Médico catedrático de fisiología y experto en nutrición y alimentación.
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La tierra firme en nuestro planeta sólo representa un tercio de su superficie, constituyendo una capa superficial comparándola con la profundidad de los océanos de unos 10 kilómetros bajo las olas, que además supone el 2/3 de la superficie restante. De todos nuestros alimentos, los de tierra firme suelen ser en una gran mayoría cultivados o con crianza de distintos tipos de animales, y sin embargo, el pescado y mariscos son los únicos que todavía recolectamos en cantidades importantes en estado salvaje.
Debemos recordar que nuestras costas están rellenas por montones de conchas de ostras y mejillones que sirvieron de alimentación hace más de 30.000 años. Y, acercándonos más en la historia, tengamos presente que los marineros de Europa cuando abundaban las reservas de bacalao y arenque del Atlántico, comenzaron a secarlos, ahumarlos o salarlos, constituyendo un principio de elaboración y conservación de productos gastronómicos en el futuro. Actualmente se estima que estamos pescando 2/3 de los principales pescados de consumo habitual en el mundo por encima del nivel en que dichas especies pueden mantenerse.
El pescado es un alimento apto para todas las edades, con una fácil digestión, ya que tiene escaso componente de colágeno, con aminoácidos esenciales que el organismo no es capaz de sintetizar, calcio, vitaminas y con unas grasas de gran nivel desde el punto de vista médico. Pero su consumo últimamente ha bajado un 20%, habiéndose añadido como agravante la ausencia de eliminación de la carga impositiva de la base del IVA del 10% en el pasado diciembre.
Su aportación más importante son los ácidos grasos omega-3 muy insaturados. El cuerpo humano no es muy eficiente sintetizando estos ácidos grasos a partir de otros, y la mayor parte de los obtenemos de la dieta. Proporciona variados beneficios en nuestro metabolismo con su ingesta.
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Estos ácidos grasos activan y, al mismo tiempo, regulan nuestro sistema inmunitario, controlando las infecciones que pueden alterar las arterias, o moderando asimismo los niveles de colesterol, que tanto afecta a la luz de nuestros vasos.
Los ácidos grasos omega-3 son imprescindibles para el desarrollo y funcionamiento del cerebro y la retina, su abundancia en nuestra dieta ayuda a garantizar la salud del sistema nervioso central. Consumir pescado al menos dos veces a la semana ayuda a nuestro cerebro, mejorando nuestra memoria, disminuyendo el riesgo de depresión y aumentando el cociente intelectual en los niños. Por tanto es muy importante en todas las edades, pero sobre todo, en los niños.
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Se da la circunstancia de que a los niños les suelen gustar más alimentos que le resulten dulces, o con predominio de hidratos de carbono, como puede ser la pasta, el arroz, cereales, etcétera. Y el pescado casi nunca está dentro de sus alimentos preferidos.
Cuando leemos a nutricionistas expertos en el tema, nos llegan a asegurar que se produce una cierta paradoja, unos niños lo rechazan por su sabor y el olor que les resulta fuerte o desagradable, y otros por presentar un sabor insípido.
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También influye la sensibilidad a los sabores, que tiene un componente genético, que suele disminuir a medida que el niño crece, pues la perfección de sus papilas gustativas y olfativas están más desarrolladas cuanto más corta es la edad.
Por tanto, si en la familia alguien hace ascos a los pescados, que se cargue con una culpabilidad indirecta por la genética, y directa si no les da ejemplo consumiendo pescado y verduras. Y por fin, demos tiempo a que el niño crezca.
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Recordad a los niños esta famosa reflexión: «Mentir y comer pescado requieren mucho cuidado. Igual que es difícil comerse un pescado con los ojos cerrados, alguna espina te jugaría seguro una mala pasada, en el arte del mentir hay que ser bastante experto para que no te pillen más tarde o más temprano».
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