votos, el 3,93% del total. Aquel proyecto de centro liberal y progresista acabó muriendo, entre otras cosas, por falta de fondos económicos.

A medida que pasaban los años, fueron comenzando, sin embargo, los elogios para el político derrotado. Para entonces estaba entregado a la vida familiar. A su hija Marian, su 'ojito derecho' y segunda de cinco vástagos, le fue detectado un cáncer cuando tenía 29 años y estaba embarazada de su segundo hijo. Y Súarez se volcó en su cuidado. A pesar de que pulverizó los pesimistas pronósticos iniciales, moriría en 2004, cuando él ya no recordaba siquiera su nombre. Tres años antes había muerto su esposa Amparo Illana a la que cuidó hasta el final. También sus otras dos hijas, Sonsoles y Laura tuvieron que combatir la misma enfermedad.

Su última aparición pública tuvo lugar en 2003, en la presentación de la calamitosa candidatura de su primogénito a la presidencia de la Junta de Castilla-La Mancha, por el PP. El alzhéimer ya empezaba a jugarle malas pasadas. No fue capaz de hilvanar un discurso coherente pero salió del trance con su elegancia cautivadora «tengo un lío de papeles..»). Su hijo aseguró el viernes que en los últimos días había regalado más sonrisas que en los últimos cinco años. Aún respondía a gestos de afecto. La única foto publicada con él ya muy enfermo pretendía reflejar precisamente una emocion. La hizo Adolfo Suárez Illana en el jardín de la casa familiar cuando el Monarca acudió a entregarle en 2008 el más alto reconocimiento de la Corona, el Toisón de Oro: el Rey posaba una mano sobre su hombro, ambos caminaban de espaldas a la cámara. Fueron grandes amigos. Aunque en aquel momento Súarez no fuera capaz de recordar aquello que hicieron juntos.

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