El último viaje de Teresa salva cinco vidas en India
Una médica del hospital cumple el deseo de su madre de donar sus órganos al quedarse en muerte cerebral en el país asiático | Gracias a la solidaridad de la familia se ha podido salvar a cuatro indios y un libanés
Viajaba a la India desde Madrid como en uno de los tantos viajes que había realizado antes para conocer otras culturas y, en definitiva, descubrir nuevos mundos. Despegó del aeropuerto el pasado 4 de enero y el día 5 ya estaba en Bombay disfrutando de las primeras excursiones junto al grupo con el que compartía el viaje. Habían visto las famosas cuevas de la Isla Elefanta y también la conocida como Puerta de la India. Sin embargo, «al regresar al autobús empezó con un fuerte dolor de cabeza y a los pocos minutos con pérdida de fuerza en el brazo y en la pierna derecha», relata Aitana Pérez, médica de Urgencias en el Hospital de Calahorra e hija de una madrileña, cuyo fallecimiento repentino en la India ha servido para salvar la vida de cuatro indios y un ciudadano libanés a través de la donación de órganos.
Se llamaba Teresa María Fernández, tenía 67 años, y se había jubilado en junio del pasado año como facultativa especialista en análisis clínicos en el Hospital Torrecárdenas, de Almería. Quería aprovechar los últimos días de Navidad para conocer el país asiático, pero el derrame cerebral hemorrágico que sufrió en el autobús de la excursión hizo que fuese trasladada de urgencia al hospital de Jaslok. A partir de ahí comenzó un auténtico calvario para su hija Aitana y su hermano, que desplazados a la India por la trágica situación no lograban que los médicos autorizasen su desconexión del respirador al encontrarse su madre en muerte cerebral. «Pasaban los días y yo veía que si vivía iba a ser entubada de por vida, por eso les rogaba a los médicos que le hiciesen la prueba de la muerte cerebral, aunque en la India no se puede desconectar a un paciente de respiración porque sería una eutanasia», explica su hija.
La angustia por la situación se hacía más grande. «No podíamos ni comer ni dormir», dice con una entereza que se quiebra al recordar como, por fin, el 11 de enero las pruebas médicas confirmaron que Teresa se encontraba en muerte cerebral. «Como soy médico, me dejaron entrar y el neurólogo me explicó todo con detalle», agradece.
Trasladar a España a su madre para desconectarla en un hospital español resultó imposible. «Pedimos a Europ Assistance un avión medicalizado, pero nos decían que en las condiciones en las que se encontraba mi madre no iba a aguantar el viaje», relata con cierto malestar por el trato de la compañía. «Que soy médico, ya sé lo que le pasa...», les decía, pero «yo lo único que quería era desconectarla para acabar con su sufrimiento y con el nuestro».
«Casi de soslayo» –continua– y después de trasladar a los médicos que su madre quería donar sus órganos y era donante, supieron que en el país cabía la posibilidad de realizar la desconexión de un respirador en estos casos. «Firmamos un montón de papeles y donó todos sus órganos salvo los ojos». Aitana se derrumba de nuevo al recordar que «eran de un gris azulado precioso». «Ella siempre decía que los ojos no los donaba porque le iba a resultar muy raro ver el mundo desde otra persona que no era ella», recuerda de su madre.
Según viene recogido en el periódico The Indian Express, «su pulmón, hígado y riñones fueron administrados a tres pacientes indios, mientras que el corazón fue entregado a un ciudadano libanés y su hígado a un médico de 54 de Bombay». También sus huesos y tendones fueron donados. «Nos dieron un diploma, porque era la segunda paciente en la India que donaba órganos este año, ya que en el país son muy supersticiosos». De ahí que este gran gesto de generosidad se haya convertido en noticia en el país, donde los medios de prensa lo destacan como ejemplo. Esa gratitud les reconforta en cierta manera a Aitana y a su hermano, que están ya de camino a España. «En el ascensor del hospital, en el hotel... me ha parado la gente para darme las gracias», afirma. «La verdad es que no tengo más que palabras de agradecimiento para todo el personal del hospital», añade.
La voz de Aitana se rasga otra vez al recordar el 11 de enero. «Fue el peor día», sostiene. Fue el momento de la desconexión para la extracción de los órganos. «La sensación que teníamos era horrorosa. Es como si tienes a alguien en la cárcel con una pena de muerte y sabes que ha llegado la hora de poner la inyección letal», dice transmitiendo en cada palabra esa angustia. «Lo bueno es que pudimos despedirnos de ella, dándole la mano, poniéndole música y mensajes que nos mandaban sus amigos», dice.
El traslado del cuerpo a España «resultaba toda una odisea con las aseguradoras». «Teníamos que esperar entre dos y tres semanas, así que optamos por la incineración, que además es lo ella quería», cuenta su hija.
«La mejor tutora»
De vuelta a casa Aitana encuentra fuerzas en todas las muestras de cariño que recibe estos días a través del teléfono. Sobre todo, desde el hospital de Almería, «donde era tutora de residentes». «Hay residentes que han dicho que era la mejor tutora que podían tener», dice su hija, quien la recuerda como «una mujer con un gran corazón y a la que nadie callaba». «Le encantaba viajar, pasear, el trekking, el senderismo y había viajado a Estados Unidos, Islandia, China, Japón, Europa... Disfrutaba muchísimo de la vida. La pena es que no haya podido disfrutar yo más con ella», termina Aitana entre lágrimas, aunque reconfortada ante las vidas que ha podido salvar su madre.
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