Ayer, 27 de enero, se conmemoró el día internacional en Memoria de las víctimas del Holocausto. Han transcurrido ya ochenta años desde la liberación en ... 1945 del campo de concentración y de exterminio de Auschwitz por las tropas soviéticas y, aunque la memoria es frágil, el deber de recordar, como insistía el superviviente Primo Levi, se torna ineludible. Máxime, teniendo en cuenta que vivimos tiempos de desinformación, anegados de mentiras que se presentan a veces como si fueran verdades alternativas.
En enero de 1933, en medio de una crisis económica, política y social lacerante, los dirigentes del nacionalsocialismo accedieron al poder. No inventaron las técnicas de propaganda, pero las llevaron a su máxima expresión para recibir el apoyo de millones de alemanes. Promovían la creación de un estado homogéneo con un «hombre nuevo» sin mezcla, símbolo del supremacismo ario y del dominio sobre las supuesta razas inferiores. Los mensajes del régimen eran deliberadamente simples, impregnados de emocionalidad con el fin de maximizar su impacto social en las mentes de los ciudadanos alemanes. No importaba que fueran falsos. Era cuestión de repetirlos una y otra vez. La propaganda nazi estaba diseñada con el fin de garantizar una lealtad inquebrantable de la sociedad alemana, así como para provocar al mismo tiempo miedo y odio al otro; al judío, al gitano, al extranjero, etc.
El aparato de propaganda nazi aplicó la teoría de la «aguja hipodérmica» según la cual los medios influyen de forma efectiva en el público a través de mensajes sencillos y reiterados. Consideraban que esos mensajes actúan como una aguja que se inyecta en el cuerpo penetrando la piel e inoculando prejuicios, al tiempo que defendían que el nacionalsocialismo era la única solución a los problemas económicos y sociales del país. Al igual que los fascistas italianos encabezados por Mussolini, desarrollaron una especial habilidad para seducir las mentes con discursos populistas, a veces histriónicos, no exentos de cierto dramatismo.
En este contexto de anemia moral que iba extendiéndose como una balsa de aceite, hubo escritores como Stefan Zweig, austríaco de origen judío, que anticiparon el riesgo de que Alemania se convirtiera en un régimen totalitario que haría retroceder al continente europeo a una nueva era de barbarie. Su afirmación, «la mentira extiende descaradamente sus alas y la verdad ha sido proscrita, las cloacas están abiertas y los hombres respiran su pestilencia como un perfume» resuena hoy como una advertencia premonitoria.
Entre tanto, a través del Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda creado en Berlin en 1933, su titular, Joseph Goebbels ejerció un poder férreo e ilimitado de los medios de comunicación. Entre otras medidas, suspendió la libertad de expresión y de prensa utilizando todos los recursos a su alcance, entre ellos el cierre de medios opositores.
El responsable de la propaganda nazi aplicaba un sistema de manipulación y control propagandísticos absoluto, especialmente a través de la radio, que se convirtió en un instrumento de gran eficacia para el adoctrinamiento ideológico. Los mensajes entraban en todos los hogares y se esparcían a través de las ondas. Sintonizar emisoras extranjeras estaba estrictamente prohibido y fue considerado como un atentado contra la seguridad nacional.
Por todo ello, y teniendo en cuenta la corriente autoritaria que recorre el mundo occidental, haciendo uso de las reglas de la democracia, pero tratando de dinamitarla desde dentro, implosionándola, conviene recordar las palabras de la filósofa alemana de origen judío, Hannah Arendt, cuando precisaba: los enemigos de la libertad cambian, pero no desaparecen. Siguen utilizando discursos y relatos mendaces, pero al mismo tiempo seductores...
La autora de los 'Orígenes de los Totalitarismos', que tuvo que huir a EE UU. como apátrida, advirtió con claridad: «Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no pueda distinguir entre la verdad y la mentira no puede diferenciar entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras». Estas palabras resuenan hoy con inquietante actualidad a uno y otro lado del Atlántico. En Austria el partido ultraderechista FPÖ, ha ganado las últimas elecciones con el 28,8%, y continúa ascendiendo en los sondeos hasta el 35,5%. A su vez en Alemania, Alice Weidel, líder del partido ultranacionalista ADF y candidata a erigirse canciller, cuenta cada vez con más apoyo popular en las urnas ante los próximos comicios del próximo mes de febrero. Weidel, en una entrevista con Elon Musk en su red social X llegó a defender que Adolf Hitler no fue un político de derechas; sino comunista.
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