José Luis Ábalos, en una película neorrealista . Ana Escobar (Efe)
Crónicas venenosas

Gente que quiere dar pena

«El dinero es un bien cuando la razón gobierna» (Publio Siro, 'Sentencias')

Pío García

Logroño

Domingo, 22 de junio 2025, 09:17

No todo el mundo vale para dar pena. Sánchez en este terreno lo tiene muy difícil: no puede uno cultivar durante años una imagen de ... pistolero gélido y salir de pronto en rueda de prensa con la carita compungida y la traición tatuada en el pecho, a lo Concha Piquer. En los primeros días del escándalo, solo le faltó coger un spray y escribir en las paredes de Ferraz: «Emosido Engañado».

Publicidad

Era aquel un Sánchez oscuro, casi gótico, como sacado de una novela de vampiros. Quizá el color nogal fuese su forma de decir que se había quedado muerto, fíjate tú el Santos la que me ha liado, aunque más parecía que el escándalo le había pillado dándose los barros en un balneario, con el tiempo justo para quitarse el albornoz y las pantuflas.

El presidente no sabe dar pena. Menos mal que ya ha vuelto por sus fueros. ¡No se puede cambiar de personaje a mitad de la función! A Clint Eastwood le costó tres décadas pasar de Harry el Sucio a los Puentes de Madison y aun así siempre parecía a punto de desenfundar el magnum. En esto fallan los asesores de Sánchez, que se empeñan en apuntarlo al Actors Studio en lugar de aprovechar su único registro: esa mirada de estalactita, esa sonrisa mefistofélica, ese rictus de veterano del Vietnam. A lo sumo, podría haber salido vestido de camuflaje, como Rambo, gritando por los pasillos «¡Dios mío, esto es un infierno!»

Ábalos, sin embargo, sí tiene talento para la interpretación. Lo mismo te protagoniza una de Esteso y Pajares, con la Carlota enrollándose que te cagas, que se convierte en un magnífico actor de película neorrealista, con su camiseta blanca de Orlando (Florida) y ese aire, entre melancólico y desvalido, de quien antes almorzaba en el Ritz y ahora, golpeado por la vida, sorbe la sopa en un comedor social.

Publicidad

Aunque soy de natural blandito y comprensivo, ninguno de los dos consigue darme pena. Solo sufren por su negocio (político o económico). Hay en ellos un fingimiento teatral, como aquellas Dolorosas barrocas a las que les ponían ojos y lágrimas de vidrio para acentuar su patetismo. Pena me dan, en todo caso, los millones de ciudadanos de a pie que les creyeron, que vieron en ellos una esperanza (¡una regeneración!) y que ahora se sienten estafados, sin saber qué hacer ni qué decir, mientras sus adversarios –seguidores de aquellos otros que antes robaron de lo lindo– los miran con una lacerante sonrisilla.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta especial!

Publicidad