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R. Parrado
Ruidosos por encima de nuestras posibilidades

Ruidosos por encima de nuestras posibilidades

La exposición continuada a sonidos por encima de los 55 decibelios dañan la salud a largo plazo, un límite que se supera con solo ir a un bar o dar un portazo en casa

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Domingo, 20 de septiembre 2020, 00:09

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Ni siquiera cuando todo está en silencio lo está. Si vive en un núcleo urbano, pruebe una noche tranquila a abrir las ventanas de casa y atienda. ¿Nota el runrún de fondo? Ni el frigorífico 'silencioso' de su cocina da tregua. El ruido no cesa. Nos acompaña en multitud de escenarios cotidianos. Y aunque no seamos conscientes, en la mayoría de ellos estamos expuestos a niveles que superan el estándar oficial del confort. Pero no se lleve a error: lo que percibimos solo como 'molesto' tiene consecuencias negativas para la salud a largo plazo cuando la exposición es continuada.

A la hora de prestar un poco de atención a esta realidad invisible, lo que más sorprende es cómo la fuerza de la costumbre nos hace olvidar la bulla en la que vivimos inmersos. ¿Acaso no fue el repentino silencio que llenó las ciudades españolas lo que más chocó al inicio de la cuarentena por la Covid-19? Incluso quienes vivían en urbanizaciones tranquilas cayeron en la cuenta de que no lo eran tanto. ¡Hasta descubrimos el canto de los pájaros!

«El tráfico es la principal fuente emisora de ruido», señala el informe 2020 de la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA). Tras él, la actividad industrial, la comercial y el ocio. ¿Pero cuál es el límite a partir del cual es pernicioso? El citado organismo lo sitúa en 55 decibelios (dB) de media en el día y cataloga como «elevada» la exposición por encima de esta cifra.

El presidente de la Sociedad Española de Acústica, Antonio Pedrero, puntualiza y baja aún más: «Las recomendaciones más actualizadas de la Organización Mundial de la Salud (de 2018) son de 53 dB de nivel combinado día, tarde, noche (Lden) y 45 dB de nivel nocturno promedio (Lnight), para zonas donde el ruido predominante es el del tráfico». Para el ruido producido por el paso del tren o el sobrevuelo del avión la limitación es mayor. Esto se debe a que aunque varios sonidos tengan el mismo nivel en decibelios se toleran de forma diferente. «Se ha comprobado que la aceptabilidad no es la misma, por ejemplo, para el ruido del tráfico rodado que para un ruido del mismo nivel producido, por ejemplo, por el paso de un tren», apunta Pedrero.

Pero dejemos el tráfico a un lado con la esperanza de que el coche eléctrico y sus motores silenciosos alivien este mal en la urbe moderna. ¿Qué pasa con el ruido de lo cotidiano? Hoy en día, medir el ruido está al alcance de todos. No hace falta un sonómetro profesional: existen apps móviles que dan buen resultado si solo se quiere medir el entorno a título informativo, o por curiosidad. Haga la prueba. Nosotros la hemos hecho y sorprende.

Un ronquido al otro lado de la almohada sube a 80 decibelios en su pico más alto; cuando sienta que está en paz en la oficina, sepa que solo hacen falta diez personas conversando normalmente para que el ruido ambiente se eleve a unos 65 dB.

Si al llegar a casa discute de forma intensa, su interlocutor puede llegar a soportar 100 dB si le grita alto a menos de un metro. Y si corona la escena con un portazo sumará otros 95. El umbral del dolor es de 120 dB. Un concierto o una discoteca casi lo alcanzan: 110 y 100 dB respectivamente. Mientras que el ruido de un bar de tapas de unos 200 metros a mitad de su aforo está a unos 90 dB. A partir de 140-160 el daño provocado en el oído (como la rotura del tímpano) puede ser irreversible. A este nivel están las explosiones o un petardo detonado a un metro.

Sin necesidad de llegar a este punto, resulta obvio que el nivel de lo aconsejado (55 dB) se supera con facilidad a diario. La AEMA estima que 1 de cada 5 europeos vive expuesto a niveles nocivos para la salud. Y lejos de corregirse, la situación empeora. «La contaminación acústica es uno de los grandes problemas con los que se encuentra nuestra sociedad, y España no es ajena a este problema», apunta el presidente de la SEA. Eso sí, no más que otro. Aunque la leyenda negra tache a los españoles de 'muy ruidosos', los datos lo desmienten. El informe 'Noise in Europe 2014' sitúa a nuestro país en una posición intermedia respecto a los demás estados.

Lo más grave de esta realidad es que «está absolutamente demostrado que la exposición al ruido ambiental afecta negativamente a la salud». El citado informe europeo estima que causa 12.000 muertes prematuras al año. Todas ellas debido a enfermedades asociadas a la exposición excesiva y prologanda al ruido que provocan estrés y alteraciones del sueño, que a su vez desembocan otras patologías que abarcan desde las cardiovasculares a la obesidad.

Aunque «por parte de la administración y las entidades educativas se está realizando una intensa labor, pienso que la educación en materia de ruido está todavía lejos de ser suficiente», valora Pedrero, que pone hincapié en realizar actividades dirigidas a los niños. Por ejemplo, los colegios (comedores, pasillos...) son desbordantes fuentes de bullicio. Hay centros en los que se han colocado 'semáforos sonoros' para que los pequeños sean conscientes de cuándo se están pasando.

¿Y qué se puede hacer para protegerse de algo que parece escapar a nuestro control? Como en otras tantas cosas, se debe empezar por uno mismo, siendo conscientes de su importancia y evitando los escenarios, nunca mejor dicho, subidos de tono. Los expertos de la SEA aconsejan aplicar esto en todos los ámbitos: laboral, doméstico y de ocio. Y dan un último consejo: «Disfrutar de entornos sonoros saludables, como los espacios naturales, de forma periódica es una práctica que se ha demostrado beneficiosa para la salud cerebral».

«Mi hipersensibilidad me provocaba dolores de cabeza y falta de concentración»

Begoña Martín fue diagnosticada hace 10 años de hiperacusia, una enfermedad que la hace intolerante a los sonidos ambientales. «Es una hipersensibilidad sonora que provoca dolores de cabeza, tensión muscular, dificultad para escuchar bien en entornos ruidosos, falta de concentración, pérdida de habilidades sociales, dificultades cognitivas...», relata. Solo con terapia ha logrado centrarse en una conversación. «Estoy en proceso de aprender a aceptar el sonido de fondo sin que me afecte», explica. Su caso es un extremo que padecen pocas personas, pero la exposición continuada a sonidos elevados afecta a la salud de muchas a otros niveles. El doctor Antonio de la Iglesia, experto en Epidemiología Laboral del Instituto Nacional de Seguridad en el Trabajo, explica que exponerse continuamente a situaciones que superan los 50 dB puede provocar «fatiga, falta de concentración, inseguridad...».

Pero hay problemas mayores. Por ejemplo, el estrés. «La molestia –el escalón más bajo en cuanto a los efectos nocivos del ruido– no es patología en sí misma, pero produce este estrés que puede ser detonante de otras latentes». Pero el problema «más crítico», por lo habitual y por sus consecuencias, son los trastornos del sueño. «Estos pueden acaban en insomnio crónico, que está asociado a la reducción del rendimiento, ansiedad y depresión, hipertensión, diabetes y obesidad, entre otros», señala el presidente de la Sociedad Española de Acústica (SEA). Además, hace especial mención a los niños. «Numerosos estudios demuestran la aparición de problemas cognitivos en edad escolar como carencias en la compresión del lenguaje y la capacidad lectora, dificultades para la resolución de problemas y falta de atención y memoria». En definitiva, el ruido nos resta años de vida. Algo para lo que también tiene un dato la OMS. «En Europa se pierden cada año aproximadamente un millón y medio de años de vida saludable de sus habitantes debido a la exposición al ruido, entre años perdidos por muerte prematura y años vividos con baja calidad de vida».

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