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Cuando las nubes se encuentran en su camino con la Sierra de Cantabria, el efecto Foehn se observa a la perfección. Es como ver a la humedad viajar de forma mágica y en formación. La masa de aire asciende sobre una montaña, se enfría y se condensa en nubes, formando un manto blanco. Ese mismo efecto puede que lo vieran hace 86 años desde viña La Salceda el grupo de mujeres que, solas y valientes, decidieron hacer algo que años después supondría un hito para Bodegas CVNE. Allí, bajo las peñas de Gembres, en una finca de 2 hectáreas, se hizo la magia.
Entonces, el paisaje agrario que dejaba la guerra Civil se centraba en los cultivos de productos básicos y estaba muy atrasado tanto en rendimientos como en técnicas agrícolas. Además, una gran sequía mermaba las posibilidades de progreso y la autarquía reducía los flujos comerciales. Si bien la Denominación de Origen Rioja había nacido en la última década de los años 20, la puesta en práctica de los primeros postulados también se vio truncada por las circunstancias.
El sector fue inevitablemente afectado por la coyuntura. Durante la década de los años 30 muchos vinos se vendían bajo el nombre Rioja pero no había ningún control ni garantías, a lo que se sumó que se perdieron grandes extensiones de viña. La DOCa había quedado sepultada por la situación económica y bélica.
En 1939 la mayoría de los hombres estaba en el frente y las pocas manos que había se dedicaron a recolectar y a elaborar tinto, que era lo prioritario. Meses después, cuando ya la vendimia estaba más que olvidada y el frío asolaba ya la zona, un grupo de mujeres decidió vendimiar una parcela de blanco que no había sido recolectada cuando tocaba y que permanecía ahí, olvidada y nostálgica. No se sabe muy bien en qué mes la vendimiaron, pero está claro que la uva estaba muy pasificada. «Las mujeres metieron la uva en barricas y la dejaron fermentando. Al estar la uva en ese estado y con los niveles de azúcar muy altos, las levaduras no pudieron transformar todo ese azúcar y se paró la fermentación», explica María Larrea, enóloga de la bodega. El vino se quedó de forma natural con ese azúcar residual y así estuvo, dentro de las barricas, durante años. Hasta que se embotelló. «Al haber pasado tantos inviernos en las barricas, el vino había decantado de forma natural, por lo que estaba limpio», añade.
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El tiempo pasó. Los hombres regresaron al campo. España superó una posguerra durísima y una dictadura aún más dura y aquellas botellas quedaron en un rincón oscuro del laberíntico calado de CVNE. Acompañadas de otros miles de botellas que descansan en pasillos iluminados por una tenue bombilla e incluso en nichos. Un lugar donde casi en cada esquina hay un mapa que indica qué vino está guardado en cada espacio.
Aquel vino durmió en un rincón de los maravillosos calados de CVNE, protegido por una temperatura, una oscuridad y una humedad perfectas. Las botellas se cubrieron de polvo y los años hicieron el resto. El vino se tornó dorado mientras sus creadoras desaparecían y la bodega parecía haberse olvidado de ellas.
Pero un día, durante unas obras, alguien las encontró. Eran los años setenta. Yresultó que aquel vino era una maravilla. «Nos dieron 100 puntos Parker y sale en la lista del libro 'Los 1001 vinos que hay que probar antes de morir'», cuenta Larrea.
Para llegar hasta las botellas hay que recorrer varios de los pasillos del calado. Contemplarlas, en silencio y con ese característico olor de guarda, tiene algo mágico. Tocarlas implica, además, responsabilidad. Que se rompa una de las pocas que queda sería perder parte de esa historia que nos dejaron aquellas mujeres. Dentro de esas botellas no solo hay vino. Hay valentía, perseverancia y resiliencia.
Así que reproducir aquello era prácticamente imposible. Durante un tiempo se hizo, recolectando la uva con algo más de grado, pero sin esa vendimia tardía y la sobremaduración que había sido tan especial y necesaria.
En 2015, la bodega decidió que aquel vino se merecía un homenaje e intentar, al menos, hacerlo como lo habían hecho aquellas mujeres. Destinaron un viñedo de Villalba de Rioja a ello y comenzaron a intentar reproducir aquella hazaña. «Al estar a más de 500 metros, con influencia atlántica y contar con un suelo arcillocalcáreo, muy frío, que mantiene la humedad, era el indicado», explica Larrea. Y, además, está el efecto Foehn, que «conserva la humedad pero genera una corriente de aire que mantiene la uva muy sana». Porque estas uvas blancas tienen que aguantar en la cepa mucho más de lo normal. Para ello, además, se protegen con mallas antipájaros hasta su recogida manual.
Aparte de las peculiaridades climáticas y de suelo, unas uvas en esas condiciones y que se recolectan ya en diciembre o enero, suponen muy poco rendimiento. «No hacemos ni 1.000 botellas». La vendimia se realiza de forma manual y con cierto porcentaje de podredumbre noble. Y si no fuera suficiente tener que contar con todo esto, evidentemente este vino solo se elabora los años en los que el clima permite las condiciones óptimas de sobremaduración. Vamos, que es casi un milagro elaborarlo.
Para intentar reproducir aquel parón en el tiempo que guardó las barricas durante varios inviernos, el mosto pasa a barricas de roble a una temperatura de 22-24 grados y en la última etapa de la fermentación se enfría el vino y se filtra para frenar su fermentación. Se mantiene en 30 gramos de azúcar. «Conseguimos así un equilibrio entre el alcohol adquirido, el azúcar residual y la acidez propia y natural de la uva». Luego, una larga estancia de 6 años en barrica de roble francés contribuye a crear los complejos aromas de este caldo.
Cosecha: 2016
Variedades: 100% viura
Color: dorado y ribete brillante
Olor: Complejo y con elegante bouquet. Desprende una mezcla de flores y frutas blancas, pera, manzana, corteza de naranja y notas dulces como el membrillo y la compota de ciruela
Boca: suave con paso envolvente, potente, rico. El cuerpo y el dulzor están perfectamenteequilibrados con la acidez. El final es largo, donde aparecen la mantequilla y los torrefactos entrelazados con las frutas amarillas
El resultado es un vino que muestra la flor blanca y la fruta blanca de la viura, pero también otros muchos aromas:miel, membrillo, corteza de naranja, de limón... sin ser nada empalagoso. «Al estar en una zona alta, mantiene la frescura», explica Larrea, que señala también los ahumados que aporta la barrica y su untuosidad.
Cuando realizamos este reportaje, la viña comenzaba a brotar, se veían algunas yemas y seguía llorando, aguantando los fríos que todavía dejaba la mañana pero deseosa de recibir el calor de los primeros rayos de sol. Habrá que esperar muchos meses para saber si esos pequeños brotes serán el principio de un vino cuya elaboración depende de tantos factores que es casi un milagro. Como casi milagroso fue lo que consiguieron aquellas vendimiadoras.
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Marta Hermosilla Garrido y David Fernández Lucas | Logroño
Óscar Beltrán de Otálora, Gonzalo de las Heras e Isabel Toledo
Javier Campos | Logroño
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