

Secciones
Servicios
Destacamos
Sea como Unidad de Medicina Intensiva (UMI), como actualmente se le conoce, o como Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), su nombre popular y tradicional, el servicio a los pacientes críticos ha dejado huella en miles de riojanos durante cincuenta años de existencia. Quien pasa por allí queda marcado no solo desde un punto de vista exclusivo de la salud sino que la vivencia personal y vital es tan potente que todas las atenciones resultan clave. Esa vertiente humana define a la UMI y a sus profesionales, que celebran medio siglo de servicio en la región con vocación y cercanía.
Fue un 9 de abril de 1975 cuando ingresó el primer paciente en la recién creada UCI del Hospital San Millán de Logroño. En esos comienzos se trataba de un servicio que incluso pasaba algo desapercibido en el contexto sanitario y, mucho más, en la sociedad riojana. Apenas pueden encontrarse menciones en la prensa de esos primeros años. Cinco camas había al principio, pocas en comparación a las 31 actuales, si bien la pandemia fue la que terminó de dar el impulso a la UMI como un servicio indispensable y por el que debía apostarse. Antes del covid, en el hospital San Pedro contaban con 17 plazas. Ahora, con casi el doble, se reparten en dos plantas y otra en cardiología. Urgencias, quirófanos, reanimación postoperatoria, sala de hemodinámica o radiodiagnóstico, servicios con los que mantiene una estrecha relación, quedan cerca.
Aunque existen picos estacionales, por ejemplo con las enfermedades respiratorias, las patologías que atienden en la UMI son enormemente variadas. Los denominadores comunes son dos:el paciente llega en estado crítico y existen posibilidades de recuperación.
«Pensando en lo que suponen cincuenta años desde que se abrió el servicio te das cuenta de que durante más de 18.000 días el paciente crítico en La Rioja ha sido atendido de forma continuada. Gente que ha trabajado, que trabaja y los que nos iremos, pero eso continúa», comenta Adolfo Calvo, jefe del servicio. Desde personas que pasan unos días en la unidad a otros que suman meses y meses, cada paciente se agarra a la vida entre monitores, respiradores y 'boxes', acompañado y atendido por cerca de 160 profesionales –médicos, enfermeras, técnicos, celadores...– que tiran para que siga a este lado, para que salga de la UMI con ese recuerdo estremecedor pero vitalista.
Lourdes Capellán y Amaya Burgos Supervisoras de enfermería
«Si la enfermería se caracteriza por estar a pie de cama, aquí eso se multiplica», comienza Lourdes Capellán al describir qué es trabajar en la UMI:«Al paciente nunca se le pierde de vista, aunque sea solo por infraestructura, está monitorizado, pasamos continuamente...». «La parte técnica es importante pero la humana no lo es menos. El paciente percibe su gravedad, siente que se va a morir;debes transmitir cercanía, seguridad, calma...», comenta Amaya Burgos. Ambas son supervisoras de enfermería de una unidad en la que el contacto con el paciente es tan complejo como necesario.
«Gran parte de los pacientes son altamente frágiles y dependientes, están sedados, con analgésicos, intubados... El personal de enfermería cubre todas sus necesidades, no solo para ponerle medicación intravenosa, también desde el aseo de cada día y la limpieza, mantenerle confortable o realizar movilizaciones. Se mira al paciente de una manera holística», señala Burgos.
Del ingreso en la UMI hasta la salida, la atención comprende infinidad de circunstancias, de la angustia de la llegada a las complicaciones de la recuperación. Un proceso delicado para el paciente en el que la cercanía de los sanitarios se complementa cada vez más con la de los seres queridos. «La UMI se está abriendo más en muchos aspectos, se permite que las familias formen parte en la medida de lo posible de ese proceso, es beneficioso», señala Capellán. Las visitas forman parte de la rutina diaria, más programada en la mañana –«aseos, pruebas, intervenciones programadas...»– y más dependiente «del paciente urgente y de emergencias» en las tardes y noches.
Esa proximidad que impone un servicio intensivo implica también una carga emocional. «Generamos cierta autoprotección. Tenemos que equilibrar mucho la parte de la atención y el acompañamiento al paciente, que te conmueve, con establecer ciertos límites, porque cada caso es especial», comenta Capellán. «Y tú tampoco estás igual todos los días», tercia Burgos, «pero hay que aprender todo en tu profesión, hay momentos que son muy duros pero hay que ayudar a otra persona a pasarlo menos mal, hacerle sentir que no está solo».
En relación a ello, la pandemia sale a colación de forma natural durante la conversación. «La sensación era de miedo, de que iba a poder contigo», recuerda emocionada Amaya Burgos, que entonces trabajaba en emergencias:«Mis hijos me preguntaban si no me iban a poder abrazar nunca más». «Te marchabas a casa con la mochila de todo lo que había pasado en el turno», añade Lourdes Capellán, que rememora que en lo peor de la pandemia estuvo ingresada 7 días en el hospital, en planta, «y haber permanecido ese tiempo, cuando más manos hacían falta, sin poder trabajar ni ayudar no me lo quito. ¿Qué hago aquí?, me preguntaba constantemente».
Tras ese «antes y después» que marcó el covid, Capellán valora como «tremendamente bonito trabajar con pacientes en intensivo, porque sientes que puedes ayudar cada día y te permite volcar todos tus conocimientos y seguir empapándote de más sin circunscribirte a una única patología», subrayando, como apunta su compañera, Lourdes Burgos, que «todos los campos de la enfermería son satisfactorios si encuentras lo que te gusta».
Adolfo Calvo, Lidia Martínez y Elisa Monfort Médicos intensivistas
Llevan dos décadas en la Unidad de Medicina Intensiva y, pese a todas las situaciones vividas, algunas de ellas realmente dolorosas, reconocen ser «entusiastas de este trabajo». Adolfo Calvo, jefe del servicio de la UMI, Elisa Monfort y Lidia Martínez, médicas intensivistas, son parte de un amplio grupo del que no paran de presumir, con todo lo que ello supone. La toma de decisiones, la corresponsabilidad, el apoyo mutuo, el aprendizaje compartido... «Ese sentimiento de equipo tan arraigado es algo vital en nuestra unidad», coinciden.
Los médicos son el rostro más visible para las familias, aquellos de los que reciben las ansiadas noticias, las explicaciones en ocasiones difíciles de digerir, «y el manejo en esos momentos debe ser el más humano» , explica Adolfo Calvo. «El motivo del ingreso en la UMI siempre es brusco. Estamos bien y de repente estamos fatal, eso hay que comunicarlo, acompañar en ese proceso al paciente y a los familiares», comenta Lidia Martínez, mientras que Adolfo Calvo incide en un mensaje «que hay que recalcar»:«Existe la sensación en la calle de que a la UMI se viene a morir pero es al revés, se viene para salir, para vivir. Atendemos al paciente crítico recuperable».
Las características de la especialidad la convierten en «sentimental y empática», comparten los tres médicos. «Te acostumbras a compartir el dolor que sienten, porque hay pacientes que suponen verdaderos dramas... La gente nos pregunta cómo podemos soportarlo. Pues nos hemos hecho, pero también sufres mucho», comenta Elisa Monfort. «Todos hemos llorado con pacientes», añade Adolfo Calvo, que recuerda con emoción el caso de un chico de 18 años:«'Trátalo como si fuera tu hijo', me dijo su madre. Eso todavía me remueve, sientes esa responsabilidad».
Frente a todos esos casos, hablan con normalidad de su trabajo diario. Con dos reuniones, a las ocho de la mañana y a la una de la tarde, en las que poner en común y organizar el día y a los pacientes. Al finalizar la jornada, otra más con los médicos de guardia.«Vienes y no sabes que te vas a encontrar, unos días pueden ser tranquilos y otros terribles, ninguno es igual», señala Elisa Monfort. «Tenemos una visión muy amplia de la medicina, somos bastante transversales, atendemos lo grave de cada especialidad», detalla Calvo, mientras que Martínez recalca que «aprendemos cada día, lo compartimos y pedimos ayuda al compañero cuando la necesitamos».
A la hora de hablar de los momentos más duros de su trayectoria en la unidad, la pandemia acude como un recuerdo marcado con dureza. «Nosotros estábamos acostumbrados a ver pacientes graves pero no a tal volumen y todos a la vez. Un viernes dejamos esto vacío y el lunes ya lo teníamos lleno de pacientes, y llegamos a manejar 65 camas de pacientes covid», señala Adolfo Calvo. «Salías de aquí y no podías desconectar», apunta Lidia Martínez, que destaca «el miedo, la incertidumbre y, sobre todo, el desconocimiento».
Recuerdan las guardias de tres días, las llegadas de apoyos desde otros servicios, dónde estaban y la conversación que tuvieron cuando llegó el primer paciente con coronavirus... «Y para algunas compañeras supuso una ruptura, dijeron 'hasta aquí'», menciona Elisa Monfort. «Nosotros siempre intentamos tener un trato personal, con contacto, y entonces entrábamos disfrazados a estar con alguien que ni nos conocía. Y decirle por teléfono a una persona que nunca has visto que su familiar ha fallecido y que encima no puede venir...», rememora Calvo. Tiempos difíciles para un servicio que resultó fundamental para salvar numerosas vidas durante esas olas de covid que aún siguen pesando.
Marisol Sáenz y Pilar Espinosa Supervisoras de enfermería jubiladas
Marisol Sáenz formó parte de ese pequeño equipo que hace cincuenta años abrió en el Hospital San Millán una unidad discreta, con solo cinco camas, en cierta medida incomprendida. «Quizá costó integrarlo dentro del hospital, teníamos problemas con los demás servicios, como con cardiología o medicina interna, no nos traían pacientes. 'Nosotros entonces qué hacemos si os lleváis los pacientes críticos', nos decían. Al principio, había días que no teníamos a nadie, íbamos estudiando, probando los monitores, aprendiendo...», relata Marisol Sáenz, que trabajó durante 28 años en la antigua UCI, gran parte de ellos como supervisora de enfermería.
Tanto ella como Pilar Espinosa son historia de un servicio que, pese a esos complejos comienzos, terminó siendo ampliamente reconocido tanto por los propios sanitarios como por aquellos pacientes que salieron adelante y sus familiares. «Les dábamos el alta y seguían viniendo a vernos. Te quedas con ese agradecimiento de tantos y tantos, siempre lo sentíamos», explica Espinosa, que tomó el testigo como supervisora de Marisol en 2003 –«durante quince días me tuvo pegada a ella, enseñándome todo lo que sabía, fue para mí una experiencia muy bonita»– y se mantuvo hasta 2021 en el puesto.
A la hora de valorar qué supone formar parte de la UMI, Pilar Espinosa destaca «el cuidado que se le da al paciente y el aprendizaje continuo que supone estar aquí, siempre surge algo nuevo, tienes que estar constantemente preparándote». Coincide con ella Marisol Sáenz –«enriquece mucho como profesional, como enfermera»–, recordando con cariño la apertura de la unidad en 1975:«Fue una etapa muy bonita, todas éramos nuevas, estábamos en un 'circulito' sin biombos ni mamparas ni casi aparataje. De anestesia nos bajaron unos respiradores que eran unos armatostes...».
Ambas recuerdan el trabajo en el Hospital San Millán como más familiar, «estábamos más unidas, había un problema y llamabas a la enfermera del piso de arriba y bajaba a ayudarte. Nos conocíamos todos, comenta Marisol Sáenz, mientras que Espinosa habla de «la ilusión de abrir el San Pedro, aunque en ese momento nos dimos cuenta de lo bien que estábamos en algunas cosas en el San Millán, muchas de decisiones que se tomaron al trasladarnos influían en nuestro trabajo y no fueron las adecuadas».
«Recordamos a muchos, muchos pacientes. Algunos de ellos que estuvieron mucho tiempo aquí, de esos que pensabas que tenían muy pocas posibilidades de salir adelante pero lo hicieron», señala Pilar Espinosa a la hora de hacer balance de su trayectoria, de toda esa gente a la que ayudaron en los momentos más difíciles. «Lo peor que llevaba era cuando llegaban niños, tenerlos ahí hasta que los trasladaban, porque no teníamos UCI pediátrica. Era muy angustioso, son los casos que más recuerdo», expone por su parte Marisol Sáenz. Y, como no, la pandemia. «Venían enfermeras de otras unidades con las que hacíamos un cursillo acelerado, el estrés de abrir camas en diez minutos, no poder comunicarte... Nos unió muchísimo pero muchas compañeras tuvieron una carga emocional horrorosa que les ha dejado muy tocadas. Yeso continúa», concluye Pilar Espinosa.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
J. Gómez Peña y Gonzalo de las Heras (gráfico)
Sara I. Belled y Jorge Marzo
Estela López y Sergio Martínez | Logroño
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.