San Mateo insólito
El deporte más difícil del mundoDespués de más de 300 lanzamientos, se cierra sin ganador el V Concurso de Lanzamiento de Boina
Aquí querría ver yo a esos lanzadores polacos con cuellos de buey y muslos de tractor que compiten en los Juegos Olímpicos. El lanzamiento de boina, al menos tal y como lo plantea la peña Los Brincos en San Mateo, es un deporte dificilísimo, de una sutileza extrema, que requiere coordinación de gimnasta, pulso de tirador y muñeca de billarista. Es este, según se pudo apreciar ayer, un decatlón en sí mismo, una olimpiada entera, el deporte absoluto. Y si encima sopla el viento cuando quiere y por donde le da la gana, apaga y vámonos. No hay quien meta la puñetera boina en el pivote.
El terreno de juego no necesitó grandes preparaciones. Se cortó un trozo de la calle Ateneo, se puso al Tragantúa en su extremo y se colocaron tres conos de señalización formando un triángulo equilátero. En el vértice más alejado del tirador, tumbado sobre la acera y protegido por una tela blanca, reposaba –tentador, promisorio, voluptuoso– un señor jamón. En los otros pivotes, los trofeos eran más modestos, pero aun así interesantes: a la derecha había una caja con tres botellas de vino y a la izquierda al vino se le añadían seis botellones de cerveza que tenía que ser de la buena porque las etiquetas estaban escritas en alemán. Los premios estaban claros y el procedimiento, también. Uno apuntaba, lanzaba la prenda y ganaba si conseguía aterrizarla sobre el pivote. No son reglas excesivamente complicadas las del tiro con boina; lo difícil es acertar.
El lanzador número 147 embocó, pero la boina dio un respingo y se salió del cono. Fue, podríamos decir, un gol fantasma
La competición comenzó a las seis de la tarde, más o menos, y acabó a las siete y media sin que nadie hubiera conseguido embocar la prenda de felpa. El árbitro/animador, con el megáfono, se desgañitaba ofreciendo premios adicionales para darle vidilla al certamen, pero las boinas, indisciplinadas y volanderas, aterrizaban donde querían. Cada lanzador pagaba un euro para disfrutar de dos lanzamientos –al final se permitieron tres–, pero allí no había manera de acertar. Para colmo, hacía fresquito y el viento soplaba a veces para un lado y a veces para otro, lo que impedía cualquier estrategia. Hubo un momento de máxima tensión cuando, a poco del final, el lanzador número 147 acertó a meter la boina en el cono de su derecha, pero de pronto se salió, como impulsada por un resorte, y cayó al suelo. Fue, podríamos decir, un gol fantasma. Como compensación, el deportista se ganó una botella de vino.
La competición acabó con el lanzador 150, que casi acierta. Le dieron, según narró a voces el del megáfono, «el lote de cervezas no-sé-cuántos».
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