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Rioja es Rioja desde mucho antes de 1925. En el siglo X, los pueblos de la región contribuían con vino al mantenimiento del monasterio de San Millán de la Cogolla. En tiempos en los que las cántaras regaban romerías o se entregaban viñas para pagar misas de difuntos hace cuatrocientos años. En aquel 1729 en el que la Junta de Cosecheros agrupó los intereses de ilustres que habían medrado con el creciente comercio del vino. Cuando Logroño contrató a «un perito en lengua vascongada» para entenderse con los arrieros vizcaínos y atraía al sur con un vino más barato que el de Laguardia o Elciego. En ese punto de inflexión histórico de la segunda mitad del siglo XIXen el que la aparición de las enfermedades de la vid en Francia, la inquietud por mejorar la calidad de los vinos y la llegada del ferrocarril abrieron un nuevo futuro. En las sucesivas crisis por el desprestigio de los vinos adulterados, por las falsificaciones o por la irrupción de la filoxera que forzó la emigración de tantos a América. Raíces profundas que se amarran a la tierra, a la esencia del vino y sus gentes, a lo que Rioja ha sido antes de definirse como tal.
Aunque los primeros documentos no llegan hasta la Edad Media, cuando monasterios, abadías y señoríos concentraban viñedos o recibían vino como diezmo, «no es extraño que poblaciones, ya con arraigo, comenzaran bien pronto a cultivar el vino, que había llegado a estas tierras con los romanos», explica Salvador Velilla, etnógrafo e investigador de Lapuebla de Labarca, en referencia a esos primeros núcleos al sur de la sierra Cantabria.Quizá alguno de ellos se viese afectado por el edicto del emperador Domiciano, que en el siglo I, y ante la abundancia del cultivo, ordenó el arranque de la mitad del viñedo en las provincias.Historias que suenan, al mismo tiempo, lejanas y actuales.
El vino fue cotidiano, incluso anónimo. «El concepto de cultura del vino es una modernidad. Hasta hace muy poco era un alimento, no tenía más connotación. Hemos añadido otros aspectos a lo largo del tiempo, pero era un producto de consumo local y producción reducida, un cultivo complementario con un comercio que empieza a abrirse al norte a partir del siglo XVII», comenta el antropólogo y estudioso riojano Luis Vicente Elías. Ese entorno empieza a cambiar las reglas. Las ordenanzas concejiles y los dictados señoriales que protegían el vino local pasan también a regular el comercio exterior.
Otro elemento definitorio fue la preferencia de las clases populares vascas por el tinto 'grosero', como lo definía el fabulista de Laguardia Félix María de Samaniego, «vinos ásperos, cerrados, que se masquen». «Era muy difícil su conservación y el transporte a largas distancias. Su clientela estaba en el norte», comenta Luis Vicente Elías.
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A partir del siglo XVI, el nuevo viñedo respondería a la rentabilidad económica, al beneficio, alejado de ese autoconsumo que asumían tantos humildes agricultores. «Los hidalgos de los siglos modernos fueron los primeros bodegueros», reseñaba el historiador José Luis Gómez Urdáñez. El comercio fue el germen del histórico pacto entre desiguales. La nueva élite social y política comenzó a influir en la fiscalidad, los precios y en las comunicaciones. Empezó a agruparse en la Junta de Cosecheros y, posteriormente, en la Sociedad Económica de La Rioja Castellana que, reunida en Fuenmayor en 1784, sentó un hito en el provincialismo riojano.
Llegó la región a un momento en el que la sobreproducción era evidente. Gaspar de Jovellanos, escritor y político ilustrado, en el Informe sobre la Ley Agraria (1795), atribuía sus males a «la excesiva extensión que se ha dado al cultivo del viñedo». Yde forma más literaria, en sus epístolas invitaba a «declarar la guerra a Baco». La escasez del trigo en el cambio al siglo XIX afectó a las pagas de los jornaleros y empobreció al campesinado. Además, conflictos bélicos como la invasión francesa y la guerra Carlista interrumpieron cualquier actividad. «Durante la guerra de la Independencia, Rioja Alavesa tenía un ejército impresionante, como para meterse en otros negocios», comenta Salvador Velilla.
Hasta el momento, «Rioja había culminado el proceso de desarrollo moderno», según Gómez Urdáñez, con el control de las estructuras políticas por los cosecheros, el dominio del mercado del norte y la expansión de viñas, lagos, cubas y bodegas. Sin embargo, el Antiguo Régimen imponía unos límites. No se había mejorado la productividad ni las técnicas. Ycon todos esos ingredientes se llegó a una profunda crisis. «Se produce una importante reducción del viñedo. Ha sido siempre un cultivo con muchísima fluctuación», apunta Elías.
Mientras, algo se gestaba en Rioja. En Francia ya triunfaban los vinos refinados, convertidos en un producto de lujo, y hacia allí se dirigieron aquellos que querían ir más allá de esos tintos 'groseros' que se elaboraban en nuestra región. El pionero fue Manuel Esteban Quintano, natural de Labastida y canónigo de la catedral de Burgos, que viajó a Burdeos interesado por estudiar las técnicas francesas en 1785. Las puso en práctica en su bodega en la siguiente vendimia, vinificando sin raspón, con trasiegas y usando la barrica. Su vino comenzó a ganar reconocimientos.
Los cosecheros de Labastida, apegados a la tradición «y que no acogieron bien un método que requería inversiones en barricas y estar un año o dos sin cobrar el vino», indica Velilla, terminaron con la experiencia de los Quintano al aprobar ordenanzas proteccionistas. «Era común que cada ayuntamiento reglamentase desde la producción, estableciendo qué día podía vendimiar, a la comercialización, fijando precios y haciendo suertes para que todos tuviesen la posibilidad de vender vino», describe Salvador Velilla.
Ese movimiento en busca de una mayor calidad y mejor conservación del vino no caería en saco roto, y la inquietud de unos cuantos fructificó en iniciativas como la del Medoc Alavés, al auspicio de la Diputación, que trajo cepas francesas y contrató al enólogo Jean Pineau para formar a los cosecheros. Guillermo y su hijo Camilo Hurtado de Amézaga, marqueses de Riscal, fueron sus principales valedores. En Elciego fundaron en la zona de Torrea una bodega para la historia, elaborando su primera cosecha en 1862.
Otro noble ilustrado, Luciano de Murrieta, fue también protagonista de mediados del siglo XIX. Retirado de la carrera militar, el marqués se asentó en Logroño y empezó a elaborar en la bodega familiar del general Espartero, antes de comprar finca Ygay. Figura relevante pero más desconocida es la de Galo Lucas de Pobes y Quintano, con viñas en Labastida, Casalarreina y Ollauri, otro adelantado a su tiempo, que participó con vinos 'de vinificación bordelesa' en varios certámenes internacionales.
Y entonces, la filoxera arrasó los viñedos de Francia. «En el libro de matrícula industrial de Haro aparecen ya en 1865 cuatro negociantes franceses que vienen a comprar lo que haya», señala Luis Vicente Elías:«Llegó a haber una treintena». Desde el país galo, la necesidad de importar vino impulsa una época dorada en la que el viñedo se duplicó hasta las 69.260 hectáreas en Rioja, una cifra nunca más alcanzada e incluso superior a la actual. Un comerciante jarrero denunciaba «la manía de plantar viñas hasta en las huertas».
El 'boom' era tal que en municipios como Cenicero, Cuzcurrita o Briñas el viñedo abarcaba el 80% del término municipal, mientras que la producción de vino de Logroño se destinó hasta en un 90% a Francia. «A menudo se habla de los barrios de bodegas como de un origen remoto pero muchas fueron hechas a finales del siglo XIX por la necesidad de almacenar el vino», subraya Luis Vicente Elías. «Desaparece el trato entre el bodeguero y el arriero, que llegaba con su reata de mulos y el carro, y las ventas empiezan a hacerse a través de almacenistas», añade Salvador Velilla.
Otros elementos son claves para comprender esta revolución vinícola. Uno de ellos es la llegada del ferrocarril a la región en 1863, que favoreció el envío del vino a los puertos y que propició la creación de barrios de bodegas junto a estaciones de tren, como es el caso de Haro, pero que también facilitó que uvas de localidades riojabajeñas remontasen el Ebro hacia las compañías jarreras.
Pese a seguir Rioja anclada en métodos tradicionales, los vinos de calidad, fomentados por los enólogos franceses, empezaron a ganar cierto mercado y nombre. La burguesía industrial vasca había encontrado un foco de inversión y contribuyó en buena medida a una época de dinamismo en la que surgen bodegas como López de Heredia, CVNE, La Rioja Alta SA, Bilbaínas, Romeral, Riojanas, Franco Españolas, Montecillo... Se trataba de un novedoso concepto, la industria aplicada al sector del vino, con elevadas inversiones. «Aparece una figura nueva, extraña:bodegas que hacen vino sin tener viñedo», explica Velilla.
Antes incluso de que la temida filoxera se detectase en Sajazarra en 1899, el primer foco en la región, y que comenzase a asolar el cultivo como hizo al norte de los Pirineos, Rioja entró en crisis. Recuperado el viñedo francés, el Gobierno galo efectuó una subida de aranceles que cerró la frontera al vino riojano.
La sobreproducción fue patente, dejando vino sin vender, viñas sin vendimiar y viticultores en ruina. Además, el desprestigio se extendió por la adulteración del vino que realizaban ciertos comerciantes con agua, colorantes o alcohol industrial. Cuestión que dio lugar a la popular canción:«Los almacenes de Haro los vamos a quemar, que muere mucha gente del vino artificial».
Con todo, el golpe más severo llegaría con la filoxera, que afectó al 85% del viñedo riojano. Frente a ella se actuó con cierta lentitud por parte de las instituciones, mientras que los pequeños agricultores mostraban su hostilidad a adoptar las costosas medidas requeridas. Hubo abandono o búsqueda de soluciones milagrosas, como la que prometía el gallego Guillermo Valera, que convocó dos nutridas asambleas en Sajazarra a las que acudieron viticultores, bodegueros e incluso Víctor Manso de Zúñiga, director de la Estación Enológica. «Van todos los prohombres de la región, pero cuando Varela habla de que cada ayuntamiento tiene que depositar dinero en un banco empieza a surgir la desconfianza y Manso de Zúñiga avisa:'Ojo que este hombre nos está tomando el pelo'», explica Elías.
La solución no era tan sencilla, era la que tantos trataban de evitar:la replantación con vides americanas. En este contexto fue todo un faro de ciencia y razón la Estación Enológica, creada en Haro en 1892 fruto de un plan nacional. Allí se creó un vivero de cepas, al igual que en algunas bodegas, que también guiaron la obligada salida, como Marqués de Riscal o Franco Españolas. Luis Vicente Elías señala cómo «las élites sí confiaban en el injerto porque veían que en Francia había funcionado. Mientras, los viticultores pasaron de arrancar las vides americanas, porque creían que contagiaban, a robarlas para ponerlas ellos. Primero, no tenían confianza, segundo, no tenían dinero».
Los costes de la modernización fueron inasumibles para muchos: mayor cuidado de las nuevas vides, personal cualificado, maquinaria, tratamientos... La superficie de viñedo se reduciría a la mitad en Rioja (30.398 hectáreas) veinte años después de la llegada de la filoxera. Pero el drama fue el demográfico. La pobreza aumentó de forma severa, especialmente visible en Logroño, a donde acudieron muchos viticultores y jornaleros. Mientras, otras comarcas se vaciaban, como la de Haro y Rioja Alavesa, que perdieron cerca del 15% de su población. El destino de muchos fue América. Diario LA RIOJA, en aquellos primeros años de siglo, llenaba la última de sus cuatro páginas de anuncios de compañías navieras que anunciaban salidas a Argentina, Uruguay o Cuba. «Se produce un hecho curioso, y es que mientras que el cosechero abandona o emigra, los empresarios son los que vuelven a plantar. Cambia el sistema de propiedad con concentración hacia las bodegas», reseña Luis Vicente Elías.
La crisis de la filoxera y su recuperación aceleró la desigualdad, pues era cada vez mayor la dependencia de los viticultores hacia las bodegas. El historiador Ludger Mees ('Una historia social del vino') subraya cómo se había creado una nueva burguesía del vino que controlaba la elaboración y la comercialización, compuesta por una mezcla de aristócratas ilustrados, comerciantes franceses, empresarios y financieros vascos y miembros de las élites locales. «En el caso de Haro, estos últimos eran principalmente hombres relacionados con el comercio, los préstamos y la industria eléctrica», detalla Luis Vicente Elías.
Las grandes bodegas empezaban, además, a mirar más allá del comercio tradicional y a extenderse en el mercado interior hacia las clases medias y la alta sociedad, especialmente aquellas criadoras especializadas en vinos de calidad, que terminarían definiendo al sector, frente a las que seguían elaborando vinos corrientes.
Luis Vicente Elías recuerda cómo «López de Heredia le da instrucciones a su distribuidor enMadrid para que se dirija a la nobleza, al cuerpo diplomático y a los grandes hoteles nacientes como el Ritz». «La botella empieza a tener presencia. Nace la marca y con ella las etiquetas, con todos los premios obtenidos. Aparece esa necesidad de comunicar», menciona Velilla, recordando los abanicos que José María de Pobes encargó para la plaza de toros de Bilbao con su marca Cañedo.
Rioja, que impulsó sus exportaciones durante la PrimeraGuerra Mundial, consolidó una posición ventajosa para la posterior crisis de sobreproducción. Una más. Mientras, el abismo entre viticultores y vinicultores se encaminaba hacia el histórico pacto entre desiguales que refrendó la creación de la DO –tal y como lo definió el catedrático de Historia y autor del magnífico libro 'El Rioja Histórico, la Denominación de Origen y su Consejo Regulador'–.
Surgieron varias agrupaciones desde las élites del sector, como la Asociación de Exportadores de Vino de Rioja o la Asociación Nacional de Vinicultores e Industrias derivadas, mientras que el campo se agrupaba en el sindicalismo católico o en la Asociación de Viticultores de La Rioja. Estos últimos defendían el reconocimiento de la marca registrada Rioja y denunciaban falsificaciones de vinos que bodegueros y comerciantes traían de fuera para venderlos como de aquí. «Presumían en vagones de ferrocarril que tenían vino de Valdepeñas o Cariñena. Pero otras bodegas pretendían un control más estricto, más regulación», señala Luis Vicente Elías.
Estas tensiones hallaron su oportunidad de encuentro con la Real Orden de 1925 que creaba en España las Denominaciones. El camino había sido largo, con crisis y excedentes, revoluciones técnicas, burgueses pioneros, agricultores y jornaleros abnegados, tintos 'groseros' y vinos de crianza, mercados por explorar... El 6 de junio de 1925 nacía la Denominación de Origen Rioja. El resto, también es historia.
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Javier Campos | Logroño
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