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Pasear por los vecindarios de Logroño con sus propios residentes como cicerones revela al ajeno en carne viva qué detalles marcan la vivencia en cada rincón de la ciudad. Grandes o pequeños. Igual que no es lo mismo decidirse a residir en el centro de Logroño o en el Casco Antiguo, tampoco lo es asentarse en una barriada más residencial. Si la mayoría de los representantes vecinales que han aparecido en la serie 'Patio de vecinos' admiten que, en general, Logroño despliega comodidad y distancias cortas, la desigualdad entre los barrios en materia dotacional reclama un análisis más profundo por parte de los dirigentes logroñeses.
Como es evidente, tanto por evolución histórica de su población como por bagaje económico y comercial, las áreas situadas en el cinturón céntrico de la ciudad pueden presumir de estar mejor provistas, tanto en materia de comunicaciones y transporte público, como de servicios dotacionales, como colegios, centros sanitarios e infraestructuras de aparcamiento subterráneo. Es cuando uno sale del núcleo urbano y se desplaza a vecindarios más periféricos cuando se aprecia más la desigualdad, pero también esto va por barrios, o quizá mejor dicho, por puntos cardinales.
Queda constatada la tendencia que apunta a que el sur de la ciudad goza de mucho más desarrollo que el norte, habida cuenta de la brecha geográfica que supone el Ebro y que, pese a infructuosos esfuerzos a lo largo de las distintas legislaturas de diverso color político, no se ha conseguido integrar en la vida urbana de una forma natural y deseable. Esa frontera insalvable que arma el río Ebro puede explicar en parte la querencia por urbanizar más la zona sur, pero no sostiene la escasez de servicios en la que dicen estar sumidos algunos barrios carismáticos de Logroño.
Un ejemplo lo dibuja Los Lirios, de batalladores representantes vecinales que incluso llegaron a plantarse en Bruselas para arrojar su frontal rechazo a la presencia de trenes de mercancías peligrosas en las vías próximas a su barrio, sigue clamando por un colegio que evite a sus niños el trance de cruzar cada mañana la circunvalación para asistir a clase. Cuentan sus portavoces que no hallan lógica a que su barrio no disponga de colegio o centro de salud, luciendo libre una amplia parcela dotacional en la que ubicar estos dos servicios, mientras que en otras áreas de la ciudad se amontonan hasta cuatro colegios que no alcanzan a colmar sus aulas. Otro muro con el que se topan los vecinos de Los Lirios es el retraso en la apertura del consultorio médico del barrio, construcción culminada desde hace meses que no cuenta con el personal médico necesario para entrar en funcionamiento.
Quizás deslizara el portavoz de la asociación de El Campillo, José Manuel Mahía, al alegar la falta de planificación de ciudad el argumento más plausible que aborde la inexplicable carencia de dotaciones en determinadas barriadas.
«No hay una idea de ciudad clara», asumía compungido Mahía desde El Campillo, otro de los vecindarios damnificados por la ausencia (casi total) de servicios: «Llega una corporación con unas promesas electorales, con unos compromisos adoptados y unas esclavitudes, y desbarata lo que estaba planificado por el equipo de gobierno anterior… Y así, sucesivamente, durante no años sino décadas». Lo deseable, a juicio de Mahía, sería consensuar un planteamiento de mínimos entre los partidos y los vecinos para que se apueste por proyectos que trasciendan legislaturas y no se queden anclados en meros intereses electoralistas.
Con un espíritu más modesto pero con el mismo fondo se encaminan las reclamaciones de dos barrios vecinos, San José y Madre de Dios, cuyos representantes abogan por sendos planes que articulen la inversión, las actuaciones en vivienda y urbanismo de sus vecindarios, sabedores además de que sus áreas de influencia arrojan también un entramado complejo tanto en el aspecto sociológico como económico. Tanto José María Fernández de Bobadilla, expresidente y miembro activo de la asociación de Madre de Dios, como Javier Aguado, actual líder de la de San José, culpaban a la inexistencia de dichos planes estructurales de que se haya situado unilateral y aleatoriamente en este área la Zona de Bajas Emisiones de Logroño. Un completo despropósito, a su juicio, en unas calles en las que el tráfico no supone el problema de otras.
También otro barrio periférico, Valdegastea, afronta carencias igualmente achacables a ese afán alejado de lo colectivo, que ni valora, por ejemplo, la propuesta de construir un centro de salud que dé servicio a Valdegastea, El Arco y Yagüe.
Capítulo aparte merecen los barrios históricos de Varea, Yagüe y La Estrella, que sin grandes estridencias, mantienen el equilibrio dotacional propio de su particular idiosincrasia, que, en cambio, no comparte El Cortijo.
En el extremo opuesto se encuentran los vecinos de La Cava-Fardachón, el barrio residencial del sur de la ciudad que, entre las grandes peticiones de otros, sólo añora un centro joven que cobije a sus ya no tan niños. Con colegios, centro de salud, parques infantiles y zonas verdes, comercio y hostelería, su representante, Carlos Salicio, admitía ser la envidia de muchos vecindarios. Tampoco se sienten olvidados ni los residentes de Siete Infantes o Cascajos, otros dos barrios sureños cuyas demandas aluden más a incrementar la calidad de vida que a necesidades básicas. Unos mucho, otros bastante menos.
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