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Lorenzo Silva acaba Rodrigo Jiménez. Efe
Lorenzo Silva, el escritor que se forjó en los atascos

Lorenzo Silva, el escritor que se forjó en los atascos

Al autor de la saga de los guardia civiles Bevilacqua y Chamorro le gusta leer a su hija novelas de Verne y Dumas en la cama. No ve series porque quitan tiempo a los libros: «Es como cambiar caviar por foie gras de lata»

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Domingo, 30 de octubre 2022, 00:31

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Es Lorenzo Silva (Madrid, 1966) un trasunto de Bevilacqua, la primera parte de la parte contratante que nutre desde hace años –13 entregas van ya– la saga que mejor ilustra a la «picolicie» en la novela española. Pulcro y formal, en poder de una prosa que ahonda en el alma de los seres humanos, pero que está atenta a lo que pasa alrededor porque todas las épocas tienen sus afanes y quienes transitamos por la vida somos hijos de nuestras circunstancias. Como le sucede a su protagonista estrella, sabe de primera mano lo que es «comprometerse con causas donde rara vez aguarda premio» más allá de esa media hora que reserva cada noche, y que exprime con fruición, y en la que lee a su hija de 9 años –«en versión original, nada de adaptaciones», precisa– las novelas de Julio Verne o de Alejandro Dumas. Y es que este hombre, sin apenas vida social y con un concepto de la amistad donde «encajan a duras penas 15 personas», vive por y para los libros. Y como todo lo que no suma resta, dice categórico que ya ni siquiera ve series. «Sería tanto como cambiar el caviar por foie gras de lata».

Lunes

6.30 horas. Me despierta el móvil, pero sin estridencias. Una ducha rápida, un vistazo a los periódicos y las citas del día, y a desayunar: dos huevos –de los que sólo me como la clara, un café con leche largo de café y un zumo exprimido. Si llevo yo a la niña al cole, dispongo de tiempo para leer; si lo hace mi mujer, para las ocho y cuarto ya estoy en ruta.

8.45. horas. Vivo en Getafe, pero trabajo en Illescas (Toledo), en una casa donde pasamos los fines de semana, las vacaciones, los festivos. Parece un viaje en toda regla, pero son veinte minutos en el 'Volvo' –tiene dos–, que además hago siempre he sentido contrario al del tráfico denso. Yo, que he tenido cuatro hijos y escrito hasta viajando en metro y de pie, descubro ahora que con silencio se rinde mucho más.

10.00 horas. Mi día a día es bastante monástico y el método, invariable. Tengo el mapa en mi cabeza antes de ponerme a escribir, lo que no significa que no introduzca cambios sobre la marcha. No hay un corcho delante con todos los personajes desarrollados ni las fases por las que tienen que pasar. No tomo ni notas. En mi vida anterior –ha sido auditor de cuentas, asesor fiscal y durante 12 años abogado– combatía así los atascos de Madrid, dando forma en mi cabeza a historias que luego pasaba al papel cuando tenía un rato libre, que eran pocos. He mantenido la costumbre y, como ya tengo una edad, es una gimnasia mental que recomiendo a todos.

Martes

14.15 horas. Paro para hacer ejercicio. Cuando vivía en Barcelona, cogía la bici y me iba a la playa que estaba a 8 kilómetros de casa, cruzando el parque de Llobregat. Bastaba con 10 minutos mirando las olas para recargar las baterías. Como ahora estoy en la Meseta, no tengo mar y el clima aquí es bastante más hostil, lo he cambiado por una cosa mucho más triste pero eficaz: la elíptica.

15.00 horas. No soy nada cocinillas, los alardes se los dejo a mi mujer, que borda el pescado. Ni como mucho ni me complico la vida: me preparo una ensalada y algo de pavo, o bajo al Mercadona y compro una bandeja de sushi. Sólo así, con esa mezcla de frugalidad y ejercicio, consigo trabajar otras cuatro horas por la tarde, aunque cuando estoy en un momento especialmente fecundo o la novela requiere de cierta inmersión, prolongo hasta las diez de la noche y me quedo a dormir allí.

21.30 horas. Hoy no han hecho falta excesos. Vuelvo a casa y me encuentro con el mejor momento del día, que es cuando llevo a Nùria a la cama y echamos una media hora de lectura. Ahora estamos con 'El vizconde Bragelonne', después de haber acabado 'Los tres mosqueteros' y 'Veinte años después'. Pero el original, ojo, que son 1.500 páginas, nada de adaptaciones. Cogimos la costumbre durante la pandemia y ella ha adquirido más comprensión lectora y su rendimiento en el colegio se ha disparado. 'Colmillo blanco', '20.000 leguas de viaje submarino'... No lo hice con mis otros hijos –ya mayores, uno se ha independizado y los otros viven con su madre– y ahora me arrepiento.

Miércoles

12.00 horas. Estoy en plena promoción de 'La llama de Focea' y hoy me toca viajar a la Feria de Fráncfort. Cuando más leo es cuando viajo, si el vuelo o el tren duran tres horas soy capaz de meterme un libro de 400 páginas. Me está esperando mi agente, saldremos a dar una vuelta y a cenar algo.

22.30 horas. Estoy acabando un libro magnífico, sin traducir al castellano gracias a nuestro singular ecosistema editorial. 'Khatyn', de Ales Adamovich, relata las matanzas de los grupos de liquidadores nazis en la Bielorrusia de 1943, una historia terrible sobre el horror de la guerra y sobre por qué son tan duros estos eslavos.

«El clima político está cada vez más enrarecido. Y es así porque no hay una comunidad de intereses ni se trabaja la solidaridad»

Jueves

6.30 horas. Consulto las noticias nada más levantarme. El ambiente político está cada vez más enrarecido. Yo creo que el problema es que no existe una comunidad de intereses ni se trabaja la solidaridad, y una sociedad que no practica esto con quienes la integran tiene un pronóstico como mínimo reservado. Por ejemplo, la renovación del poder judicial que lleva años estancado ¿Qué dice eso de nosotros como sociedad? Pues que estamos gobernados por personas algo desaprensivas; que tengamos dos supuestos partidos de Estado incapaces de enmendar algo que supone un descrédito para el país no habla bien de ellos.

12.00 horas. En mis obras se aborda el fin del terrorismo, nuestra presencia en Afganistán, el drama del Estrecho, el independentismo catalán... Paul Preston dice que lo mío empieza a parecerse a los Episodios Nacionales, lo que me ruboriza mucho porque ni se me ocurriría comparar mis resultados con los de Galdós. Pero sí es cierto que hay una literatura que, sin dejar de ahondar en el alma humana, está atenta a lo que ocurre a nuestro alrededor. Creo que esa era la mirada de Galdós y por supuesto intento que sea la mía.

Viernes

13.00 horas. De vuelta a España. En esta sociedad sólo calan los titulares y el análisis brilla por su ausencia. Sin detenimiento, saltamos de copa de árbol en copa de árbol y así nos vamos perdiendo todo el bosque que hay debajo. Una sociedad donde por añadidura las formas cada vez importan menos, lo que a menudo es un síntoma de haber perdido el fondo.

22.00 horas. Veo muy pocas series. Mi mujer y yo, que nos dedicamos ambos a escribir, llegamos a la conclusión de que estábamos perdiendo tiempo de lectura. Vamos, que estábamos cambiando caviar por foie gras de lata. Últimamente hemos hecho una excepción con 'Better call Saul', la precuela de 'Breaking bad', que no insulta mi inteligencia con trucos.

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