Antes hay que aclarar quién era Toscani, y qué representó para la comunicación, la imagen y el pensamiento de las últimas décadas del siglo XX ... y las primeras del presente. Oliviero murió con las botas puestas, trabajando casi hasta el final, en el que la incurable enfermedad de la amiloidosis se lo llevó a los 82 años, cuando aún tenía muchas cosas en las que hacernos pensar sobre el sentido último de la vida. Este revolucionario rompió las reglas, las sempiternas normas en las que se movía la comunicación, comandada por agencias al servicio del establishment. Mensajes burgueses, mujeres objeto, una moral trasnochada controlada por la eterna Iglesia: católica, judía o de cualquier otro signo. Por encima de lo publicitario, en 1991 creó y editó la revista Colors. En ella figuraba en cabecera: La revista del resto del mundo. Abrió un lugar de estudio sobre el arte y la comunicación denominada La Fábrica, en la que trataba de ser un activista contra la estupidez de los tiempos en los que vivimos, transmitiendo a sus alumnos la lucha contra la apatía y la indiferencia.
Toscani me contaba: «Uno de los males que asolan nuestro tiempo, en especial a los jóvenes, es la desinformación. Estoy muy preocupado con esta situación por lo que decidí realizar publicidad combativa. Voy a utilizar el mismo lenguaje que se usa para vender zapatillas, productos de belleza o perfumes. Me parece terrible que todavía se crea que hay cremas que rejuvenecen, que si te compras esas zapatillas serás como Ben Johnson. La publicidad modifica comportamientos y regularmente miente con un solo motivo: atesorar más dinero para las marcas, vendiéndote artículos que no te hacen falta. El estereotipo de belleza ha creado entre los jóvenes la creencia de que estar delgado es sinónimo de éxito, lo que ha desencadenado la anorexia. Creo que si utilizamos los mismos soportes, las revistas, diarios, televisión o vallas publicitarias, el público será receptivo porque es su lenguaje; es una desgracia pero poca gente lee, y los jóvenes muy poco. Hay problemas muy graves sobre los que reflexionar. La violencia, el hambre, el sida, la pena de muerte, la igualdad de género, el racismo, la religión, la desigualdad económica entre continentes... y muchos más. Para ello, para explicar estas situaciones, las palabras, solo las palabras, no bastan».
¿Hay alguien que no haya visto una imagen de Toscani? Valdría traer a colación las famosas del cura y la monja besándose, la de la mujer negra amamantado a un bebé blanco o mi preferida: tres corazones idénticos con las palabras superpuestas en inglés Blanco, Negro, Amarillo. Perpetuó la imagen de un enfermo de sida como si fuera Jesucristo, de una modelo posando desnuda mostrando su cuerpo deformado por la anorexia. Toscani logró convertir sus imágenes en virales, cuando aun no existían las redes sociales.
Este gamberro demostró en su curso de la Casa de la Imagen su talento a raudales, su inconformismo, su juventud en vena. Lo llamé por teléfono y le pedimos que si podía venir a impartir un curso en Logroño, todo por el mismo espíritu combativo que compartíamos. Lo había conocido unos años antes, en una bronca monumental durante una proyección de su obra en el Teatro Antiguo de Arles, en el marco del festival de fotografía de esta ciudad. La verdad es que en los ambientes fotográficos tuvo detractores, por su insolencia a la hora de utilizar imágenes realizadas por otros fotógrafos, que manipulaba sin el mínimo miramiento: lo importante era el resultado.
En 2012, coincidiendo con el treinta aniversario de la Casa de la Imagen, Toscani impartió un taller sobre la complicación de las relaciones humanas en torno a la raza, el género y la posición económica. Para ello se realizó un trabajo de campo en las calles de Logroño, atravesadas por el Camino de Santiago. Este compendio quedó inmerso en el proyecto 'Raza Humana' del artista italiano. El trabajo realizado se tituló 'Raza humana en el Camino de Santiago', pretendiendo mostrar la ruta jacobea como vehículo integrador de culturas, profesiones, razas y estratos sociales, algo así como si fuera la ONU de las gentes. Se expuso una selección de copias en papel sobre los muros de la plaza de San Bartolomé, junto a un audiovisual que recogía el trabajo completo de los asistentes a aquel histórico Taller Toscani. El viaje Oliviero terminó en las Bodegas López de Heredia, lugar que me pidió conocer como una de las localizaciones históricas del vino en Europa. Le regalaron una botella de su año... y nos la tomamos. Dijo que era el mejor vino que había tomado en su vida.
Benetton, la firma para la que trabajó varias décadas, escribió el día que falleció: «Adiós Oliviero. Sigue soñando».
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