Arnedillo revive la procesión del Humo
Rememoran el mismo ritual con el que ciencia y fe vencieron a la viruela en 1888
Entre una nube gris de humo, que se expandía por ellas como una manta, emergía la imagen de San Andrés entre las angostas calles de Arnedillo. En el domingo que justo coincidió con su festividad, la figura del hermano de San Pedro, pescador como él nacido en Betzaida, protagonizó un año más la Procesión del Humo, la celebración de la victoria de la unión entre la sabiduría popular y la fe para vencer la epidemia de viruela negra que azotó la villa en octubre de 1888. Que se coló en todas las casas e hizo llorar a los arnedillenses por 34 muertos.
Como entonces, los arnedillenses pasearon en la mañana de ayer su imagen entre hogueras de romero humedecido. La de San Andrés fue en 1888 la última vela en apagarse entre las puestas por los vecinos a los siete santos más venerados en la villa. Y la sacaron en procesión entre el intenso humo del romero desinfectante, con ventanas y puertas abiertas para abrir las casas a su cuidado. «Lo cierto es que la epidemia cesó, como recoge el libro de la cofradía», describió el sacerdote Joaquín Ruiz en su pregón en la misa que acogió la iglesia parroquial de San Servando y San Germán.
El dulce olor de las primeras hogueras ya recorría las calles próximas al templo minutos antes de las 11.30 horas. También las primeras toses de los asistentes. Fue el momento en el que los cofrades arriaron el pendón y la imagen de San Andrés y comenzaba la procesión. Comenzaba un ritual convertido en fiesta de interés turístico regional en 2013. Entre los cientos de vecinos y visitantes, también alzaban en ese momento sus cámaras un buen puñado de fotógrafos, atraídos por la estética de esta tradición como lo estuvieron en su día ilustres como Cristina García Rodero o Cristóbal Hara, Premio Nacional de Fotografía en 2022.
La viruela negra se coló en las casas de la villa en octubre de 1888, dejando 34 vecinos fallecidos de diversas edades
«Tras la unión de la fe y la sabiduría popular, lo cierto es que la epidemia cesó, como recoge el libro de la cofradía»
La primera bocanada de humo arremetió en el mismo umbral del templo, donde reposaba la primera hoguera. Tras la calidez que brindó la plaza del Ayuntamiento, la procesión aceleró. Por necesidad. Fueron diez minutos de paso rápido, de escudriñar entre el humo para no pisar ni chocar al casi invisible que iba por delante, de toser y lagrimear entre las nubes de romero.
«No se ve nada», solicitaba un participante. «Avancen, avancen», instaban los miembros de la cofradía que abrían paso a San Andrés. «Fuera de la pared, que aquí están las hogueras», reclamaba uno de los que avivaban el humo en las hogueras. La densidad del humo apenas dejaba ver las velas que portaban los cofrades. La respiración se dificultaba tanto como la visión. Pero la esperanza era para después, cuando llegaría un respirar libre y abierto de par en par.
Salió la procesión de las estrechas calles a la altura de la fuente para encaminarse hacia la iglesia. A través de sus vidrieras los haces de sol se dibujaban entre el humo en el interior. El Orfeón Arnedano Celso Díaz emocionaba con sus voces cuando la eucaristía continuaba la tradición.