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Juan Carlos Escolar posa con una medalla y una camiseta de la Transibérica. Justo Rodríguez

La «locura» ultraciclista de Escolar no tiene fin

«Quiero más», afirma el riojano tras completar los casi 3.000 kilómetros de la Transibérica en poco más de nueve días

Iñaki García

Logroño

Miércoles, 11 de septiembre 2024, 07:30

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La mayoría de las personas solo pensarían en descansar después de haberse pasado más de nueve días pedaleando para recorrer casi 3.000 kilómetros, con 37.000 metros de desnivel positivo. Sin embargo, a Juan Carlos Escolar solo le sale una frase al preguntarle cómo se encuentra tras completar la Transibérica, una de las pruebas de ultraciclismo más exigentes. «Quiero más», sentencia para reconocer después que tanto él como el resto de los practicantes de este deporte tienen «un punto de locura» porque están dispuestos a «hacer cosas» que ni siquiera se pasan por la cabeza de la mayoría de seres humanos.

Solo hay que escuchar el relato del riojano para comprobar que no le falta razón. No en vano, durante el recorrido de la Transibérica se ha enfrentado a todo tipo de dificultades: desde calor extremo a tormentas torrenciales pasando por momentos en el que no encontraba la ruta correcta para llegar a su destino, noches a la intemperie y puertos con rampas infinitas. Cosas de locos.

Peky, como le conoce todo el mundo, ya sabía a lo que se enfrentaba: una prueba de ruta libre en la que tenía que pasar por diez puntos de control. Cómo llegar de uno a otro, dependía de él. Cómo solventar cualquier contratiempo en el camino, dependía de él. Dónde y qué comer, dependía de él. Cómo y dónde dormir, dependía de él, con solo una regla: debía descansar al menos cuatro horas todas las noches, salvo dos, en las que podía continuar con la marcha sin necesidad de hacer ese parón.

Esa era la teoría, que por sí sola ya respira dureza por los cuatros costados, pero la práctica superó todas las previsiones. Y casi desde la primera pedalada. «En los primeros 150 kilómetros había casi 5.000 metros positivos, es decir, más dureza que en cualquier etapa del Tour», avisa. Un recorrido exigente al que había que sumar circunstancias extremas como casi 40 grados de temperatura y una bicicleta que pesaba veinte kilos. «Quizás me pasé cargando comida», reconoce el riojano.

Todos esos ingredientes se sumaron y acabaron en golpe de calor. «A los 10 o 15 kilómetros tuve que parar. Me hidraté, me eché agua por el cuello, me di crema solar y retomé la marcha», enumera el logroñés. «Y cuando sobrepasé los 2.000 metros de altitud, aunque había sol, ya no hacía tanto calor», añade. Hay que tener en cuenta, además, que Escolar llegaba a Europa desde Chile, país en el que trabaja y vive con su familia, y en el que ahora es invierno. «El contraste fue fuerte», afirma.

La primera toma de contacto con la Transibérica ya supuso, por lo tanto, un aviso de lo que tenía Escolar por delante, pero lo que vino después no resultó más sencillo. Ni de día ni de noche. «Mi idea era dormir una noche sí y otra no en hoteles para descansar bien y cargar los dispositivos (móvil, luces, potenciómetro...), pero los primeros días fue imposible porque en Francia y Suiza para las siete de la tarde estaba todo cerrado, además de que el precio rondaba los 150 dólares», cuenta. Así que el riojano durmió donde pudo: la primera noche en un cajero, la segunda en un aparcamiento subterráneo... «En la tercera me quedé sin luces en medio de la carretera y dormí en una mesa y unas sillas de un puesto ambulante que me encontré por el camino», destaca. «Ya a la cuarta pude dormir en un hotel y cuando llegué a España fue más fácil encontrar alojamiento», dice aliviado.

La lluvia y la ruta

Sin embargo, antes de entrar en territorio nacional, Escolar tenía que pasar por Suiza y Francia y ahí tampoco lo tuvo fácil. «Llegamos, por ejemplo al Mont Ventoux y todo estaba soleado, sin una sola nube en el horizonte, por lo que decidí meter hielo en una mochila para que me fuera refrescando la espalda», relata el logroñés. «Al principio, todo iba bien, pero en una curva, de repente, aparecieron unas nubes negras tremendas y empezó a granizar», expone. «Tuve que parar, quitarme la mochila, los hielos, ponerme ropa de abrigo... Fue tremendo», sentencia.

Y a la altura de Ginebra, mientras, el problema fue la ruta. «Yo había previsto una, pero al llegar vi que en la carretera por la que tenía que pasar estaban prohibidas las bicicletas», cuenta. «Busqué alternativas, pero el Google Maps me metía por caminos imposibles y estuve casi seis horas perdido hasta que recuperé el rumbo», rememora.

Dificultades todas ellas que se vieron compensadas con los buenos recuerdos del camino. «Llegar a cada punto de control fue una gozada», resalta Escolar, quien también escoge como momentos favoritos su paso por La Rioja, donde pudo dormir en casa de sus padres, y la llegada a Bilbao. «En ambos puntos había seres queridos y resultó impresionante», se alegra. Y eso que poco antes de Logroño le cayó otra tormenta y la llegada a Bilbao se le hizo «eterna» porque durante esa última noche apenas durmió. «Fue muy duro, pero adelanté muchos puestos», recuerda con una sonrisa.

Al final, el riojano acabó en el puesto 33 de la prueba con un tiempo de nueve días, seis horas y 16 minutos. «Objetivos cumplidos», sintetiza este logroñés. «Sabía que lo iba a conseguir porque soy una persona muy cabezota; y ahora quiero repetir el año que viene», añade. La Transibérica puede volver a cruzarse en su camino, aunque no descarta un objetivo mayor. «Si en el trabajo me dieran días, me plantearía hacer la Transcontinental, que son 5.000 kilómetros, de Bélgica a Turquía pasando por 13 países», apunta. Su «locura» no tiene fin.

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