Al Bowlly: una voz de otro mundo
Gente a la que amar ·
El cantante británico, hoy completamente ignorado, fue el creador del estilo 'crooner' y un visionario en la aplicación de la tecnología a la músicaLa voz de Al Bowlly nos llega desde un mundo que ya no existe. Quedó suspendida en la bóveda brumosa de la eternidad gracias a un avance tecnológico que se desarrolló a la vez que su talento: el disco de pizarra. Hasta hace no mucho tiempo encontrar en España alguna de sus grabaciones era tarea casi imposible; hoy, en la era de Spoty, YouTube o Deezer, un solo click puede conectarnos con Bowlly, o con lo que queda de él, que son esos registros fonográficos de hace casi un siglo, con ese sonido pretérito e imperfecto, con sus erratas auditivas, su atmósfera propia, su impureza… con ese glorioso sonido en blanco y negro. Aunque, claro, para llegar hasta allí primero uno tiene que conocer a Al Bowlly. Y merece la pena hacerlo.
Bowly puede parecernos un artista 'antiguo' (adjetivo que tiende a utilizarse en exceso y con lamentable irreverencia cuando hablamos de músicos, pero ¿alguien se atrevería a utilizar el mismo término para calificar a Goya o a Oscar Wilde?), cuando en realidad fue un cantante revolucionario en múltiples aspectos, visionario tal vez, todo un estilista y, en puridad, la primera estrella pop británica.
El primer signo de modernidad intrínseco a Bowlly es su cosmopolitismo. Nació en 1899 en Mozambique, hijo de padre libanés y madre griega que se conocieron durante un viaje por Australia. Su adolescencia trascurrió en Sudáfrica, donde trabajó como barbero hasta que su pasión por la música le llevó a ingresar como cantante y guitarrista en una orquesta de baile muy modesta que estaba a punto de embarcarse en una aventurada gira por distintos países asiáticos. El joven Bowlly discutió con el líder de la banda después de una actuación en Indonesia, fue expulsado del grupo y allí, en la ciudad de Surabaya, se quedó solo y con lo puesto. Deambuló más tarde por Calcuta y Singapur como músico callejero hasta que pudo reunir, años después, el dinero suficiente para comprar un pasaje a Europa. Su primer destino fue Berlín, donde en 1927 grabaría su primer disco, y más tarde Londres, donde ya permanecería hasta el final de su corta vida.
El periodo de máxima excelencia en la carrera de Bowlly se inauguró en 1930 con la firma del contrato que le uniría a la orquesta de Ray Noble, quizá la de mayor calidad de toda Europa en aquel momento. Durante los siguientes cuatro años grabó más de 500 canciones y fue la etapa en la que encontró su propio estilo, una forma de cantar nunca escuchada antes y que estuvo marcada por la imaginativa utilización de un extraño artilugio eléctrico recién salido al mercado que recibía el nombre de micrófono. Al Bowlly fue el primero que imaginó y puso en práctica las posibilidades artísticas que ofrecía para un vocalista la amplificación del sonido. Su voz ya no tendría que salir de la garganta con la potencia suficiente como para igualar el volumen con que se expresaban de forma natural los trompetistas, saxofonistas, pianistas o baterías. Ese 'trabajo' correspondería ahora al micrófono, mientras él podía olvidarse de los recursos técnicos de raíz operística y experimentar con nuevos matices (con la levedad, con la dicción, con las inflexiones, con el susurro…). Bowlly comprendió que su instrumento sería el micrófono y no la voz, de la misma forma que el instrumento de un trompetista es la trompeta y no el soplido. Nacía el cantante moderno. Nacía el estilo 'crooner', que pronto explotarían hasta elevarlo a una nueva dimensión gente como Bing Crosby y, por encima de todos, Frank Sinatra.
El éxito y la popularidad que alcanzó Al Bowlly durante la primera mitad de los años 30 en Inglaterra no tenía precedentes. Su producción discográfica era incesante, convirtió en éxitos universales temas recién compuestos como Blue Moon, I've Got You Under My Skin o Melancholy Baby, el público abarrotaba sus conciertos, las jóvenes enloquecían con él (se desmayaban literalmente durante sus actuaciones, le colmaban de regalos, le escribían millares de cartas de amor), tuvo su propio espacio radiofónico, fue llamado para interpretar pequeños papeles en varias películas…
Y entonces, en 1936, con 37 años, le vino encima la peor pesadilla que un cantante pueda imaginar: el diagnóstico de un tumor en la garganta. Bowlly comenzó a perder su voz (de forma incluso completa durante algunos periodos de tiempo) y con ello su trabajo, su fama y sus ahorros. Los últimos años de vida del cantante fueron realmente tristes, obligado a dar tumbos por pequeños teatros de provincias, de fracaso en fracaso, acompañado únicamente por un guitarrista alcohólico y de escasas dotes musicales llamado Jimmy Messene.
La noche del 17 de abril de 1941, Al Bowlly fallecería bajo los escombros de su casa de Londres durante un bombardeo de la aviación alemana. Dos semanas antes había grabado su última canción: un tema satírico sobre Adolf Hitler titulado When That Man is Dead an Gone.
La figura de Al Bowlly jamás volverá a ser popular, pero su memoria permanecerá aferrada a este mundo mientras en él quede alguien capaz de conmoverse con la prodigiosa simplicidad de una buena canción bien cantada.
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