Diario del año del virus (18). Aquel día

«La estrechez del callejón del Ochavo casi ahogaba», así comienza el capítulo 18 del relato escrito por los redactores de Diario LA RIOJA. ¿Cómo seguirá la historia?

Jueves, 9 de abril 2020

Llegamos ya al capítulo 18 del Diario del año del virus, el relato escrito por los redactores de Diario LA RIOJA. La historia continúa y hoy le toca a Belén Martínez-Zaporta contarnos qué pasará en el encuentro con Taburete, el escabroso encargo, con Luis y Martín.

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La estrechez del callejón del Ochavo casi ahogaba. Las mascarillas, un producto más del contrabando, no ayudaban a respirar mejor. La falta de aire se había mezclado con ese olor a orines en los rincones en los que se juntan esos que están no planeando nada bueno. Puntual. A la espera. Ahí estaba Taburete, apoyado en aquella mugrienta pared, cruzando una de sus cortas piernecillas, con su cara redonda y una barriga bien cuidada. A primera vista, era la típica persona de la que uno no podría pensar que pudiera hacer daño a nadie… , claro está, solo si no lo conoces. Desde hacía años controlaba 'el polvo blanco' de la ciudad, el rey de la farlopa. Sonreía, como siempre y de una forma siniestra.

-Hey, ¿qué pasa?, ¿a qué tanta urgencia?

-Hay demasiados ojos aquí, dijo Eduardo, quien permanecía un paso por detrás del Vasco.

-Estos no salen a mirar y menos a aplaudir en los balcones, le dijo Taburete. Siempre de oído fino, como un perro, le había escuchado. Son puntos, salen a 'dar el agua' por si viene la 'pestañí'. Principiantes… pensó.

Se miraron el uno al otro y tragaron saliva.

-Nos manda el Señor B, dijo el Vasco

-Tenemos un trabajo para ti, terminó la frase Eduardo.

-Vas a tener que mancharte las manos

-¿Quién es el sujeto?, preguntó directo y sin buscar más explicación.

-No hemos sido capaces de decidirlo

-Pero, ¿de qué habláis chavales?, preguntó Taburete con cara de confusión

-Hay que liquidar a uno de nuestros compañeros. Decide tú a quién

En la redacción, los periodistas conversaban ajenos a que se acababan de convertir en protagonistas de una ruleta rusa improvisada. Martín, Juan, la Campos y Juan Antonio seguían inmersos en un tenso debate. Todos sabían que después de haber ido al polígono tenían que haber contado lo que vieron en Barriocepo.

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Vacío, lo sentía en el estómago. No era hambre, como hubiera dicho La Campos si Martín hubiera expresado esa sensación. La soledad del primer piso de Diario LA RIOJA le abrumó de repente. Le apretaba la garganta. Estos días estaba por todas partes como una compañera pegajosa de la que no había forma de separarse.

-No me encuentro bien, dijo Martín alejándose del grupo.

-¿Tomaste ayer más cervezas de las que puedes aguantar? ¿no?, preguntó la Campos con ese humor que había desaparecido de toda situación.

-No es eso, dejadme un momento tranquilo, exigió con una mirada desafiante.

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Callaba arrastrado por un pensamiento recurrente, el estado de su hermana Amelia. No podía olvidar lo que le había dicho ayer. Decidió sentarse, se escondió detrás de ese ordenador de deportes que solo se usaba de vez en cuando. La luz se mantenía apagada en esa zona e intentó aprovechar la oscuridad para relajarse. 'Pangolines', mascarillas…escuchaba a lo lejos. En su cabeza solo una pregunta: ¿Qué habrá hecho Amelia después de nuestra charla?

El día anterior Martín había llegado a casa dispuesto a hablar con ella. Sí, había abierto una cerveza, era de los pocos placeres que podían disfrutarse en estos días. Había aspirado el humo de un cigarro, un placer que se había prohibido hace tiempo y había retomado hace tan solo dos días.

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Se apresuró para buscar la caja. Respiró con fuerza. Estaba llena de polvo sobre la estantería y tenía que alcanzarla. Con esfuerzo y algo mareado se había subido a aquella escalera que odiaba pero de la que no había podido deshacerse. Anticuada, de madera y no parecía la mejor aliada para una escalada doméstica. Le tenía pavor a las alturas. Buscaba algo muy concreto entre aquellas fotos bien conservadas y clasificadas. «Desordenado para la vida, pero nunca para el material fotográfico», se felicitó a sí mismo.

«Necesito saber si Amelia está en uno de esos momentos», se repetía como un mantra. El confinamiento les había alejado y su preocupación por ella no disminuía, menos aún después de saber que Luis estaba en aquellas fotografías con la Policía, ¿qué podía tener que ver él con este turbio asunto? Amelia no cogía el teléfono, quizá leyera el wathsapp.

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La encontró. Era la foto del árbol. Sabía que no podía resistirse a esa imagen de cuando era niña. La fotografió con las manos temblorosas. Le urgía. «Enviar». Acompañó esa captura de tiernas palabras: «Hola pequeña, te echo de menos. Mira lo que he encontrado, ¿me llamas?»

Espero unos minutos. Sonó el teléfono.

-Hola, dijo Amelia

-Hola hermanita, ¿cómo te encuentras? ¿cómo está esa tripita en la que envuelves a mi futuro sobrino?

-Parece que hoy estas ilusionado, ¡qué novedad! Cuando te dije que ibas a ser tío no me pareció que la idea te gustara tanto

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Le conocía bien y a nadie le era ajeno que Luis no le parecía el padre ideal.

-No pienses eso Amelia, me pilló por sorpresa, solo eso. He visto que no se lo has dicho a papá y mamá… no lo interpretes como un reproche pero...

No le dejó terminar de hablar.

-He pensando en lo de mamá. Creo que sé cómo se sentía aquel día.

El silencio partió la conversación

-Luis no está, pero supongo que tú lo supiste antes que nadie. Estoy aquí sola, encerrada, como todos claro. Me falta el aire, me despierto llorando, creo que esto no va a acabar nunca. Me planteo si quiero que mi hijo viva en un mundo como éste. Quizá después de haberlo maltratado tanto, ésta sea su venganza natural. La casa se me hace pequeña, la cama inmensa. Esta mañana he salido a la terraza y…, no dijo más.

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-¡Amelia!, levantó la voz Martín, ¡no puedes entrar en ese círculo! Estamos aquí, cerca, aunque estemos lejos. Yo siempre estoy aquí

-Sí, lo sé, tú me agarraste la mano antes de alcanzar la de mamá cuando se subió a la barandilla.

Martín empezó a tener náuseas. Nunca supo si su madre pensaba dar un paso más. Ahora, no sabía como ayudar a su hermana, ir a verla era peligroso. Él estaba en la calle, podía pegarle el bicho, ¿estando embarazada? No debía. Sabía que cuando estos pensamientos le rondaban, Amelia debía utilizar su 'plan de seguridad'. Se lo habían explicado en el que fue 'su aquel día' hace unos años en el Teléfono de La Esperanza después de un proceso de recuperación, que incluyó tener una persona de confianza, él. Ella tenía que hablar de lo que sentía, verbalizar ideas para alejarlas, debilitarlas, hacer más fuerte lo que es vida y la ancla al mundo, aunque éste le pareciera hoy el enemigo.

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-Amelia, prométeme que volverás a llamar y que después irás a casa de papá y mamá. Te aseguro que yo te contaré que está pasando con Luis. Serás la primera en enterarte.

-¡Martín!, ¡Martín! ¿Te recuperas ya de esa resaca que dices que no tienes?, escuchó desde la puerta de la redacción. Hay que irse. Uno de nuestros contactos dice que la Policía está de nuevo en marcha.

Continuará…

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