José Sacristán, el viernes en el Teatro Bretón de Logroño, poco antes de la primera de las dos funciones de 'La colección'. JUSTO RODRÍGUEZ

José Sacristán | Actor

«Ya tengo epitafio: el que hacía de reír en las películas»

El popular intérprete, que ha llenado dos días el Teatro Bretón, defiende «salir a librar la batalla de nuestra libertad con alegría»

J. Sainz

Logroño

Sábado, 30 de noviembre 2024, 20:51

Su voz impone respeto pero su trato amable transmite sencillez y cercanía. Faltan pocas horas para la primera de las dos funciones anunciadas el fin ... de semana en la ciudad, que ya habrán sido representadas a la publicación de esta entrevista. No necesita publicidad; su solo nombre bastó para agotar en poco tiempo las localidades de un teatro al que acude con asiduidad en los últimos años. No en vano es uno de los actores más queridos de la escena española, el cine y la televisión. Se enamoró de las películas en cuanto vio una y siempre quiso ser actor, aunque antes tuvo que trabajar de mecánico. Debutó con 'La gran familia' en 1965 y su rostro fue uno de los que se metió en los hogares junto con muchos otros de los grandes actores de la época, como Alfredo Landa, José Luis López Vázquez o Concha Velasco. Luego, en la Transición, su carrera dio un giro hacia papeles más serios: 'Asignatura pendiente' (1977) o 'Un hombre llamado Flor de Otoño' (1978). Entre el centenar de títulos hay obras maestras como 'La colmena', 'El pájaro de la felicidad', 'La vaquilla', 'El viaje a ninguna parte' o 'Un lugar en el mundo'. Y, aún con todo, es en las tablas donde arraiga y más se agranda su dimensión de intérprete. Durante años ha hecho dramas, comedias y musicales de éxito, pero seguramente fue encarnando recientemente a Miguel Delibes en 'Señora de rojo sobre fondo gris' (2018) cuando alcanzó la cumbre. Él, sin embargo, valora por igual todos sus trabajos, los que fueron alimenticios y los que pudo elegir, porque todos los dignifica con la misma honestidad y una extraordinaria identificación con su oficio. «Mi vida y mi trabajo van de la mano», asegura. José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937), el hijo de la Nati y el Venancio, como le gusta presentarse, nunca olvida de dónde y de quién viene. Y que viaja a ninguna parte.

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– De nuevo en Logroño.

– Para mí es un lujo añadido por este Teatro Bretón. Hago particular hincapié y me gustaría dejar constancia de la calidad profesional de la gente que trabaja en él.

– Me consta que no es el típico cumplido que se dice en todos los teatros y en todas las ciudades.

– Con el debido respeto a todos los profesionales de todos los teatros, hay una cosa que es obvia y se comenta en toda la profesión de este país: el personal del Bretón es algo especial.

– ¿Llega uno a hacerse una idea de una ciudad como Logroño visitándola así, viniendo a actuar a su teatro de cuando en cuando?

– Uno va de un lado para otro, de ciudad en ciudad, de teatro en teatro, y el fin último es un encuentro con la gente que ha decidido atender la propuesta de mi trabajo. En general, no hago diferencias, porque sería improcedente. Sí hay ciudades que, por su dimensión o por lo que sea, para mí son particularmente agradables, y entre ellas se encuentra Logroño. Hay un equilibrio que me gusta entre la gran ciudad y lo que remite a cosa de pueblo, de pequeño lugar.

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– ¿Diría que ha llegado a conocer su país viajando y trabajando de este modo?

– Hombre, tengo ochenta y siete años; creo que vengo conociendo mi país a través de las distintas experiencias que me ha ido proporcionando la vida no solo por mi trabajo de actor sino como ciudadano.

– ¿Y qué opinión tiene de esta España nuestra?

– Buenooo, tendríamos que publicar un especial... Básicamente me siento identificado en lo bueno y en lo malo. Ni aplaudo sin más ni maldigo sin más. Procuro corregir las cosas que no me gustan, pero me reconozco en lo bueno y en lo malo en la condición de españolito que vienes al mundo...

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– Sentir el cariño generalizado del público, ser uno de los actores más queridos, ¿añade responsabilidad o la aligera?

– Es muy satisfactorio, eso lo primero. Pero es un gran desafío en cuanto a la elección de los trabajos, no querer defraudar esa confianza y esa fidelidad... con la que sé que cuento. No voy a ser cínico, sé que cuento con ella y lo celebro y lo agradezco, por supuesto. Parece que a estas alturas el camino elegido no ha sido del todo equivocado.

– También es respetado en la profesión como el que más. ¿Deja algún magisterio?

– No, ninguno en absoluto. Ninguna intención de tal cosa. No voy por la vida dando doctrina ni enseñando a nadie cómo tiene que vivir. Hago mi trabajo y, si ese trabajo es de alguna utilidad para la gente, pues que lo aproveche. Es más, prefiero una actitud de permanente aprendizaje, que es mucho más interesante y te mantiene mucho más despierto.

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– Viniendo como viene de los tiempos heroicos de los actores de raza, ¿ha desarrollado un método Sacristán de interpretación a lo largo de tantos años de carrera?

– (Risas) Mi método es mitad Stanislavski y mitad la Niña de los Peines.

– (Risas)

– No, no es ninguna broma. La aproximación al personaje la suelo hacer echando mano más o menos, más o menos, de teorías de Stanislavski, el señor Konstantino. Y luego en la ejecución procuro acercarme a una frase que dijo la Niña de los Peines: que el verdadero cante flamenco empieza donde acaban las facultades. Es hacer como que no se note.

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El país

«Me reconozco en lo bueno y en lo malo en mi condición de españolito que vienes al mundo »

– Está también esa profunda voz suya. Pero me pregunto si hay otra voz, una voz interior más honda aún, que se expresa a través de usted como intérprete.

– Pues sí. Precisamente, algo así he pensado leyendo hoy en El País la columna de mi amigo Juanjo Millás –cojonuda, como todo lo que escribe–, que habla del yo y del otro yo que todos tenemos dentro. Yo soy actor porque quiero contar a los demás lo que le pasa a otro y que se lo crean. Es muy aconsejable tener como mínimo dos voces: una es la que uno manifiesta o con la que se comunica con los demás y otra es con la que uno se comunica con uno mismo. Esa sí conviene escucharla. A mí me ayuda mucho esta segunda voz... que no sé si en realidad es la primera. La segunda voz es la primera, sí.

– Da voz, valga la redundancia, a escritores tan diversos como Miguel Delibes –el año pasado, sin ir más lejos, volvió aquí para repetir la extraordinaria 'Señora de rojo sobre fondo gris'– y ahora hace por primera vez un texto de Juan Mayorga...

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– ... Me pareció formidable pasar –perdona la cursilería– del universo de Delibes al universo de Mayorga...

– ... ¿Encuentra alguna conexión entre esos universos tan distintos, al menos formalmente?

– Creo que hay entre ellos una conexión de país, salvando las distancias de tiempo y espacio. Hay en los dos una misma preocupación por el ser humano: en Miguel es más inmediata, más o menos lo que es reconocible de primeras; y en Juan es un poco más oblicua, hay que escarbar un poco más para llegar al monigote. Pero están ahí los dos.

– 'La colección' habla, entre otras cuestiones, del paso del tiempo. ¿Cómo se lleva usted con eso?

– No me llevo mal. Como decía mi amigo Fernán Gómez, voy durando. La madre naturaleza es bastante generosa conmigo y, por lo demás, procuro no desperdiciarlo, no malgastarlo, no malversar esto que llamamos tiempo.

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– ¿Echa la vista atrás a menudo? ¿Suele pensar en los que ya no están?

– Sí. Mi padre, mi madre, mi hermana... y tantos y tantos. Creo tener, entre otras cosas, buena memoria y la memoria me lleva a las personas que me han enseñado más o menos por dónde ir y de qué manera. No es que esté todo el día en eso, pero de vez en cuando sí que llega como una noticia de que algo falta cuando faltan ellos.

– ¿Cómo se lleva con el futuro?

– El futuro es muy oscuro, como decía Antonio Molina manejando el carbón (risas). Hombre, dentro de una cierta prudencia a propósito de la edad, tengo unas expectativas en lo personal y en lo profesional que me gustaría que se fueran cumpliendo en el futuro más o menos inmediato. Pero, lógicamente, sería temerario por mi parte que extendiera este relato más allá de lo prudente.

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– ¿Cómo es trabajar a los ochenta y siete?

– Pues igual... Hombre, igual, igual, no, qué duda cabe. La gran diferencia de cuando empecé es que ahora, hace ya mucho tiempo, puedo elegir mi trabajo. Pero, casi desde el principio, mi trabajo y mi vida van de la mano y eso me ayuda muchísimo. Siento la misma satisfacción, me gusta mi trabajo, amo mi trabajo y me lo paso bien.

El oficio

«Siento la misma satisfacción, me gusta mi trabajo, amo mi trabajo, me lo paso bien»

– Tengo entendido que está preparando un proyecto especial.

– Muy especial para mí, sí. Tiene que ver con 'El tiempo amarillo', las memorias de Fernando.

– De nuevo Fernán Gómez. ¿Podremos verlo en Logroño?

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– Hombre, no depende de mí. A mí me llevan. Pero yo, encantado.

– En todo caso, 'La colección' no es una despedida.

– No, no. Nada de despedidas.

– 'La colección' también reflexiona sobre la idea de legado. ¿Cuál será el suyo?

– Como he dicho antes, ni el magisterio ni el legado son algo que me preocupe. Te voy a contar una anécdota. Hace ya un tiempo, haciendo 'Señora de rojo...' en Tarifa, paseando por la noche –me gusta mucho pasear después de la función–, dos muchachos se me quedan mirando así... hasta que uno me reconoce más o menos, se acerca y me suelta [con acento andaluz]: Usted es el que hacía de reír en las películas antiguas. Y digo, joder, ya tengo epitafio: el que hacía de reír en las películas antiguas. Me parece cojonudo, ¿no? Todo eso de la trayectoria, la responsabilidad, el compromiso, el sacerdocio del actor... qué coño. Hacer de reír y ya está.

– Siempre ha defendido aquellas películas, no siempre bien juzgadas, que protagonizó junto a otros grandes compañeros.

– Naturalmente. Mi sueño desde niño era ser actor. Lógicamente, las oportunidades de elegir no siempre están a tu alcance, pero no me avergüenzo ni reniego, y que nadie se atreva a tocarle ni un pelo de la ropa a la gente que confió en mí en aquellos principios y me ofreció aquellos trabajos. Que cada uno haga su valoración y juzgue como le parezca, pero yo sería un miserable si tuviese el menor reproche para aquella gente y para lo que hice con ellos.

– ¿Se ha dignificado el oficio de actor? En 'El viaje a ninguna parte' –otra vez Fernán Gómez– Juan Diego y usted discuten sobre la dignidad del cómico, algo de lo que no se come pero...

– ... La dignidad es una cosa que distingue a unos y a otros no, seas actor, seas lo que seas, vivas el tiempo que vivas. No creo que fueran menos dignos aquellos actores. La dignidad es personal e intransferible. Hay gente digna y gente indigna en cualquier oficio.

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La vida y la muerte

«Te vas a morir rodeado de hijos de puta... Pero está valiendo la pena esto de vivir»

– ¿Y la libertad? ¿Qué piensa cuando oye que hoy no se pueden decir según qué cosas?

– No estoy de acuerdo. He conocido tiempos en los que la palabra libertad sí estaba amenazada, amenazada precisamente por gente que pensaba igual que estos que dicen que ahora no hay libertad. Siempre es una aspiración que la palabra libertad, como la palabra justicia, como tantas otras, adquiera su auténtica dimensión. Pero no es cierto eso que dicen y, aunque en ocasiones puedan darse determinadas circunstancias, no tiene nada que ver con lo que hemos sufrido en otros tiempos.

– ¿Somos hoy más civilizados o más bárbaros?

– Ni una cosa ni la otra. La necedad o la cultura se dan alternativamente. Sí creo que hay una serie de cosas que hay que vigilar porque hay cierta amenaza. Para no andarnos con rodeos, el auge de la extrema derecha me parece un peligro siniestro ante el que hay que estar prevenidos.

– Parece optimista, pese a todo.

– Yo utilizo una definición de mi amigo Luis García Montero: optimista melancólico. Hay una melancolía por la sensación de pérdida a propósito de esa aspiración de libertad y justicia que sabes que no se va a cumplir. Pero al mismo tiempo el optimismo de cada día, salir a librar la batalla de nuestra propia libertad con alegría, coño. Por lo menos que no nos aburran,

– Nunca le dio miedo expresar su opinión como ciudadano. ¿Es orgullo de clase?

– Yo no lo diría tan así. Es algo consustancial, como respirar, como comer o como desarrollar otras actividades entre las naturales o las intelectuales o las morales.

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– ¿Qué papel ha de jugar la cultura?

– Me gustaría que importara un poco más. Pero no estoy autorizado para acusar a nadie de falta de cultura; tampoco voy a pontificar. Todo es un problema de educación, desde el comienzo de los tiempos. Ojalá la cultura ocupara un espacio mayor.

– ¿A dónde le ha llevado este viaje a ninguna parte?

– Adonde estoy. Claro que hay una sensación de pérdida: te vas a morir rodeado de hijos de puta, de chorizos, de necios... pero, al final, ha valido la pena. Está valiendo la pena esto de vivir. Se aproxima bastante a lo que uno pensaba que podría dar de sí.

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