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Varias personas hacen un alto y toman un aperitivo en el bar El Descanso del Peregrino, en Azofra.

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Varias personas hacen un alto y toman un aperitivo en el bar El Descanso del Peregrino, en Azofra. SONIA TERCERO

Un Camino con huella en La Rioja

Los negocios de pueblos con pocos habitantes ven el Camino de Santiago como una oportunidad para salir a flote social y económicamente

María Aguirre

Lunes, 28 de julio 2025, 07:14

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En los pueblos riojanos con poca población, se hacen notar las pisadas de numerosos peregrinos que van pertrechados con sus mochilas y bastones. Las cafeterías de cada una de las paradas también lo hacen más ameno. En ellas encuentran un refugio en el que poder descansar aunque sea por unos minutos. Una cerveza, agua, bocadillos... Y a seguir con el día. Desde el otro lado de la barra, camareros y camareras prestan su servicio. Al igual que los panaderos u hospitaleros. Unas figuras igual de importantes para los peregrinos como ellos para Ventosa, Azofra, Cirueña o Grañón.

A la entrada de Ventosa –un pueblo caracterizado por su semana cultural, mercado o la ruta de Moncalvillo– la Virgen Blanca y Buencamino son los únicos bares que hay para recibirles. En el primero se encuentran Jeison y Marco. Marco Caputo es de Venezuela y llegó al pueblo en abril. Desde entonces, trabaja en el bar y en la mielería que hay unos metros más abajo: «Estoy impresionado con la tradición del Camino de Santiago, al final es lo que define en parte a estas poblaciones». Los paseantes, además de visitar diferentes puntos de la comunidad, también ayudan a la economía y vida del pueblo. Por esa razón, Marco también les ofrece alimentos hechos en Ventosa: «Les decimos que prueben el Camino, por eso les ofrezco miel. Es una forma de conocer también los productos que se hacen con las flores de nuestra tierra», explica.

En el segundo están Vanesa Bargondía e Ismael Martínez. El matrimonio lleva en el negocio catorce años. Vanesa considera que «el Camino es imprescindible, porque contribuye a la vida y economía del pueblo». Una ayuda que se potencia más «en los meses de mayo a septiembre, que es la temporada alta», apunta. Sin embargo, admite que el Camino de este año «es el más flojito. No sé si será por el tiempo o la economía, pero esperemos que septiembre compense un poco», concluye.

Algunos peregrinos descansan en la terraza de Buencamino, uno de los dos bares de Ventosa. S. Tercero
Dos hospitaleras argentinas hornean empanadillas en la panadería Jesús, en Grañón. S. Tercero
Lucía Menaro, en su tienda de alimentación en Grañón. S. Tercero
Esther Soriano, hospitalera en el albergue La Casa de las Sonrisas.. S. Tercero
Daniel Parra enseña su documentación de peregrinaje en Cirueña. S. Tercero

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En Azofra, María Vega López, dueña del bar El Descanso del Peregrino, les ofrece desayunos dulces y salados y bocadillos. Así lleva dieciséis años. Un servicio que dará hasta el año que viene, cuando se jubile. «Este año han pasado menos, pero económicamente contribuyen. Aunque los del pueblo ayuden, nosotros comemos del peregrino desde el invierno hasta verano», detalla. A unos doce kilómetros, en el Campo de Golf de Cirueña se encuentra Daniel Parra con dos de sus hijas y los nietos. Él hizo el Camino por primera vez en el año 1992. Ahora, con 84 años –y mucha experiencia en su mochila– lo vuelve a recorrer. «Ha cambiado todo mucho, antes ibas con poco presupuesto y más carga en la mochila. Ahora todo es más cómodo y las paradas más largas, porque vas a los bares, te sientas, comes... Antes era un bocadillo y una botella de agua», narra.

A poco más de veinte kilómetros de Azofra está Grañón. Allí se sitúa el albergue privado La Casa de las Sonrisas, que ofrece comidas comunitarias y servicio para dejar bicis y perros para quienes hagan la ruta jacobea en compañía. Al entrar, Esther Soriano, que viene desde Cataluña con una historia diferente, recibe a los caminantes y ofrece su hospitalidad: «He hecho el Camino cuatro veces y ahora soy quien les espera. Se genera un dar y tomar», cuenta. Un trayecto que aconseja hacer «al menos una vez en la vida, porque la mente se despeja y el corazón consigue abrirse». Además, aunque no es del pueblo, ha comprobado cómo «da vida» a las calles y sus diferentes negocios. Una idea compartida por Rubén Daparte, del bar La Concha: «Supone un 80% de la facturación».

«El Camino es imprescindible, porque contribuye a la vida y economía del pueblo, sobre todo en temporada alta»

Vanesa Bargondía

Bar Buencamino (Ventosa)

«Se comparte riqueza cultural, me hablan de los dulces típicos de su país e incluso me pasan la receta para que los haga»

Susana Blanco

Panadería Jesús (Grañón)

«Los vecinos del pueblo ayudan, pero si no fuese por la contribución de los caminantes Grañón no sería lo que es»

Esther Martínez

Tienda Cruz de los Valientes

En la panadería Jesús –en la calle Mayor del pueblo– los vecinos y peregrinos compran pan, pastas y dulces. Incluso pueden asar cordero, patatas o hacer alguna pizza. El precio a pagar es una canción, una tradición que se inventaron Susana Blanco y su marido, los dueños. «Nos dimos cuenta de que los peregrinos que se quedan a hacer noche pasean más por el pueblo y al final son quienes dan una segunda oportunidad para mantener una conversación más larga con ellos» explica. Por eso crearon esa costumbre, generando así que Grañón tenga más ambiente y se comparta «riqueza cultural», cuenta Paula Villar, su hija. «Algunos vienen y me hablan de los dulces típicos de su país e incluso me pasan la receta para que los haga», dice.

A escasos cien metros de la panadería, Esther Martínez y Lucía Manero, madre e hija, llevan tres comercios: la Casa Rural Cerro de Mirabel, el bar Sindicato y la tienda Cruz de los Valientes, donde se encuentra Lucía. «Los vecinos del pueblo ayudan, pero si no fuese por la contribución de los caminantes Grañón no sería lo que es», argumenta Esther.

Una población que, gracias a los peregrinos y sus tradiciones, ha construido una identidad consolidada que los caminantes se llevan como sello del Camino.

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