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Francisco Sagasti, un Quijote con terno para serenar Perú

Francisco Sagasti, un Quijote con terno para serenar Perú

El nuevo presidente interino se dispone a sus 76 años a cabalgar un tigre. Se estrenó como congresista en marzo y ahora tiene ocho meses para devolver la confianza en una clase política lastrada por los escándalos y la corrupción

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Domingo, 29 de noviembre 2020, 00:24

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Tiene Francisco Sagasti planta de hidalgo, al estilo de un castellano viejo, envuelto en su traje de tres piezas, la perilla recortada con esmero, el pañuelo anudado al cuello, como la prenda de una amada que sirve de escudo ante las marejadas. Fina estampa, que diría María Dolores Pradera cuando cantaba el vals limeño de Chabuca Granda. No es de extrañar que en su tierra le llamen Don Quijote: los unos por idealista, los otros por no rehuir los desafíos. A sus 76 años, el nuevo presidente interino de Perú se dispone a romper lo que viene siendo regla en un país bendecido con los dones de la naturaleza, pero castigado con unos gobernantes que llevan décadas abonados al escándalo. Sagasti se estrenó como diputado en marzo -él mismo se define un «político novato»- y dispone de sólo ocho meses para devolver a su gente la confianza en una clase política lastrada por el descrédito.

¿Misión imposible? Hagamos memoria. Los últimos seis inquilinos del Palacio de Gobierno de Lima abandonaron sus funciones por la puerta de atrás, el último, Martín Alberto Vizcarra, no hace ni siquiera tres semanas, destituido por el Congreso tras ser acusado de fraude. «Salgo con la frente bien alta», repetía. La misma fe en el Porvenir que demostraron antes que él Alberto Fujimori (1990-2000), condenado a 25 años por homicidio y corrupción; Alejandro Toledo (2001-2006), arrestado en Estados Unidos y pedida su extradición; Alan García (2006-2011), también acusado de soborno, se quitó la vida el año pasado; Ollanta Humala (2011-2016), por lavado de activos y en libertad condicional; o Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018), en arresto domiciliario por la misma causa que el anterior...

Alineado con el centro derecha, Sagasti fue uno de los pocos congresistas que no pidió la destitución de Vizcarra y es -a fecha de hoy y ya veremos por cuánto tiempo- un presidente de consensos. Lo es, mal que le pese, ante un congreso desprestigiado -68 de sus 130 diputados están investigados por corrupción-, cuya sola mención enciende en las calles la llama del descontento. Manuel Merino, su predecesor en el cargo, duró apenas seis días, efímero como una estrella fugaz. Su papel en la destitución de Vizcarra y sus intrigas con el Ejército -muchos le acusan de intento de sedición- desataron una ola de protestas en Lima que se cobró decenas de heridos y dos muertos. Y eso que iba a limitarse a calentar el banquillo unos meses.

A Francisco Sagasti le toca, en otras palabras, cabalgar un tigre. El 17 de noviembre se convirtió en el tercer presidente que tenía Perú en una semana. De momento, su nombramiento ha sido bien recibido en las bolsas, propiciando la mayor subida del sol, la moneda nacional, en los últimos siete meses. Su tarea más urgente es ahora atajar la profunda crisis política, extremo que pasa por cerrar heridas frescas. A ello se ha puesto con especial denuedo, como demuestra que esta semana desmantelara la cúpula policial por violar los derechos humanos durante las recientes protestas. También debe garantizar la celebración de elecciones en abril, un horizonte que se presume lejano y más en plena pandemia (el país frisa ya el millón de contagios y los 36.000 fallecidos).

Diploma de rehén

«Sensato», «decente», «conciliador». Son palabras que estos días se oyen para describir a Francisco Sagasti, que goza de un prestigio cultivado con tesón. Ingeniero industrial, autor de más de 25 libros, columnista y asesor de gobiernos de distinto color desde los años ochenta, ha sido también consultor de Naciones Unidas y alto ejecutivo del Banco Mundial. Cabría decir incluso que es popular, desde que en 2006 dirigió la serie de televisión 'Abriendo caminos', sobre los cambios económicos y sociales en el Perú contemporáneo.

Quizá el episodio que mejor le describa sea, sin embargo, el secuestro de la Embajada de Japón en Lima a cargo de 14 miembros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, ocurrido a finales de 1996 y que se prolongó por espacio de cuatro meses. Aunque fueran casi 800 los invitados -entre diplomáticos, políticos y empresarios- que cayeron rehenes, pocos peruanos ignoran que el ahora presidente era uno de ellos. Y eso que fue liberado en los primeros días. Entre los asaltantes estaban Rolly Rojas, 'El árabe', y Néstor Cerpa Cartoloni, más conocido como 'Comandante Huertas', que entre clase y clase de doctrina revolucionaria entablaron una estrecha relación con Sagasti, a quien conocían de sus colaboraciones periodísticas.

Cuando fue liberado, recibió un trozo de cartón dedicado por sus captores, un recuerdo al que a menudo se ha referido como su 'diploma de rehén'. En él se podía leer «Para el sr. Sagasti, con todo respeto». Una camaradería que algunos atribuyeron al 'síndrome de Estocolmo' y que el propio protagonista tuvo que aclarar, rechazando que existiera ningún tipo de admiración. «Eran sujetos interesantes, de los que quieres invitar a un trago para seguir conversando». Pero cualquier posibilidad de rememorar anécdotas junto a la barra de un bar se desvaneció cuando comandos de las Fuerzas Armadas entraron en la residencia del embajador y acabaron con la vida de todos los revolucionarios.

Veinticuatro años después, Francisco Sagasti se enfrenta al mayor desafío de su vida con el país convertido en un polvorín. Pausado y racional, necesitará de las dotes de persuasión de que hizo gala cuando fue secuestrado si quiere imponer algo de sensatez en un hemiciclo desquiciado y devolver la estabilidad a Perú. El tiempo dirá si ocho meses -hasta julio- eran o no demasiados.

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