Con aroma a fútbol histórico
52 años en la Gran Vía | Carlos Belaza, hijo del que fuera gran capitán del Logroñés, regenta uno de los bares clásicos del centro
Más de medio siglo contempla al Génesis, un local que se ha convertido en una institución en la Gran Vía logroñesa y que, desde el pasado mes de marzo, gestiona en solitario Carlos Belaza, un apellido célebre para los amantes del fútbol capitalino de hace algunas décadas. Es Carlos hijo del conocido Jesús Belaza, gran capitán que lideró al desaparecido Club Deportivo Logroñés cuando el barro afeaba las botas de los futbolistas y los jugadores repartían su tiempo entre el fútbol y otros menesteres.
En datos
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Dirección Gran Vía, 43.
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Horario De las 5.30 horas a las 23 horas. Domingos cerrado.
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Precio 1,50 euros el café con leche; 1,40 euros el cortado; 2,2 euros la caña y 2 euros el pincho de tortilla.
Punto de encuentro. El Génesis, cuyo nombre hace honor al primer libro del Pentateuco bíblico que narra el origen del mundo y del hombre, se abrió hace 52 años de la mano de la familia Cámara, felizmente emparentados con los Belaza. «Muchos creen que el bar era propiedad de mi padre, pero no es así, era de mis tíos y de mi madre...», relata Carlos Belaza.
«Desde el inicio, era un sitio emblemático donde la gente venía a hablar de fútbol, a ver a mi padre... Siempre ha sido un lugar de encuentro y eso lo hemos intentado mantener a pesar de los cambios», apunta Carlos.
Apertura con madrugón. Vive Carlos Belaza con pasión la hostelería, un negocio que ha evolucionado considerablemente. «Se han adelantado mucho las horas en la hostelería, el tardeo ha influido bastante: antes se metían muchísimas horas, estabas hasta las tres o las cuatro de la madrugada;ahora para las once de la noche, apenas hay clientela los fines de semana, y entre semana, a las nueve o las diez se han recogido casi todos». Y eso que el dueño del Génesis levanta su persiana antes de las cinco y media de la mañana para dar servicio a los trabajadores que cogen el autobús con destino a los polígonos o a las empleadas de la limpieza que empiezan su jornada: «A esa hora ya dispones de la bollería dulce, lo salado tarda un poco más, lo que nos cuesta hacerlo, pero está disponible enseguida».
Esos cambios en el negocio los ha ido notando en primera persona Carlos, que mantiene vívidos recuerdos de cuando no había barra de pinchos, «salvo cuatro bocaditos», y sólo se ofertaban los calamares y tigres, marca de la casa del Génesis, «los fines de semana». Dice Carlos que la cosa se ha acelerado a raíz de la pandemia y que «todo el que entra, quiere comer, aparte de su café, su vino o lo que sea». «La gente ahora no quiere más que gastar y comer y estar fuera de casa», explica gráficamente el propietario, que cree que «el pincho ya es la mitad de la comida: la gente viene, se come un par de pinchos y en casa, con un yogur, ya han cenado».
Lo que dispone el cliente del Génesis es una amplia variedad de bocatitas entre los que elegir para echarse al coleto, «hasta 17 distintos», remarca Carlos, que ríe cuando recuerda que muchos terminan recurriendo a la clásica tortilla cuando no saben por cuál decantarse.
450 cafés al día. La fidelidad de los clientes va aparejada al trato que dispensa Carlos, una de sus bazas más señaladas. «Igual tengo a unas cien personas que vienen todos los días desde hace 50 años; puede ser que algún día varíe de sitio, pero aquí el 80% de la gente viene todos los días». Y sobre la petición estrella, el gerente tampoco duda: «El café, la gente es muy cafetera». «En 52 años que llevamos aquí no hemos cambiado nunca de café: la que antes era Greiba y ahora Baqué», explica para a continuación cifrar en unos 450 los cafés que prepara cada día. Certifica el dueño del Génesis su afán por un trato exquisito al cliente y asegura que, aparte de los pinchos, «trabajar de camarero no solo es servir cafés; la gente busca el trato, el cariño, ese plus». «La gente viene, te cuenta sus problemas, le escuchas, le das un consejo», resume Carlos.
Un año en una fábrica. Sobre su pasión por esta profesión, Carlos asegura que el bar es su vida: «Hace unos años me volví loco y me fui a una fábrica: metía ocho horas en la fábrica y luego echaba otras diez en el bar. Así, un año entero de lunes a sábado hasta que llegó el momento de decidir si quedarme o no con el negocio». No dudó mucho Carlos porque a él el bar le «da la vida». «En la fábrica, yo me aburría mucho, hacía mi trabajo y estaba contento, pero me aburría mucho; aquí hablas con uno, bromeas con otro, el contacto con la gente a mí me llena», detalla.
Cuatro reformas integrales ha visto el Génesis en su más de medio siglo de vida, la última, la más radical: «Retiramos el acuario de cuatro metros que ocupaba media pared, cambiamos la barra de sitio, le dimos mucha más luz...». «Nos dimos cuenta de que la gente ya no buscaba locales oscuros y discretos sino que pedía bares más luminosos», apunta un Carlos que manifiesta que su bar es «diferente» porque cierra «los domingos, en San Bernabé y en San Mateo, en Navidad, Año Nuevo y Reyes, y también en Semana Santa», una decisión que Carlos defiende para «poder vivir» y también para «mantener a las camareras y que se quieran quedar».
«Que se unan los dos». En cuanto a lo más definitorio, Carlos lo tiene claro:«La esencia del Génesis somos nosotros, los que estamos detrás de mostrador. A sus ochenta años, mi padre sigue viniendo y la gente mayor que lo vio jugar se acerca a conocerle, a charlar, a recordar su etapa como capitán del Logroñés, a mantener ese punto de encuentro... A mí me entusiasma». Y claro, muchas conversaciones en el Génesis giran en torno al balompié local y sus penalidades pasadas y vicisitudes actuales y Carlos se moja: «A mi padre le da mucha pena que no se unan los dos equipos. Él dice que es de los dos, y yo opino lo mismo: es muy triste que no se junten».
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