Aquellas familiares vendimias por el Pilar

Pilar, a la izquierda de rojo en la imagen superior, tenía 16 años cuando fue tomada la foto. Hoy está a punto de jubilarse después de toda una vida dedicada con sus hermanos al negocio familiar, Bodegas Ramírez de la Piscina, en San Vicente: «¡Ufff!, qué tiempos», exclama al observar la fotografía. «Mi padre tenía algunos trabajadores, pero venían muchos amigos a vendimiar, de mis hermanos Julio y Ceci y también míos, y no lo hacían por dinero». «Llegaban el fin de semana, especialmente el del puente del Pilar. Había comida, vino, alojamiento, pero sobre todo la vendimia era una auténtica fiesta», recuerda la bodeguera.

La imagen es de los años 70 del siglo pasado. Además de Pilar, en la foto está Isabel, su cuñada, dando uvas a Juan Elustondo, cura del monasterio de La Estrella, junto con una familia entera de amigos de Ábalos: «Mi madre era una gran cocinera y hacia un bacalao a la riojana de muerte; yo creo que era eso, más la tortilla y las guindillas asadas, lo que atraía a los amigos, además del buen rollo... Trabajabas, eso sí, pero también cantábamos, nos reíamos... San Vicente por el puente del Pilar era una fiesta en casi todas las casas», explica Pilar Ramírez de la Piscina.

Nada se sabía entonces del cambio climático. Las cosechas eran más largas, bien entrado octubre y, de hecho, más que la maduración en sí de la uva, el fin de semana más cercano al 12 de octubre era el factor determinante para el momento de cortar las uvas: «Ahora todo ha cambiado, la vendimia y otras labores de campo son un quebradero de cabeza». «No hay trabajadores y nosotros, por ejemplo, tenemos 33 hectáreas de viñedo en 140 parcelas, así que imagínate el lío que supone. Mi padre hizo emparrados a su manera hace décadas en algunas fincas para poder labrar y trabajar con tractor, pero hoy en día seguimos vendimiando todo a mano como entonces», detalla la bodeguera.

Tienen claro que la recogida manual es determinante para la calidad: «No hay apenas mano de obra actualmente y, al ser tan escasa, la fidelidad también es un problema porque de repente se va una cuadrilla sin decirte nada porque ha encontrado a alguien que les paga más». De hecho, Ramírez de la Piscina no descarta incluso en el futuro la vendimia mecánica: «No nos gustaría, pero hay parcelas que podemos mecanizar y, si esto sigue así...» Pilar echa la vista atrás: «Era mucho trabajo, pero qué bien lo pasábamos..., aunque, eso sí, tampoco vendimiábamos con los calores de hoy». «Hacía fresco –continúa–, mientras que ahora no es fácil ponerte a cortar uvas a más de 30 grados de temperatura».

El campamento de temporeros de Bañares, en las imágenes inferiores, estuvo abierto durante muchos años. Entonces, la patata era un cultivo importante en La Rioja y había necesidad de mano de obra intensiva en la zona para agosto. El campamento, pese a que incluso se procuraba dar atención educativa a los niños, era una especie de gueto, con chabolismo y condiciones casi infrahumanas en viviendas de madera construidas por los propios temporeros, con algunas tomas de agua comunes y duchas y baños colectivos. En la temporada 2002 se decidió cerrar la acampada de Bañares –la imagen inferior– y el agricultor asumió el compromiso de dar alojamiento a los trabajadores temporeros, una condición que se sigue exigiendo con rigurosidad a día de hoy y que ha dignificado mucho la situación de estos trabajadores de temporada.

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