Un futuro mejor para el alumnado del San Francisco
Hay que ver el doloroso cierre del centro no como un problema, sino como el principio de una solución, la que promueve una escolarización sin segregación
El pasado 27 de mayo, la mayoría del claustro del CEIP San Francisco de Logroño se pronunció a favor de poner fin a un período de más de treinta años como centro de Infantil y Primaria. A cualquiera que desconozca la historia y actual situación del centro puede extrañar ese pronunciamiento mayoritario de su profesorado. Este texto pretende ayudar a entenderlo.
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En este curso que concluye, una niña ha cursado en solitario el nivel de Primero de Infantil, sin compañeros de su misma edad. A pesar de ello, y hay que reconocerlo, se mantuvo inalterada la plantilla, como si la clase hubiera estado al completo. Piense el lector si esa es la situación ideal para su educación. En el proceso de matriculación para el próximo curso solo dos alumnos han optado por el centro. Así, el próximo curso esa escolarización ineficiente se daría en dos de los tres cursos de Infantil.
No hay ninguna duda de que la falta de matrícula obedece, por una parte, al descenso global del número de alumnos, especialmente de alumnado inmigrante que es mayoritario en el centro. Pero desde luego obedece al tipo de centro en que lo han convertido la historia y las diferentes políticas tanto educativas, como de vivienda y sociales que han desarrollado los sucesivos gobiernos. El colegio San Francisco es, sin duda alguna, un claro ejemplo de aquellos centros a los que se refiere el reciente informe de Save the Children que ejercen «un impacto muy negativo sobre las oportunidades del alumnado». Eso es algo que padres y madres que han de optar por escolarizar a su hijo o hija conocen perfectamente y determina su elección.
Seamos sinceros, cuando San Francisco es preterido, no lo es por la metodología, por la calidad de la oferta educativa o por la entrega del profesorado. No es elegido porque las familias en el fondo saben que, en palabras del estudio citado, «una segregación excesiva puede tener consecuencias muy negativas sobre el alumnado en términos de aprendizaje, probabilidad de titulación, comportamiento cívico e ingresos en la vida adulta».
Recientemente ha aparecido un manifiesto suscrito por varios colectivos demandando la continuidad del centro. Volvamos a ser sinceros. ¿Estarían dispuestos los dirigentes de esas asociaciones a matricular a sus hijos o hijas en este centro? ¿Lo elegiría el lector?
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La viabilidad del CEIP San Francisco como centro de Infantil Primaria no depende de acertar con el marketing. En nada tiene que ver si ofrece tal o cual proyecto más o menos de moda que seduzca a las familias. El futuro del centro está condicionado por el propio perfil del centro. Y ese perfil se empezó a materializar desde el segundo año de su funcionamiento. Desde entonces, aunque se haya tratado de maquillarlo, en él se ha venido concentrando alumnado atendiendo a sus características individuales de carácter étnico, de inmigración o socioeconómico, acentuando su carácter de centro especializado en atender a alumnado segregado.
Ya en el año 1992, el último año en que di clase en el centro, en representación de la Asociación de Enseñantes con Gitanos, me reuní con Francisco Rosa, director provincial de Educación, para pedirle que cerrase el centro. Entendíamos que su continuidad privaba al alumnado del acceso a una educación en condiciones de plena integración alejada de la que entendíamos como deseable para ellos. Ofrecía comodidad a la Administración y frustraba las aspiraciones del alumnado. Hoy, como entonces, hay que ver el doloroso cierre de este centro público en particular no como un problema, sino como el principio de una solución. Es necesario ponerse de inmediato a trabajar en políticas que promuevan una escolarización sin segregación, que eviten que otros centros se conviertan en el nuevo centro sin demanda de matrícula. Con el cierre del San Francisco se confirma que la enseñanza pública está asumiendo la parte mayoritaria del descenso de alumnos en el sistema. La cadena se ha roto por el eslabón más débil. Y eso es grave. Por eso entiendo que haya quien quiera alzar la voz en una cerrada defensa del modelo que garantiza la equidad del sistema. El centro debe seguir ofertando educación pública y debemos exigir que esa pérdida de aulas se compense debidamente dentro de la misma red. Sin embargo, creo que también debemos asumir que han de adoptarse decisiones difíciles, traumáticas, pero necesarias.
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Las maestras y maestros del CEIP San Francisco con su voto nos han demostrado que, por encima de sus intereses profesionales y afectivos, lo que quieren es un futuro mejor para sus alumnos. Ese mismo ha de ser el interés y el compromiso del conjunto de la sociedad.
Lo más importante no debe ser el destino de un colegio, que lo es; sino, en este caso, el destino del alumnado del centro. Reclamemos un futuro mejor. Un futuro mejor para el alumnado del CEIP San Francisco.
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