Dos hombres, decenas de manos
.Repaso a la obra de Dalmati y Narvaiza a través de sus monumentos en La Rioja
Eran dos intelectuales de las manos. De ellas salían sus obras, que a su vez terminan en las manos de sus figuras: manos de hombres y mujeres, manos recias de guerreros y labradores, las manos del pueblo. Decenas de manos. Quince años separan el fallecimiento del artista chileno-riojano Alejandro Rubio Dalmati y el de su sobrino y colaborador Alejandro Narvaiza Rubio, ocurrido el pasado martes. Pero ni la muerte podrá separar el legado de su obra, buena parte de la cual se encuentra en La Rioja, donde durante décadas trabajaron juntos. Mano a mano.
La vida de estos dos artistas, un caso muy particular de colaboración, puede comprenderse mejor a través de su trabajo. Se llevaban veintisiete años, pero desde mediados de los sesenta, cuando el sobrino, siendo joven, empezó a ayudar al tío, fraguaron juntos un único estilo y desarrollaron un proyecto artístico común. Ambos fueron precoces en vocación y, aunque su aprendizaje se produjo en épocas y ambientes distintos, el segundo siempre tendría el apoyo y el magisterio de quien abrió camino. «Dalmati fue mi segundo padre, a la vez que maestro y compañero de andadura artística», afirmaba Narvaiza.
Chilenos de ida y vuelta
Alejandro Rubio Dalmati (Chillán, 1913-Logroño, 2009) era hijo de un tallista de Fuenmayor que emigró a América y de una chilena de origen italiano. La familia regresó a España al acabar la Primera Guerra Mundial y se estableció en Logroño. Alejandro tenía seis años cuando empezó a trabajar la madera en el taller de su padre, profesor de la Escuela de Artes y Oficios, y en el colegio de Maristas destacaba por sus dibujos.
En los años treinta marchó a estudiar a Madrid, pero la Academia de Arte de San Fernando le decepcionó y se interesó más por el dibujo anatómico. En 1936 mostró su pintura y escultura en la Exposición Nacional de Bellas Artes, lo que le procuró fama fugaz y la envidia de algunos de sus colegas, algo que casi le cuesta la vida. El golpe militar le pilló en Logroño, donde fue delatado, acusado de comunista, encarcelado y condenado a muerte. Solía decir que lo mataron a los veintitrés años, que el resto era prestado.
Sin embargo, a los tres meses consiguió la libertad gracias a un amigo jesuita y escapó a Chile como exiliado, a pesar de que aquel también era su país. Igualmente tuvo que marchar el resto de la familia y fue allí, al año siguiente del terremoto de Chillán, donde nació su sobrino, Alejandro Narvaiza Rubio (Santiago, 1940-Logroño, 2024). Y así ocurrió que, mientras el Alejandro adulto se empleaba junto a su padre en la reconstrucción de catedrales afectadas por el seísmo, el Alejandro niño iba creciendo en su taller aprendiendo el oficio. Recibiría formación académica a caballo entre Chile y España, incluyendo las Escuelas de Artes y Oficios de Logroño y Barcelona, pero fue su tío quien le enseñó el poder de aquellas manos.
¿Y si lo hacemos a medias?
Tras varias idas y venidas trasatlánticas, la familia regresó definitivamente a La Rioja en 1964. Con los pasajes comprados, surgió el encargo de pintar un gran mural en un colegio salesiano en Concepción. No estaban para perder un trabajo así, de modo que se dijeron: ¿y si lo hacemos a medias? Narvaiza no había cumplido los veinticuatro años. Empezaron cada uno por un extremo y, cuando se juntaron, se dieron cuenta de que tenían el mismo estilo. Parecía obra de un solo autor. Fue el comienzo de una firma que compartirían durante décadas.
Al poco de llegar a Logroño, Dalmati fue requerido por el alcalde Julio Pernas para realizar un monumento al Caudillo, como se llamaba entonces al dictador Francisco Franco. El artista objetó que él no hacía a políticos y propuso por qué no un trabajador, un artesano, un campesino... Y así fue como realizó el primer monumento al Labrador de España, un bronce de casi tres metros de altura en un conjunto escultórico que fue inaugurado no sin polémica, pero con visitas ilustres, en el centro de la ciudad moderna en septiembre de 1967. Narvaiza había colaborado en el proyecto, pero la obra fue realizada casi exclusivamente por Dalmati (como lo atestigua su firma a los pies de la figura), quien la donó a Logroño.
Dos años después, otro encargo políticamente delicado fue el de levantar un monumento a los caídos del bando nacional en la entonces llamada plaza de los Héroes del Alcázar, la actual plaza del Mercado. Sin límite de precio. Pero Dalmati se opuso igualmente si el memorial no se dedicaba a las víctimas de la Guerra Civil de ambas partes. Incluso llegó a proponer representar a un republicano y un franquista con la siguiente leyenda: «Las madres lloran por los hijos que mataron los hijos de otras madres». Hubo un buen escándalo y obviamente el proyecto fue desestimado.
Tiempo después, en 1979, Dalmati haría el Monumento de La Barranca, la fosa común de Lardero donde fueron asesinados por los franquistas cuatrocientos hombres y mujeres desde el verano de 1936. Algunos habían sido compañeros suyos en la cárcel y él se lo prometió. «Este horror ya fue –puede leerse en el monolito bajo las figuras yacentes de un obrero, un campesino, una mujer y quizás un alcalde o un maestro–. Hoy no queremos odio ni venganza, pero sí dejar testimonio para que estas locuras no se repitan». Esta obra sí la hicieron a medias, pero el tío no quiso que apareciera la firma del sobrino para que no sufriera represalias.
La gente del pueblo
Para entonces ya lo hacían casi todo juntos. Trabajaron en varias ciudades chilenas, sobre todo en templos, realizando esculturas, vitrales, artesonados, mosaicos, cerámicas y lienzos. En España, Logroño es la capital con más obra suya: el bajorrelieve de la Sagrada Familia en la parroquia de la calle Múgica (1972), la cabeza del Doctor Zubía en la Glorieta (1974), el Monumento al Fuero frente al Ayuntamiento (1977), el Monumento a los Donantes de Sangre en Pérez Galdós (1984), el conjunto de la fuente de los Riojanos Ilustres en la Gran Vía (1999) y el Monumento a los Marchosos de la Valvanerada en la actual plaza de la Diversidad (2003). Y, aunque aparece firmado por ambos, en 2016 Narvaiza realizó en solitario el Monumento a las Enfermeras Riojanas, en el paseo del Prior. También tienen obra en otras localidades riojanas, como Arnedo, Cenicero o Fuenmayor.
Habían participado en casi un centenar de exposiciones de pintura y escultura cuando Dalmati, que había recibido la Medalla de las Bellas Artes Riojanas en el 2000, falleció a los noventa y seis años. El 2013, en el centenario de su nacimiento, Cultural Rioja les dedicó a los dos una retrospectiva en la Sala Amos Salvador. Su compenetración era máxima, aunque Dalmati era más escultor y Narvaiza más pintor, el uno sentía más el dibujo y la forma y el otro, el color. Algo que se demuestra en la faceta fotográfica del segundo, que permaneció activo hasta el último momento. El pasado septiembre, dos meses antes de morir con casi ochenta y cuatro años, exponía una colección sobre la fauna de Costa Rica en la Agrupación Fotográfica de La Rioja, que él mismo fundó.
Ahora queda su trabajo. La obra de Dalmati y Narvaiza es de una humanidad profundamente arraigada al pueblo. Hombres y mujeres que pertenecen a la tierra, que la trabajan y mueren en ella. Y dejan tras sí, como ellos, el fruto de sus manos.
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