La mano negra de la despoblación
La fractura entre vecinos y ganaderos y los neorrurales hijos del pueblo ha sido especialmente grave en los municipios donde uno de lo bandos se hizo con la Alcaldía
ÍÑIGO JAUREGUI
Domingo, 30 de agosto 2020, 19:44
No hace falta irse tan lejos en el espacio ni en el tiempo para darse cuenta de que la de la despoblación no se redujo a ser una historia de buenos y malos. Villanos, injusticias y conflictos los hubo y ha habido por ambas partes, en el caso de que podamos expresarnos en esos términos. En La Rioja, por ejemplo, las hostilidades y los enfrentamientos, más o menos soterrados o explícitos, han estado protagonizados, de un lado, por los ganaderos y las personas que decidieron permanecer en sus lugares de nacimiento porque contaban con un medio seguro de vida y, de otro, por los hijos del pueblo, los neorrurales y todos los que, careciendo de vínculos directos, decidieron en su día restaurar o construir una casa en cualquiera de estas localidades. Los primeros, desde una lógica productiva y patrimonialista, aceptaron de muy mala gana que los propietarios que durante años no habían ejercido sus derechos vecinales amenazaran, de buenas a primeras, sus intereses o su status quo exigiendo, al cabo de varias décadas de silencio, un respeto escrupuloso de los límites parcelarios; control y vigilancia de los movimientos del ganado; vallado de los núcleos urbanos con vistas a evitar el tránsito y las molestias ocasionadas por los animales; establecimiento de un régimen sancionador para los infractores o cumplimiento estricto de las normativas ambientales que regulan los residuos orgánicos y ganaderos.
Esta fractura fue especialmente grave en las localidades en la que una de las partes consiguió hacerse con la Alcaldía al descubrir que este era el modo más eficaz de proteger sus intereses y aprovecharse de las competencias y recursos que las administraciones autonómica y nacional ponen al servicio de los municipios. Tras ganar el consistorio, las coacciones, arbitrariedades, amenazas, denuncias judiciales, enfrentamientos verbales o negación de servicios y derechos fundamentales, como el de empadronamiento, se convirtieron en prácticas habituales para acallar, ningunear o expulsar a los disidentes y beneficiar a los incondicionales. El sentimiento del bando perdedor no debió de ser muy diferente del que describe Sergio del Molino, autor de 'La España vacía', en las siguientes palabras: «He viajado a muchos lugares aislados y me he encontrado en ellos a personas de ciudad que construyeron casas hermosas, ideales. Muchos de sus inquilinos tenían el temblor de la paranoia en la esquina de los ojos (...). A veces encontraba a alguien feliz, pero era raro. En cuanto tomábamos el primer café y se olvidaban de que hablaban con un reportero, casi todos confesaban su arrepentimiento, y algunos decían que vivían asustados, que no dormían (...). Quizá sean solo casualidades, pero fueron tantas que aprendí a reconocer ese delirio que aparece en los ojos de quienes han pasado más de un invierno en un pueblo de cuatro habitantes rodeados por kilómetros de nada».
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