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Rioja se reinventa: menos es más con el viñedo como protagonista
Centenario del Rioja |

Rioja se reinventa: menos es más con el viñedo como protagonista

La última década del siglo alumbra mentes diferentes como las de Marcos Eguren, Miguel Ángel de Gregorio, Telmo Rodríguez, Álvaro Palacios y Carlos San Pedro

Miércoles, 4 de junio 2025

La última década del siglo XX es una de las más revolucionarias en Rioja. Institucionalmente, la Denominación se convierte en la primera en añadir el grado de Calificada. Fuera de los despachos, aparece el relevo en el viñedo, pero no un relevo exclusivamente continuista, sino con ánimo agitador. Esa nueva generación comienza a pensar más en el viñedo que en la bodega, y más en la uva que en el vino. Menos cantidad, más calidad e imaginación. Nuevas formas de interpretar, nuevos mercados, nuevas ideas. El enólogo ya no es el 'químico' de antaño con bata blanca y que vive en el laboratorio, sino que se suma al trabajo de campo. Y, por supuesto, es la década de la apuesta a doble contra sencillo en masa vegetal y en litros.

La nueva Denominación de Origen Calificada Rioja trae otra mentalidad alternativa al Rioja cansado, clásico, sin capacidad de sorpresa. Aumentan los controles de calidad, se prohíbe la exportación de graneles, comienza a extenderse el viñedo en espaldera, llegan las primeras máquinas vendimiadoras, muchos pueblos andan inmersos en concentraciones parcelarias y aparece un nuevo concepto: los vinos modernos, con más volumen, más cuerpo, más tánicos…, alejados del vino clásico y fino de Rioja. Vinos más gastronómicos y menos para el chiquiteo, pero sobre todo vinos de guarda.

Es el escenario ideal para que surjan nombres como los de Miguel Ángel de Gregorio y su monovarietal Allende; para que Telmo Rodríguez impulse su proyecto en Remelluri, pero también su Compañía de Vinos en Lanciego; para que Marcos Eguren comience a marcar el paso y crear un gigante de sólidos pies; para que se independice Carlos San Pedro en Laguardia; para que Álvaro Palacios dé inicio a su aventura en Priorat y sacuda el panorama vinícola nacional e internacional. La cuestión es cómo era Rioja en los años 90, porque el recuerdo rescata nuevas plantaciones, precios altos para la uva, heladas, añadas históricas y aparición de bodegas. Pero también un Rioja de vicios.

Marcos Eguren, en la sala de barricas de Sierra Cantabria. Justo Rodríguez

El vino de Marcos Eguren: San Vicente 1994

El vino de Marcos Eguren: San Vicente 1994
  • El vino Un viñedo, una variedad, una bodega, un vino. Un clásico de Rioja.Monovarietal de tempranillo peludo plantado en 1985 que procede de la finca La Canoca, de suelo arcillo calcáreo.

  • Precio: 150 euros.

Son años de regreso a casa. Telmo Rodríguez vuelve, efímeramente, a Remelluri en 1993. Siete años antes lo había hecho Álvaro Palacios, aunque la década la comenzó en Priorat, en una de esas «zonas y viñedos olvidados». Carlos Sanpedro se independiza de la familia a finales de los 90, años en los que Marcos Eguren, que acumulaba ya muchas vendimias, da paso a vinos como San Vicente, Sierra Cantabria Colección Privada o Amancio, a modo de anticipo a El Puntido, El Bosque o La Nieta. Adiós a la maceración carbónica, casi, que permitió a su familia llegar a un nuevo punto de inicio.

Ahora bien, el primero que hizo la maleta para volver fue Miguel Ángel de Gregorio.Después de pasar su infancia en Marqués de Murrieta, pasó por Madrid y llegó a Briones para experimentar con la vendimia mecánica. Un pionero. Era el año 1987. Amor a primera vista. Ocho años después pasó por el altar para firmar Allende. «Desde 1989 estaba comprando pequeñas parcelas y en 1995 elaboro la primera añada de Allende, siendo un modesto viticultor de Briones. Salí al mercado a finales de 1997 con 60.000 botellas, y la verdad es que no nos costó nada venderlas, ¿Qué pretendía? Recuperar el estilo de vino de Rioja de antaño, con madera nueva y crianzas largas, pero vinos de parcela, vinos de municipio», recuerda Miguel Ángel de Gregorio.

Miguel Ángel de Gregorio mira a la cámara entre sus barricas en Briones. Rodrigo Merino

Calvario 1999

Calvario 1999
  • El vino: 90% tempranillo, 8% garnacha y 2% graciano. Uvas de un viñedo en vaso del mismo nombre plantado en 1945. Crianza en roble francés y embotellado sin filtrado ni clarificado.

  • Precio: 1.254 euros.

Desde La Granja Nuestra Señora de Remelluri se divisa Briones. A las faldas de la sierra se instala provisionalmente Telmo Rodríguez. «Llego a Rioja en los años noventa. Mi última vendimia en Francia había sido en 1993, pero ya hacía cosas en Remelluri. Llego y mi primera sensación es de decepción porque noto una desconexión entre la bodega y la viticultura. Venía de trabajar en el viñedo de Burdeos y del Ródano y aquí se hacían cosas muy raras», explica Telmo Rodríguez.

Telmo regresa a casa, aunque antes de acabar la década inicia su proyecto de la Compañía de Vinos. Estamos en 1998, año en el que, en Laguardia, Carlos San Pedro se va de la casa familiar, vitivinícolamente hablando. «Elaboro mi primera añada en la bodega de mi hermano. Tenía 25 años y decido trasladarme a mi bodega en el año 2001, Pujanza. En casa siempre estuvo presente el vino, pero vendíamos graneles y no entendía que esas uvas tan buenas fueran a graneles. Yo quería ir más allá y quería controlar todo el proceso desde el principio hasta el final, lo que yo llamaba un cosechero», recuerda San Pedro.

Telmo Rodríguez, en La Granja Nuestra Señora de Remelluri. Justo Rodríguez

El vino de Telmo Rodríguez: Altos Lanzaga 1999

El vino de Telmo Rodríguez: Altos Lanzaga 1999
  • El vino: Tres variedades: tempranillo, graciano y garnacha de un viñedo de cuatro hectáras trabajado en biodinámico. 18 meses en fudres de 1.500 litros y barricas de 225 litros.

  • Precio: 120 euros

Telmo Rodríguez recorría España en busca de nuevas zonas.Mente inquieta, como la de Álvaro Palacios, inmerso en ese momento en Priorat, pero sin olvidar Rioja. «Tras mi periplo por Francia y también en California, vuelvo en 1987. En aquellos años Rioja era una región en la que si una bodega no producía 400.000 cajas no era nadie, y yo no quería eso. España estaba llena de oportunidades, de zonas casi en el olvido pero todavía con esas magníficas constelaciones de viñas viejas fragmentadas por herencias en el tiempo. Entonces voy a Priorato. Son años en los que, por ejemplo, no se sabía dónde estaba Vega Sicilia y por supuesto sólo se pensaba en el concepto de denominaciones de origen regionales, en vinos de marca y en hacer muchas botellas como única opción», relata.

La calidad es el objetivo. Menos es más, un concepto de locos en una denominación que tiene más viñedo y, sobre todo, más litros de vino. «En el inicio de los años 90, Rioja pasa por un momento complicado. Recuerdo que se había hecho un estudio Nielsen en el que se decía que sobraba vino. Nosotros teníamos viñedo propio, pero también compramos uva y los precios se dispararon». Recuerda Marcos Eguren que al inicio de aquella década ocho de cada diez botellas que vendía eran de maceración carbónica. «Vinos que procedían de producciones bajas y tierras pobres y que tenían un gran mercado riojano y vasco, pero que en el mercado exterior no despertaban interés, así que empezamos a reinventarnos», añade.

Rioja avanza. Nuevos productores, nuevas ideas, nuevos estilos de vinos. «En 1991 lanzamos San Vicente, un vino que procedía de una selección masal de tempranillo de nuestros propios viñedos y de producción baja. Aquel vino marcó una revolución. Eran tiempos en que los mercados demandaban otro tipo de vino y, como he dicho, Ribera estaba apretando fuerte. Se miraba también al modelo Burdeos. En Rioja estábamos en otro concepto y recuerdo que cuando sacamos San Vicente nos preguntaban si ese vino era Rioja», recuerda Eguren, que camina hacia vinos con más cuerpo y más estructurados.

Álvaro Palacios, junto a algunos de sus fudres. L. R.

El vino de Álvaro Palacos | Herencia Remondo Gran Reserva 94

El vino de Álvaro Palacos | Herencia Remondo Gran Reserva 94
  • El vino: Varietal tempranillo con un 14% de volumen alcohólico. Vino de la bodega de la familia que nacecuando Álvaro vive también sus primeras vendimias en Priorat.

  • Precio: 88 euros

Una línea diferente a la de Carlos San Pedro, aunque no opuesta. «Buscaba una revolución en la zona. En mi caso, recuperar la idea antigua del vino, porque cuando me hablaban de vinos de mezcla con otras zonas y largas crianzas, no lo veía. Yo veía que mi abuelo hacía vinos con uvas de Laguardia y no traía vinos o uvas de otras zonas ni otros venían aquí a llevárselas. Comencé con la idea de recuperar los vinos de Laguardia hechos con uvas propias», puntualiza.

Revolución que Álvaro Palacios llevaba a cabo desde Priorat. «Más que influir en Rioja desde Priorat y Bierzo, creo que influiría más en España. Aunque ya era una tendencia general, la Rioja vitivinícola ha sido y será una tierra difícil de influir, su subconsciente tiene muros infranqueables. La Rioja de la que hablamos ahora es la que ha llegado no hace tanto, a partir del año 2015, aproximadamente. Han aparecido jóvenes descendientes de cosecheros que quieren hacer el vino de sus pequeñas viñas tradicionales con mucha personalidad de suelo y entorno. En aquellos años había unos pocos: Telmo, Miguel Ángel o Juan Carlos, y que querían hablar de viñedos y hasta casi bien de municipios», relata.

Y es que Palacios se instala en Rioja con el cambio de siglo. «Hay un Rioja del viñedo en vaso de tempranillo en La Rioja Alta y Alavesa y del viñedo en vaso de garnacha en La Rioja Oriental, como un día fue. En el viejo mundo cada variedad tiene su afinidad en el ligar, su entorno natural histórico, todo un patrimonio de sabiduría. Por otro lado, hay un Rioja intensivo en el que se pierde un poco el alma, el capricho y la materia. No me gustan los viñedos emparrados porque trabajan fuera de ritmo. Tenemos viñas emparradas, pero estamos transformándolas y todo lo que estamos plantando desde los últimos quince años siempre es garnacha en vaso», explica.

El cambio es una realidad. Rioja se abre a la exportación. Pasa de vender 26 millones a 39 en esa década, y a pesar del empuje de Ribera y de los gustos cambiantes acaba el siglo vendiendo 120 millones de litros en España, cuando había comenzado la década con unas ventas de 77. Sin internet, sin redes sociales y con teléfonos móviles que hoy serían prehistóricos. Solo servían para llamar. «Me recorría España y Europa en coche. Hacía más de 100.000 kilómetros al año con una maleta que me hice para llevar dos botellas, dos copas y unos descorchadores. Y como era un crío, me peinaba hacia atrás y vestía de traje para aparentar tener más años. Valiente que era, empecé con 30.000 botellas. Me costó venderlas tres años, aunque tengo claro que si tuviera 25 años volvería a hacer lo que hice. Y con los 52 que tengo, también», asevera Carlos San Pedro.

Posiblemente, en estos caminos se encontró con Marcos Eguren. «Vender exigía un esfuerzo impresionante. Mi cuñado Jesús, yo y más tarde mi hermano hacíamos muchos kilómetros», relata, aunque aquellos coches se nutrieron de un gran combustible. «La añada de 1994 nos ayudó mucho, más que la de 1995, que, aunque fue excelente, para mí fue más irregular, con más cantidad de kilos de uva y vinos con menos estructura», rescata de su mente, más fresca en la figura de Álvaro Palacios. «No tengo ni WhatsApp, pero no paramos de viajar, es la única forma de entender dónde debes ir. Además, al vino hay que darle un poco de misterio y exclusividad. El buen vino debe de ser el sosiego del alma. Es muy importante saber a qué mercado tienes que acudir y con qué clientes dar tu confianza», incide.

Ya ese mercado que diferenciaba acudió De Gregorio con su Allende. Viaje a la inversa. «Cuando iba a vender, abría la botella para convencer al cliente de que me comprara mi vino, pero sobre todo abría fuera de España. Llegamos antes a Nueva York, Tokio, Londres y París que a Madrid. Allí nadie conocía ni Rioja ni Allende, pero cuando abrías la botella, compraban. Parker nos dio 90 puntos al Allende 1995, cuando él cataba, y eso nos abrió muchas puertas. Y cuando triunfamos fuera, llegó Madrid», recuerda De Gregorio.

En sí, cinco mentes que iban más allá del escenario en el que vivían hacen que esa Rioja amurallada mire hacia el horizonte, al origen, al viñedo, cuando todos miraban a la bodega. «En aquel momento, las bodegas tenían cero campo y había muchas que ni siquiera llegaban a elaborar, sino que compraban los vinos y mezclaban, embotellaban y comercializaban, es decir, practicaban lo que era la tecnología industrial y yo lo que buscaba era la ideología artesana», desvela De Gregorio. «Mi padre siempre decía que el vino se hacía en el viñedo, hay que buscar siempre el equilibrio, pero no creo que en aquellos años se hiciera menos caso al viñedo, simplemente muchas bodegas no tenían viñedo en propiedad y no recuerdo que ninguna fuera autosuficiente en aquellos años», replica en el mismo tono Eguren. Y en ello siguen Miguel Ángel y Marcos, pero también Telmo, Álvaro yCarlos. Hace treinta años eran unos locos, los 'outsider' de Rioja. Hoy hay una corriente similar que les tiene como una de sus referencias. Entonces, ¿quiénes eran los locos?

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