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Nelly Oñate se quedó viuda el seis de agosto de 1987. Su marido, el policía nacional Rafael Mucientes, fue asesinado por una bomba de ETA en Vitoria. Jonathan Herreros
«Sé que lo han matado. Por favor, no me mienta»

«Sé que lo han matado. Por favor, no me mienta»

Memoria riojana del terrorismo ·

Nelly Oñate, viuda de Rafael Mucientes, recuerda el asesinato de su esposo con una bomba colocada por ETA en 1987

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Martes, 17 de abril 2018, 13:42

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Mi marido y yo siempre teníamos la misma conversación: me inquietaba saber cuál era la fórmula con la que se daba la noticia a la mujer de un policía cuando había un atentado mortal. Lo habíamos hablado infinidad de veces porque mi angustia no paraba de crecer. Cada vez que caía un compañero se me hacía un nudo en el alma. Me obsesionaba el momento de la llamada... Yo se lo preguntaba a Rafael y él me explicaba que se lo contaban poniendo la situación lo más fea y dura posible, pero sin decir que había muerto».

A las cuatro de la tarde del 6 de agosto de 1987 dos coches 'zeta' de la Policía Nacional realizaban una patrulla de rutina por una carretera de la zona del alto de Armentia, un pueblecito de las afueras de Vitoria. En el segundo vehículo viajaban Rafael Mucientes y Antonio Ligero. Al llegar a la curva que une la zona con el paseo de San Prudencio, justo al lado de un contenedor de basura, José Javier Arizcuren Ruiz, alias 'Kantauri', accionó un detonador a distancia que hizo estallar un artefacto compuesto por treinta kilos de amonal y cuarenta de metralla. La explosión fue brutal y alcanzó de lleno al coche, que quedó convertido en un revoltijo de hierros y plásticos prácticamente irreconocible. Rafael y Antonio fallecieron en el acto, sus cuerpos quedaron literalmente reventados por la detonación y la mordedura de las esquirlas. Tan salvaje fue la bomba que algunos de sus fragmentos se incrustaron en viviendas situadas a más de cien metros y se llegaron a recoger bolas de rodamiento de gran diámetro y tuercas que formaban parte de la metralla.

El etarra no actuó solo, ya que le ayudaron Juan Carlos Arruti Azpitarte y la sanguinaria Soledad Iparraguirre, conocida como 'Anboto', una de las pocas mujeres que llegó a la cúpula de ETA. Entre ambos suman la friolera de 34 asesinatos. Además, contaron con la complicidad de Miren Gotzone López de Luzuriaga e Ignacio Fernández de Larrinoa, que les alojaron en su casa y les ayudaron a huir a Francia.

«Pude ver su cara asomada a una especie de óvalo de tela en el féretro. Es algo que no se supera nunca»

A las cinco menos cinco sonó el teléfono en un piso de Logroño, en el que vivían Rafael y su mujer, Nelly Oñate, natural de Ausejo. «Me llamó un comisario y me dijo que la situación de mi marido era crítica, que el atentado había sido muy duro, durísimo. Yo le contesté absolutamente convencida de mis palabras: 'Sé que está muerto, que lo han matado. Por favor, no me mienta, que esto lo he hablado muchas veces con Rafael'. El comisario rompió a llorar, parecía increíble, pero le había dicho yo que mi marido había muerto. Mis hijas, que tenían 10 y 14 años, estaban a mi lado escuchándolo todo. Las miré y se lo dije: 'Han matado a papá, a papá'. Nos quedamos las tres petrificadas, nos podían haber dado un hachazo y no hubiéramos sentido nada. No éramos capaces ni de soltar una lágrima. Por la noche ya me derrumbé y entonces sí, entonces rompí a llorar».

El entierro de Rafael Mucientes se celebró en Logroño

Diario LA RIOJA se hizo eco del atentado tanto al día siguiente del mismo como en la edición del sábado 8 de agosto de 1987, tras celebrarse el entierro de Rafael Mucientes en el cementerio logroñés. El féretro fue trasladado por amigos, compañeros y familiares desde el depósito, donde había llegado a las tres y media de la tarde procedente de la Comandancia de la Policía Nacional de Vitoria, lugar en el que se instaló la capilla ardiente. En el cementerio se dieron cita varios cientos de personas, entre ellos los máximos responsables de los Cuerpos de Seguridad del Estado en La Rioja y de provincias limítrofes como Navarra. Nuestro periódico también recogió que con Rafael Mucientes eran ya cien los policías nacionales asesinados desde 1973 por la banda terrorista ETA.

Cuenta Nelly que le explicaron que costó mucho identificar los efectos personales: el reloj, un anillo, la medalla. Que entre los escombros metálicos en los que se había convertido el coche patrulla todavía no habían dado con ellos. «¿Cómo habrán dejado a mi Rafael?, pensé. Le dije al comisario que necesitaba contemplarle y estar con él antes de que lo enterraran. Pude verle la cara asomada a una especie de óvalo de tela en el féretro. Esto es algo que no se supera nunca, tanto que casi no lo he hablado con mis hijas. Sólo saben que colocaron una bomba en un contenedor de basura y que explosionó cuando pasó su padre. Siempre he procurado alejarlas de los detalles más escabrosos, pero ellas ya me han contado alguna vez que cuando recuperaron los forenses el anillo de la boda se quedaron con sus dedos en las manos, que lo habían leído».

Madrid, en una pensión

Nelly conoció a su marido por uno de esos avatares curiosos que depara el destino. Fue en Madrid el 17 de septiembre de 1971 y ese mismo día se enamoraron: «No se me olvidará nunca. Nos vimos por vez primera en una pensión, recién llegada de Ausejo. Yo llevaba un montón de ropa y tuve que pedirle auxilio para que me ayudara a sujetar la barra del armario porque se me caían todas las perchas y no había manera de colocar nada. Vino, me ayudó y desde ese día no nos habíamos separado jamás hasta que lo asesinaron». Nelly había tomado la decisión de emprender una nueva vida lejos de La Rioja y estudiar esteticista, y Rafael, natural de Mojados (Valladolid), estaba dando sus primeros pasos en la Policía Nacional: «Era una persona buenísima, cuando lo conocí era lo que se dice un inocente de la vida que sólo aspiraba a labrarse un porvenir que en aquellos años en su pueblo era prácticamente imposible. Había trabajado en los pinares, recogiendo resina y limpiando maleza. Ése era su horizonte y por eso se metió policía, para escaparse de allí».

«Era una persona buenísima, cuando lo conocí era lo que se dice un inocente de la vida que sólo aspiraba a labrarse un porvenir»

Unos meses después ya estaba la pareja en Bilbao. «Lo destinaron y nos fuimos juntos. Eran unos tiempos muy crudos porque vivíamos casi de forma clandestina, sin que nadie se enterara de su trabajo. Había algún vecino que lo sabía, pero nos inventábamos cualquier estrategia para ocultar su profesión. Debajo de nuestra casa había una taberna abertzale y eso nos generaba mayor inquietud porque alguien se podía chivar. La ropa de su uniforme la tendía dentro del piso y las cazadoras las llevaba a Logroño para limpiarlas en la casa de mi madre. A nuestra primera hija, Susana, que nació en 1972, no nos quedó más remedio que enseñarle a mentir. Si le preguntaban el oficio de su padre ella sabía perfectamente lo que tenía que responder: mecánico y punto».

En 1979 la vida de Nelly y Rafael dio un giro radical como consecuencia de un atentado en San Sebastián en el que murieron tres policías nacionales de la reserva de Murcia que acababan de llegar al País Vasco. Los ánimos estaban muy caldeados en el seno de la Policía porque la sensación era de absoluto desamparo, ya que la media de asesinatos superaba los ochenta al año y la mayor parte eran guardias civiles y policías nacionales de base: «Los mandos los trataban como carne de cañón, como números. Sentían que se hacía muy poco para velar por su seguridad. Sabían que eran policías y el riesgo que asumían lo tenían claro y perfectamente interiorizado, pero reclamaban más seguridad». Cada vez que había un atentado se sucedían las concentraciones e incidentes de los policías en el interior de los cuarteles contra los mandos y los responsables políticos y como consecuencia de uno de ellos Rafael Mucientes, como muchos de sus compañeros de la Comisaría de Bilbao, fue trasladado forzosamente a Cádiz. «Los policías se enfrentaron con los mandos porque querían ser ellos los que portaran el féretro de sus compañeros. Hubo gritos, protestas y se vivieron momentos de enorme tensión», recuerda Nelly.

La intuición de Rafael

Tras un año en Cádiz, pudieron volver a La Rioja porque Rafael entró en la Brigada Móvil de la Policía Nacional con base en Logroño. En 1982 comenzó a prestar servicio en la IV Compañía de la 56ª Bandera de la Policía Nacional, con sede en Vitoria, aunque seguía viviendo en Logroño. «Siempre he pensado que él intuía algo, que en su interior estaba convencido de que le podían asesinar. Lo mataron en agosto y tres meses antes se hizo un seguro de vida para que no nos quedáramos sin nada. Me acuerdo cuando llegó a casa y me dijo lo de la póliza. Había visto tanto dolor y desamparo en muchas familias y no podía soportar que nos quedáramos sin nada». De hecho, hasta ocho meses después del atentado Nelly no comenzó a cobrar la pensión de viudedad.

Los familiares se enteraron de la muerte de Rafael por la televisión: «Mi hermana estaba en un bar tomando café y mi suegra lo escuchó por la radio y se puso histérica. Fuimos todos a Vitoria a la capilla ardiente. Fue tremendo, Francisca Bonillo, viuda de Antonio Ligero, el compañero de mi marido, se puso muy mal. Le dije que se tranquilizara, que posiblemente nos estuvieran viendo los asesinos y que no había que regalarles ni una brizna de nuestro sufrimiento, de nuestra desesperación». Relata Nelly que Francisca le preguntó quién era: «Mi marido es el que está al lado del tuyo», le respondió.

«Le dije que se tranquilizara, que posiblemente nos estuvieran viendo los asesinos y que no había que regalarles ni una brizna de nuestro sufrimiento»

Apenas hubo velatorio: «Metieron los féretros en la Comandancia de corrida y con la misma prisa los sacaron. En el País Vasco era pecado hacerles gestos de condolencia a los asesinados por ETA. Me destrozaba cuando se oía el maldito 'Algo habrá hecho para que lo maten'. Al día siguiente se hicieron unos responsos en el cementerio de Logroño. Había muchos políticos y sólo les dije que les pedíamos una oración por el descanso de su alma. No quisimos nada más». Durante los oficios fúnebres que se celebraron en Vitoria, un grupo de agentes de la Policía Nacional increpó a los representantes políticos y reclamó que sus miembros fueran trasladados a otros puntos de destino en España. Por este motivo, la Dirección General de la Policía abrió expediente a una docena de ellos.

Hace dos años el Ayuntamiento de Vitoria realizó un homenaje a las familias de Rafael y Antonio: «Nos llamaron a las dos viudas y nos pareció bien, hasta que nos dijeron que iba a ser un acto con personas del otro lado. Le dijimos al alcalde, Gorka Urtaran, que no, que no se podía poner en el mismo plano a las víctimas y a los verdugos. Finalmente se hizo sólo para nuestros maridos y me reencontré con la mujer de Antonio. Lo que hicimos fue hablar de nuestros hijos, de los nietos, de cómo nos había ido en la vida tras el asesinato de nuestros maridos, fue muy emocionante, aunque era el primer homenaje de la ciudad hacia ellos tras 29 años de sus muertes».

Nelly Oñate lo tiene claro: «He educado a mis hijas en el valor de la convivencia. Pero yo no puedo perdonar lo imperdonable, me quitaron parte de mi vida. Sólo pido que los asesinos cumplan íntegras sus condenas».

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