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Óscar del Amo
Por qué comer menos vacas y otras curiosidades del clima

Por qué comer menos vacas y otras curiosidades del clima

Un libro recoplia cientos de datos inesperados sobre el cambio climático que es mejor conocer

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Sábado, 11 de julio 2020, 00:12

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Hay dos frailes franciscanos a los que deberíamos hacer más caso. Con uno llevamos toda la vida topándonos, ese monje con una vara para predecir el tiempo que colgaba en la casa del pueblo. Dependiendo, señalaba cartelitos con estas palabras: seco, revuelto, con viento, bueno, inseguro, ventoso, húmedo o con lluvia (sin concretar la diferencia entre con viento y ventoso). Y puede que nos hayamos preguntado cómo funciona, o, más bien, si lo hace de verdad.

Para empezar, el mecanismo tiene nombre, un poco trabalenguas, se llama higrómetro y fue inventado en Italia en 1452 en su formato más primitivo: funcionaba con una esponja colgante que cuanto más mojada estaba por la humedad más pesaba, y así daba información sobre esta variable. Del siglo XVII se conservan unas curiosas casitas con dos figuritas unidas por un intestino de oveja que sacaba a una u otra tirando de ellas en función también de la humedad.

Y llegamos al año 1894, cuando el catalán Agapito Borrás ideó al fraile del tiempo. Hasta hace bien poco era secreto el ingenio que lo hacía funcionar, pero ya se conoce que son cabellos femeninos largos y rubios (más sensibles a la humedad) los que se contraen o alargan moviendo el brazo del monje y cubriéndolo con su capucha.

El otro fraile es precisamente San Francisco, creador de la orden que lleva su nombre y reconocido por su voto de pobreza llevado al extremo y por su sensibilidad con las criaturas de la Naturaleza, lo que le ha convertido en patrono de animales, veterinarios y ecologistas. Dicen que las bestias lo escuchaban embelesadas y obedecían sus órdenes, que las golondrinas revoloteaban a su alrededor y que un lobo 'devoraovejas' se volvió manso a su lado, como si fuera Félix Rodríguez de la Fuente.

Entre uno y otro pueden ayudarnos a entender bastantes cosas de nuestro planeta y sobre cómo deberíamos cuidarlo, pero si no son suficientes, el libro '123 curiosidades que todo el mundo debería conocer sobre el clima', escrito por Mathilda Masters, tiene exactamente esa cantidad de respuestas para los que se hacen preguntas. Para iniciarse en el conocimiento del medio ambiente y la crisis climática de manera sencilla, y una buena forma de implicar a los chavales en la protección del planeta.

Hermanos mosquito y tiburón

¿Cuántas veces nos habremos preguntado al levantarnos con tres o cuatro ronchones de picaduras para qué demonios sirven los mosquitos? ¿Por qué no exterminar a los tiburones si cada año atacan a unas 100 personas? Pues ambos son, como todos los seres vivos, parte de un entramado en el que si uno falla, otros se ven afectados; en eso consiste la biodiversidad, en que las diferentes especies –hay identificadas unos 2 millones entre plantas y animales– mantienen la naturaleza en equilibrio. En el caso de los molestos dípteros 'chupópteros', «sus larvas alimentan a peces y pájaros y son la comida favorita de los reptiles». Y si hablamos de insectos en general, que a muchos repugnan y asustan, «más del 75% de los cultivos y el 90% de las plantas los necesitan para crecer». Así que hay que pensárselo antes de dar un manotazo, porque en algunas zonas hay hasta un 75% menos de insectos que antes. «En cuanto a los tiburones, que en 2018 mataron a cinco personas, son cazados a un ritmo de 100.000 millones cada año, es decir, que cada segundo mueren tres. Pues cuando estos escualos desaparecen en alguna región, empieza a predominar una determinada variedad de peces y la supervivencia de los demás se ve amenazada».

Una huella de Big Foot

En el libro se descubre que, en 1992, dos científicos canadienses hallaron la forma de medir la 'huella' que cada ser humano deja a su paso, desde las materias primas, el agua y la tierra que necesitamos hasta el medio de transporte que usamos, pasando por la ropa que compramos, la electricidad para calentarnos, nuestros desechos...

Si el mundo fuera justo, calcula la autora, nos tocaría a cada uno 1,8 hectáreas de materias primas, algo menos que cuatro campos de fútbol. Pero las cosas están lejos de ser justas, y usamos de media 2,8, lo que nos sitúa por encima de las posibilidades del planeta. Y hablamos de una media que sale de la huella ecológica del europeo (4,4 hectáreas), del estadounidense (9) y del habitante de Emiratos Árabes Unidos (10). El promedio en el continente africano es de 1,1.

Somos la rana en la cazuela

Aporta Mathilda Masters una curiosa forma de entender por qué nos cuesta tanto percatarnos de lo grave que es la crisis climática: «Cuenta una leyenda que si echas una rana en una cazuela con agua hirviendo saldrá disparada. En cambio, si la pones en agua fría y la calientas poco a poco, se quedará en la cazuela tranquilamente. Y al final se cocerá viva sin que se dé cuenta. Es un poco lo que pasa con el clima. Aunque hace mucho tiempo que sabemos que la Tierra se está calentando, no reaccionamos». Recuerda que ya en 1956 hubo un periódico estadounidense que alertó del peligro de los gases de efecto invernadero por el abuso de combustibles fósiles. «Pero 60 años después, apenas se toman medidas a nivel mundial para reducir las emisiones. Más bien al contrario, estamos emitiendo más CO2 que nunca».

17 campos de fútbol menos

Dicho solo así, muchos ya se estarán llevando las manos a la cabeza, pero si añadimos que esos 17 campos de fútbol desaparecen a cada minuto que pasa, a más de uno le dará un soponcio. Pues esa es la extensión de bosque que se pierde en ese pequeño periodo de tiempo, o lo que es lo mismo, 6,5 millones de hectáreas de arbolado al año... ¡9 millones de campos de fútbol!

Queridas vacas...

Masters recuerda que las vacas eructan demasiado (expulsando así y con sus pedos grandes cantidades de metano y CO2), cagan demasiado (demasiados excrementos incluso para usarlos como fertilizante, con lo que contaminan tierras y aguas subterráneas) y comen demasiado (lo que supone crear pastos a base de talar bosques, que dejan de absorber ese CO2 que emiten las vacas). Parece clara la necesidad de reducir el consumo de esta carne.

El plástico viene de 10 ríos

Hay plástico en el agua que bebemos, en nuestra ropa, en el dentífrico y en el champú. En el fondo del mar más profundo y en la barriga de los peces que comemos. ¡En todo el mundo se reparten 160.000 bolsas de plástico por segundo! Y según la autora, este material que reposa en los océanos procede casi en su totalidad de lo que vierten al mar diez ríos: Azul, Indo, Amarillo, Hai, Nilo, Ganges, el río de las Perlas, Amir, Níger y Mekong, la mayor parte en Asia y África. Ante la dificutad de eliminar el plástico del océano, sería más sencillo evitar que llegara por estos canales.

¡Imagínese con mascarilla!

Imagine que un día llega una pandemia que mata a cientos de miles de personas en todo el mundo y que nos obliga a encerrarnos en casa y a usar mascarillas en nuestro día a día. Hace medio año esto era ciencia ficción. «Ahora imagine que un día enciende la radio y el locutor dice que es peligroso respirar –asusta la autora del libro–. En algunas ciudades asiáticas, a veces hay un 25% menos de luz de lo habitual por la gigantesca Nube Marrón debida a la combustión de materiales fósiles. Según los científicos, todos los años mueren por esto 2 millones de personas». Imagine otra vez. En esta ocasión un día en que ni un confinamiento ni las mascarillas ni una vacuna pudieran salvarnos de un planeta en extremo recalentado.

Una advertencia ilustrada

Mathilda Masters ha contado para este libro con la ilustradora Louize Perdieus y con el asesoramiento de Hans Bruyninckx, director de la Agencia Europea del Medio Ambiente desde 2013. «El clima va cambiando –dice la autora en el prólogo–, siempre lo ha hecho, pero la situación en la actualidad es más grave. La temperatura media de la superficie terrestre está aumentando a una velocidad cada vez mayor y los responsables somos los seres humanos. Y conlleva serias consecuencias. El hielo polar se derrite y cada vez hay más tormentas. Por otra parte debemos reflexionar sobre cómo produciremos comida para toda la población mundial. Los bosques desaparecen y los animales se van extinguiendo. Producimos tantos residuos que ya no podemos procesarlos, hay plástico en lo más profundo del mar...».

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