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Los límites de lo humano

La novela de Philip K. Dick se detiene en un debate filosófico-religioso que en la película se reduce a una mínima expresión

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Jueves, 5 de octubre 2017

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En 'Blade Runner' no hay ovejas eléctricas, así que difícilmente los androides, o replicantes, pueden soñar con ellas. Es tan solo una diferencia entre la novela de Philip K. Dick y la película que parte muy libremente de ella pero que sin embargo la hizo mundialmente famosa. Entre el filme de Ridley Scott y el texto original hay mucha más distancia de la que suele existir entre una obra literaria y su adaptación cinematográfica, y no tanto porque sea preciso reducir la trama por razones de minutado como porque en realidad lo que el guionista recoge es más el ambiente y algunos personajes que el debate intelectual que subyace en la novela.

Como sucedería cuatro años después con la versión cinematográfica de 'El nombre de la rosa' (Jean Jacques Annaud, 1986), 'Blade Runner' despoja a la novela original de su parte más filosófica. Es cierto que hay otras muchas diferencias, como la fecha en la que se sitúa la acción, la ciudad, la existencia o no de polvo radiactivo, rasgos fisonómicos y sicológicos de los personajes y otras. Pero lo importante no es eso. Ni siquiera lo es la ausencia de una parte argumental que en la novela aparece desde el título: en efecto, en el texto escrito por Philip K. Dick, tener animales es un símbolo de estatus. Cuanto más raros –y por tanto más caros– sean, mayor nivel social. Para combatir la escasez de animales, algunas empresas crean reproducciones artificiales –'eléctricas'– para que los clientes puedan mantener la apariencia de una posición que ya no tienen. De hecho, Deckard, el protagonista, tenía una oveja y cuando esta murió a consecuencia de una enfermedad la sustituyó por otra 'eléctrica'.

La cuestión de los animales artificiales, como los androides creados con material biológico y con fecha de caducidad escrita en sus genes (cuatro años), es la parábola que permite en la novela trascender hasta un nivel superior. El nivel del debate sobre los límites entre realidad y ficción, entre sentimientos humanos y algo muy parecido que pueden albergar seres que, aunque tengan esa apariencia en realidad no lo son pero todo lo pueden imitar y asumir, incluidos esos mismos sentimientos. La religión, o al menos un mundo de espiritualidad –Dick habla de una especie de culto llamado 'mercerismo'–, tiene un papel importante en el texto literario. En la película, apenas aparece, aunque en algunos diálogos sí subyace ese debate sobre los límites de lo que puede entenderse como humano. Con la consecuencia tan relevante cuando se trata de la consideración ética que tiene 'cazar' a un 'replicante', como en el filme se llama a los androides.

Ridley Scott, el director, aumenta la ambigüedad de la novela. Empezando por el protagonista, sobre el que arroja una sombra de duda –¿será él mismo un androide?– y terminando con el desenlace. El hecho de que existan dos finales del filme –muy distintos y que dejan un sabor de boca bien diferente en el espectador– no hace sino aumentar esa indefinición. Dick, que supo de los avatares del guión y de sus sucesivas versiones a medida que pasaba por unas y otras manos, murió tres meses antes del estreno. Pudo ver el montaje de algunas partes, en total unos 40 minutos, y a juzgar por la carta que envió a Jeff Walker, productor de la película, estaba entusiasmado por el resultado. Al final de la misiva, vaticina que 'Blade Runner' será "un éxito comercial" y una "película invencible".

Una premonición acertada a cargo de un escritor cuya estabilidad psíquica fue siempre bastante precaria; un paranoico de manual que se creía objeto de persecuciones y que tenía visiones. Pero que creó ambientes opresivos y angustiosos por los que circulan personajes lastrados por su incapacidad para conocer cuál es su lugar en el universo. Incluso por sus dudas sobre si ellos mismos son humanos.

Philip K. Dick.
Philip K. Dick.

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