El pianista del saloon y la señora que le pasa el plumero
Patricia, artista polaca, cambia las pompas de jabón por un teatro de bolsillo
Toda maravilla tiene su asiento en la calle Portales durante San Mateo. Hay un tipo que pinta cualquier cosa sobre una señal de tráfico australiana, esos rombos amarillos que a veces salen en las películas. La gente mira cómo se prepara y despliega su catálogo sobre una manta. Una señora le hace un encargo y le dice que lo recogerá cuando salga de la iglesia. Va con un chiquillo, habla con un indefinible acento extranjero y primero quiere ver La Redonda. Mientras tanto, los vendedores de globos caminan calle arriba calle abajo. A la altura de la Plaza del Mercado, un joven sentado frente a una mesita ofrece unos tatuajes que se borran con tiempo y algo de jabón.
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A la entrada de Portales, enfrente del Palacio de los Chapiteles, una mujer silenciosa y con sombrero acaricia un pequeño escenario. Diríase que acaba de montarlo y no tiene ninguna prisa. Sus movimientos –suaves, lentos, misteriosos– parecen posturas de tai chi. A sus pies, un formidable pastor alemán, ovillado e indiferente, duerme una siesta sin fin. De pronto, la mujer coge unas cuerdas y el títere empieza a tocar un piano. Suena una musiquilla alegre, como si estuviera actuando en un saloon del Oeste. Los niños, como hipnotizados, empiezan a formar corro frente al teatrillo. Los padres, más tímidos o precavidos, forman una segunda barrera. Del piano sale un humo inquietante; por un momento parece que aquello va a empezar a arder.
El pianista se detiene segundos antes de que salte la chispa. La música cesa. Entonces la señora-monigote que está a su lado se levanta y pasa el plumero, primero por la casa y luego por la cara del pianista. Es este un guion decididamente extraño. No se sabe si hemos asistido a un espectáculo perpetuador de los roles machistas o a un sutil alegato feminista. Algún crítico teatral le encontraría toques surrealistas a lo Buñuel. A los niños todo esto les da igual porque la metaliteratura les resbala y las cosas les parecen bonitas o feas, divertidas o aburridas. Esta les ha gustado mucho. Algunos piden monedas a sus padres para echarlas con devoción en el platillo. La titiritera, mujer de su tiempo, ha colocado un cartel con un número de teléfono por si alguno se anima a hacerle un bizum, aunque el público prefiere la antigua liturgia de la moneda al cesto.
La artista se llama Patricia y es polaca. Suele vivir en Sevilla, aunque «en las fechas calientes del año» va de fiesta en fiesta con su pacífica perra Misha. En Logroño estuvo ya antes de la pandemia, pero entonces se dedicaba a formar pompas de jabón. Ahora ha vuelto con su espectáculo de títeres. Cuando acaba la jornada, lo pliega y se lo lleva en bicicleta a la furgoneta en la que vive. «La gente de aquí es muy abierta y se para enseguida», sonríe Patricia.
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