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Ana Rodríguez e Israel Villada posan con los usuarios del centro de día Gonzalo de Berceo de Logroño y las perras Tirma y Poliki. Irene Jadraque/Sadé Visual

El perro es el mejor compañero de los mayores

Los animales de Dejando Huella intervienen en centros de día y residencias para favorecer el bienestar de los usuarios en su deterioro físico y cognitivo

Diego Marín A.

Logroño

Jueves, 26 de junio 2025, 07:31

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Aunque parece solo una actividad lúdica, no lo es. Tirma y Poliki son dos perras que interactúan con las personas mayores, se dejan acariciar, les dan de beber y chucherías y hasta juegan a la pelota. Toda la actividad tiene un segundo plano, además del aparente juego, de la diversión, los mayores ejercitan los brazos, las manos, los dedos en todas las acciones, además de la memoria y la conversación. Como Eugenia, que permanece callada durante toda la sesión hasta que, de pronto, cuenta la anécdota de su hermano, quien apostó en un partido de pelota en Lardero contra Tongui, popular por sus trampas: «Cada vez que le tocaba pegar a la pelota al Tongui mandaba al perro a por él y le mordía el pantalón, y aunque el otro se quejaba, pudo ganarle».

En el centro de día Gonzalo de Berceo de Logroño trabajan con perros cada semana desde hace una década. «Es una herramienta terapéutica que ayuda mucho a nivel social, emocional, cognitivo… Hay muchos usuarios con los que no logramos conectar con palabras y a través de los perros sí se comunican. Hemos visto avances y mejoras con muchos», explica Israel Villada, integrador social del centro de día. «Hacemos otras actividades, además de las de los perros, como Lenguaje y Matemáticas, pero a quienes siempre les han gustado los animales piden venir y lo hacen con mucha energía, incluso intentan colarse», reconoce Israel Villada.

También se fomenta la amistad entre los participantes. Valentín le pregunta a Chelo cuántos hijos tiene cuando esta cuenta que su hija tiene un perro de 40 kilos con el que la va a visitar. Hasta se ejercitan las percepciones sensoriales como el oído, aunque una de las participantes deba aumentar el volumen del sonotone, cuando todos cierran los ojos y deben adivinar qué comen las perras, una crujiente chuchería. «¡Avellanas!», «¡Nueces!» intentan acertar… pero no, es una especie de cocos para perros.

La perra Poliki juega a la pelota con una usuaria del centro de día de Gonzalo de Berceo. Irene Jadraque/Sadé Visual

La hora se pasa volando y, al final, los propios mayores reconocen que les encanta. «Los perros son como psicólogos», afirma Sara. «Si hemos venido es porque hemos querido», añade el bromista Valentín, y quizá es lo único serio que ha dicho en toda la sesión. «Si llevásemos las perros a la sala común, todos querrían interactuar. Hay quienes no hablan con otros usuarios y sí a los perros», advierte Israel Villada.

En la residencia El Sol, también de Logroño, estas mismas perras acuden cada quince días desde hace diez años a interactuar de una forma muy parecida con los residentes. Ana Rodríguez, responsable del proyecto Dejando Huella, que ofrece intervenciones asistidas con perros a enfermos de Alzhéimer, personas con autismo y mayores, explica que la función de Tirma y Poliki es complementar el trabajo de la terapeuta y la psicóloga en el estado anímico o físico.

«Trabajamos emociones. Hay personas aisladas de la realidad con las que no se encuentra un estímulo perfecto y, de pronto, con el perro, se consigue, se activa», expone Ana Rodríguez. Está demostrado científicamente que sonreír libera neurotransmisores como dopamina, serotonina y endorfinas, que contribuyen a generar bienestar. A eso ayudan las perras en El Sol. «Siempre es mejor estar contento para el organismo, tener una ilusión. La visita de familiares les alegra mucho pero la de los perros les genera ilusión, van directos al animal, sonríen… Hasta tienen sus favoritos y preguntan por ellos si no vienen unos perros y sí otros», asegura Rodríguez.

La perra Tirma, sobre el regazo de Lala, de 98 años. Irene Jadraque/Sadé Visual

Vinculación emocional

Al entrar en la sala donde los animales esperar a iniciar la actividad hay quien rápidamente elige una silla junto a Poliki y no para de acariciarla. Después, con personas que apenas se han movido, una perra aprieta con la pata una bolsa de aire que impulsa un cohete y, de pronto, la persona mayor lo recoge como un 'frisbee' ante de que caiga al suelo. Aparentemente es una tontería pero realmente es ciencia: hay un estímulo que genera una respuesta que, en otra circunstancia, con otros incentivos, no se provocan.

La residencia El Sol, especializada en grave dependencia, cuenta con varios usuarios en cuidados paliativos con los que la interacción es más difícil. Son personas a menudo con mucho deterioro cognitivo o físico con las que la presencia del animal es de lo poco cosas que pueden hacer. «Con estos perfiles se trabaja la vinculación emocional y algo de actividad porque son personas muy limitadas, pasan casi todo el tiempo en la cama, lo demás es prácticamente la familia y música», advierte la psicóloga Esmeralda Cambero.

Poloki le da la pata a un usuario de la residencia El Sol. Irene Jadraque/Sadé Visual

Con usuarios como Mamen, de 64 años y con parálisis cerebral, y Lala, de 98 y con demencia, se realizan intervenciones asistidas menos lúdicas pero igual de efectivas. «Es una estimulación diferente, a nivel emocional reciben cariño y se relacionan socialmente. Las terapias clásicas no funcionan porque no pueden recibir estimulación cognitiva y esta es una nueva oportunidad para poder trabajar con ellos. Los efectos son más a nivel emocional porque con estos perfiles no se consigue una mejora cognitiva», reconoce Esmeralda Cambero. Y es que a veces no hay lenguaje y el perro estimula la comunicación. Como con Lala, que apenas responde «Sí» cuando suben a Tirma en su regazo y le preguntan si desea peinarla.

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