Vicenta Pérez, toda una vida entre fogones
'Alma mater' del Masip, a sus 91 años levanta aún las tapas de las cazuelas para controlar que todo está perfecto
Humilde, trabajadora e infatigable. Son los tres adjetivos que escoge Pedro Masip para hablar de su madre, Vicenta Pérez, 'alma mater' del Masip, que este ... jueves 11 de abril va a ser reconocida en la tercera edición de la Gala Gastronómica Rioja. Toda una vida ligada a la hostelería y todo un referente de mujer luchadora, que ha sabido marcar el paso y aprovechar las oportunidades que se le han ido presentando. Una fama hilada desde los comienzos, casi en silencio, pero alentada por el cariño de quienes le han arropado a lo largo de los años, hasta formar la madeja en la que se ha convertido hoy el negocio familiar.
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La fiesta de la cocina riojana
Vicenta Pérez, la matriarca, sigue levantando a sus 91 años las tapas de las cazuelas en la cocina del bar para comprobar que todo está perfecto, controlar que los guisos de las ollas saben a tradición, a la buena mano de esta mujer que nació en Manzanares de Rioja y que desde bien pequeña empezó a trabajar en el campo para ayudar a su familia –eran ocho hermanos–.
A los 25 años se casó y se trasladó junto a su marido, Eduardo Masip, que trabajaba en Bilbao por aquel entonces, hasta Las Arenas, donde comenzó a trabajar de camarera y de cocinera. Fueron sus inicios en hostelería, donde empezó a aprender, sobre todo, a preparar pinchos. En la capital vizcaína estuvo cerca de veinte años y adquirió la experiencia suficiente para que en cocina nada fuera un obstáculo para ella.
Asador de pollos en Zorraquín
Cuando falleció su suegro, heredaron parte de la casa donde él vivía en Ezcaray –y en cuyos bajos actualmente se encuentra el bar–. Tomaron la decisión de hacer las maletas y regresar a La Rioja. Primero abrieron una taberna en Zorraquín, donde asaban pollos, y pronto fue un éxito. Corría el año 1975. Fueron los propios clientes y sus conocidos los que les animaron a montar un bar en Ezcaray, y así en 1983 surgió el Masip.
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«Ella siempre ha estado en la cocina, con su barra de pinchos, haciendo sus caparrones… es una trabajadora incansable. Tiene 91 años, sigue en la cocina y no va a salir de ahí. Es su vida», reconoce su hijo Pedro.
Porque su vida es la historia de una mujer trabajadora, no solo dedicada y entregada a la cocina, sino también a sus hijos. Cinco tiene: Iñaki, Eduardo, María Ángeles, Magdalena y Pedro. Cuatro de ellos se han puesto al frente del negocio familiar: bar, restaurante y hotel.
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Trabajo, cocina y familia. Su historia de vida aúna los tres elementos. Forman los pilares férreos que sustentan la 'Casa' (Casa Masip), reforzados con amor y esfuerzo durante muchos años. «Le pedimos que se suba a casa a descansar y no quiere, ¿sabes?», no tarda en admitir Pedro Masip, que apoyado por su madre decidió estudiar hostelería y seguir formándose en Madrid hasta que optó por abrir su restaurante en 1995.
Mujer de carácter, «a veces cabezona y con su genio», sigue atenta a lo que acontece en el mundo de la gastronomía. «Lee todos los días el periódico; siempre está atenta a las noticias de Francis (Paniego), de los Echapresto, de otros cocineros y me va diciendo a mí a ver si también lo he leído yo», señala.
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Amante de la buena cocina
Hace unos años empezaron a cerrar el bar por descanso semanal. «Vamos mucho a la Alameda, porque tanto Esther como su marido la quieren mucho;también a Santurde o Casalarreina, a La Vieja Bodega. Le gusta disfrutar de la buena cocina. También vamos mucho al Echaurren».
La universidad de la vida ha sido la escuela de Vicenta Pérez, que aprendió trabajando en Bilbao y se ha convertido en un referente de la gastronomía riojana por su tesón, dedicación y pasión por la cocina. «Ella hace cocina tradicional, la de toda la vida. Borda los caparrones, las patatas con chorizo, los pimientos rellenos, el bacalao, la menestra, las croquetas… ¡Y qué decir de los pinchos! Lleva toda la vida haciéndolos y se sigue encargando de que la barra esté bien puesta todos los días», destaca con orgullo Pedro Masip.
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De ella ha heredado la forma de trabajar, el ser constante, a defender el negocio familiar. «Mi madre ha estado todos los días, igual no hay que meter tantas horas como ella, pero al final se te pega la forma de hacer las cosas». Porque el legado familiar, muchas veces, no se mide en lo material.
Más de cuatro décadas después de abrir el Masip, continúa al pie del cañón, siempre poniendo orden y si la dejan preparando su famosa tortilla de patatas con alegría. Porque al final, Vicenta Pérez sigue estando dotada de la virtud de la maestría y de lo que no puede heredarse, ese toque que la hecho tan especial y que se ha curtido después de toda una vida tras los fogones.
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