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Juan Manuel Peciña y Rebeca Corral, en su pabellón de Briones, su segunda casa. Justo Rodríguez
Cosa de dos

Una vida en pareja entre viñas y almendros

Rebeca Corral y Juan Manuel Peciña, matrimonio desde hace 22 años, destacan la importancia de la confianza y la complicidad para trabajar juntos sus explotaciones agrícolas

Sergio Martínez

Logroño

Lunes, 15 de mayo 2023, 13:20

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Sin duda, dos hijos y 22 años de casados unen, pero escardar, podar, emparrar o vendimiar juntos, también pone mucho de su parte. Rebeca Corral y Juan Manuel Peciña recogen cada día los frutos de un matrimonio ligado al campo, especialmente desde hace seis años, cuando ella dejó su antiguo empleo para compartir titularidad y un estilo de vida que exige complicidad, coordinación y comprensión. Cosas de pareja.

Rebeca ya sabía donde se metía, «y en 22 años de casados ya lo vas asumiendo (ríe)» cuando se casó con Juan Manuel, agricultor que desde pequeño echó raíces entre renques y fincas de Briones, como ahora hacen Julia y Francisco, hijos de un matrimonio plenamente agrícola. Hasta 2016 ella trabajaba en una fábrica en Baños de río Tobía, su pueblo, pero se pasó al campo bajo la fórmula de titularidad compartida, impulsada para fomentar el acceso de la mujer al sector agrario pero que apenas cuenta con un millar de casos en todo el país.

La pareja sostiene la oportuna matrícula que reza 'Love'. Justo Rodríguez

Preguntada sobre si se arrepiente de ese paso, Rebeca responde negativamente, aunque tuerce el gesto: «Siempre lo digo, tener la seguridad de una nómina todos los meses no tiene precio. Yo ahora cobro una vez al año, unas veces mejor y otras, como últimamente, peor». Mayor incertidumbre pero un objetivo común más que sumar a la lista, de casa a la viña, al campo de almendros o a la finca de cereal, aunque no siempre compartiendo espacio ni labores. «Muchas veces trabajamos separados, si toca poner alambres y echar tratamiento a una viña, él va a una cosa y yo a la otra», explica Rebeca, que finaliza la frase con un socarrón «así discutimos menos». La complicidad y las sonrisas que reflejan en la conversación se traduce en su día a día agrario, que repartido, mejor sabe. «Ella se encarga más del papeleo, de calcular los costes e inversiones, de organizar...», explica Juan Manuel, más centrado a las labores operativas, sobre el terreno, y es que, añade Rebeca, aunque compartan mucho, «ni él hace todo lo que hago yo, ni yo hago todo lo que hace él».

«Cada noche en casa, la pregunta del millón es qué hay que hacer mañana», apunta Rebeca

Ambos coinciden en que esa confianza que tienen en el trabajo del otro «es fundamental y da tranquilidad», y hablan de las diferencias frente a lo que vivían antes, ella con un trabajo de fábrica y solo él dedicado a la agricultura. «Es distinto y más fácil. Por ejemplo, piensas que vas a terminar a las cinco de trabajar en una finca, pero a veces cuesta un poco más o se complica... Esas cosas ahora ella las entiende mejor, tiene la misma dedicación y las discusiones son menos porque pisamos el mismo terreno», explica Juan Manuel Peciña, puntualizando que «otra cosa es que estemos de acuerdo en algo concreto, porque cada uno puede pensar diferente». Lo que sí que implica cada paso en el proyecto común es muchas conversaciones, sea en el campo, en el pabellón o en casa, como en su última gran decisión, la ampliación de superficie de almendros.

Precisamente, ese carácter familiar hace difícil desconectar una vez finalizada la jornada laboral, al calor del hogar. «Cada noche, la pregunta del millón es qué hay que hacer mañana», apunta Rebeca Corral, mientras que Juan Manuel reconoce no poder evitar «estar pendiente de si llueve o no llueve, de lo que toca a hacer al día siguiente... No va conmigo eso de dejar todo y, hala, hasta el lunes».

Juan Manuel y Rebeca posan en su viñedo, con Briones al fondo. Justo Rodríguez

Las vacaciones es otro de los hábitos familiares condicionado por el campo, siempre antes de la vendimia y de recoger la almendra. «Lo dejamos todo más que cerrado antes de irnos, con toda la maquinaria enganchada y preparada», detalla Rebeca, «aunque los días de antes son mortales», tercia Juan Manuel.

Mientras, sus hijos, Julia y Francisco, de 19 y 16 años, crecen arraigados al campo, arrimando el hombro. «Antes remoloneaban más, ahora no ponen pegas a subir siempre que pueden, sin que haya que insistirles», explican, apreciando que «es importante que vean todo esto». Quizá alguno de ellos se sume a ese proyecto familiar que Rebeca y Juan Manuel asumieron de forma conjunta hace seis años. Tiene sus cosas malas, «para una familia ahora es muy difícil vivir del campo, cuesta más que antes», pero también otras buenas. «Estar juntos en esto es muy bonito», concluyen.

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