Dios bendiga América. Hagámosla grande de nuevo. La democracia no está tan mal cuando se pone de nuestra parte y podemos gritar orgullosos aquello de ... nosotros, el pueblo... aunque nadie se lo crea. América, para los americanos, siempre que seamos solamente nosotros. Esta vez vamos a cumplir de veras el gran sueño. Esta vez no será necesario asaltar el Capitolio. Que reviente el mundo. God bless America...
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Ya ves, todo está al revés. Mira quién ha terminado tomando Manhattan. Después tomarán Berlín. Acabaremos votando a Hitler. Lo primero que harán será borrar el pensamiento disidente. Howard Zinn, por ejemplo, años después de su muerte es más peligroso que nunca ante un régimen que necesita borrar la historia marginal de su pueblo para imponer la ley y el orden, la obediencia civil, requisito para consolidar su proyecto de poder. La lucha por la conciencia histórica es parte esencial de la lucha por la democracia, pero eso exige pensamiento crítico, desobediencia y solidaridad con los pueblos más necesitados de una mano tendida que de muros en las fronteras.
Ya en su día el presidente Trump acusó al historiador –además de a otros intelectuales progresistas– como culpable de desorientar y engañar a generaciones al adoctrinarlas con nociones izquierdistas, antipatrióticas e internacionalistas y ahora, con afán proteccionista, llama a defender la herencia fundacional de Estados Unidos y enseñar a los jóvenes su verdad, la historia oficial. «Nuestra misión –sostiene– es defender el legado de los padres fundadores. Tenemos que sacar la telaraña de mentiras de nuestras escuelas y enseñarle a nuestros hijos la verdad magnífica sobre nuestro país: que son los ciudadanos de la nación más excepcional en la historia del mundo».
«Nuestro problema es que la gente por todo el mundo es obediente frente a la pobreza, la guerra y la estupidez»
En cambio, el autor de 'La otra historia de los Estados Unidos', desde la obligación inevitable de tomar partido, implícita en la selección y enfoque de los hechos históricos, prefería «contar la historia del descubrimiento de América desde el punto de vista de los arahucos; la de la Constitución, desde la perspectiva de los esclavos; la de Andrew Jackson –uno de los presidentes que iniciaron la limpieza étnica de los nativos americanos y su destierro–, tal como la vieron los cheroquis; la de la Guerra de Secesión, como la vivieron los irlandeses de Nueva York; la de la guerra de México, como la sufrieron los desertores del ejército de Scott –que acabaron colgados por el cuello–; la del ascenso del capitalismo, como lo soportaron los jóvenes de las fábricas textiles de Lowell; la de la guerra hispano-estadounidense, desde la óptica de los cubanos; la de la conquista de Filipinas, como la padecieron los soldados negros de Luzón; la de la Edad de Oro, desde la visión de los granjeros sureños; la de la Primera Guerra Mundial, tal como la sobrellevaron los socialistas; la de la Segunda Guerra Mundial, a través de la mirada de los pacifistas; la del New Deal, como la percibieron los negros de Harlem; y la del imperio estadounidense de posguerra, a través de los ojos de los peones latinoamericanos».
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Me pregunto cómo contaría Zinn el nuevo macartismo populista que se avecina cuando se pretende restaurar la educación patriótica en las escuelas y será considerada antiamericana cualquier crítica de la historia oficial, incluidos la esclavitud, el racismo, los actos antimigrantes o el sexismo. No menciona Trump que gran número de los fundadores y héroes oficiales eran dueños de esclavos ni tampoco que realizaron guerras y prácticas genocidas contra indígenas y posteriormente contra otros pueblos mas allá de las fronteras ni el intervencionismo imperialista ni la represión política y laboral. Pero si presume sin rubor de sus políticas antimigrantes hasta el presente, ¿no hará lo mismo con todo lo anterior? Y lo que es peor, ¿no lo aprobarán igualmente quienes le votan? Les ha convencido de que «la revolución cultural izquierdista está diseñada para derrocar la revolución americana», su egoísta modo de vida.
Y, después de todo, quizás tenga razón al menos en eso. Zinn insistía en contar la historia desde abajo no solo para criticar la versión oficial, sino también para revelar y destacar a los verdaderos héroes, incluyendo los rebeldes populares a lo largo de la historia de este país, una historia en gran medida invisible en sus escuelas y universidades. Lo hacía para advertir y también para llamar a la disidencia: «Tú dices que nuestro problema es la desobediencia civil –escribió–, pero ese no es nuestro problema. Nuestro problema es la obediencia. Nuestro problema es el número de personas a través del mundo que han obedecido los dictados de los líderes de sus gobiernos y han ido a la guerra y millones han muerto por esta obediencia. Nuestro problema es que la gente por todo el mundo es obediente frente a la pobreza y la hambruna y la estupidez y la guerra y la crueldad. Ese es nuestro problema».
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Ese es nuestro problema, sí. Y este es tiempo de tener esperanza, pese a todo, y desobedecer.
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